_
_
_
_
Tribuna:Viajes
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fuertes medievales en Rajastán

Vicente Molina Foix

Desde la carretera veíamos soldados que nos miraban curiosos, no peligrosos; sus fusiles estaban apiñados por docenas,con la culata en reposo sobre la arena. El desierto. Algún brote de verde del brezo, el vuelo de los buitres buscando carne muerta, las tiendas de campaña militares. Y unos sonidos sordos a lo lejos. ¿Disparos? ¡Cañonazos!, dijo mi amiga la italiana, que comparte el amor por las cosas indias. ¿Cañonazos en esta inmaculada solanera? Nuestro coche avanzaba por el asfalto, y los soldados seguían mirando con el mostacho indolente. Pero se me ocurrió mirar hacia atrás, por la ventanilla posterior del Embassy negro, y mis ojos lo vieron: el racimo de nubes blancas en el cielo, las explosiones. "No problem!", nos dijo el conductor del coche con una sonrisa cauta.Prácticas. Los cañones del ejército indio apostado tan numerosamente en los alrededores de Jaisalmer estaban practicando el disparo, sin blanco fijo. En la sonrisa del chófer, sin embargo, estaba oculta media explicación; Jaisalmer es la última gran ciudad india en la linde de la frontera oeste con Pakistán, el enemigo tradicional, y el Gran Desierto del Thar (o País de la Muerte) que la rodea sirve de campo belicoso para mantener las distancias disuasorias.Las ciudades fortificadas del Rajastán indio tienen ya su ruta, aún no tan frecuentada como la de los poblados trogloditas de la Capadocia ni tan ruidosa como la del Bakalao. Y en la ruta hay puntos estelares: el fuerte de Amber, en las afueras de Jaipur, donde es tan tradicional subir las cuestas de acceso a lomos de elefante que hasta un perseguido internacional como Salman Rushdie lo hizo en su reciente viaje a la tierra natal; el de Jodhpur, la ciudad que dio nombre a unos pantaloncitos para montar a caballo; el de Bikaner, el más recatado y coqueto. Últimamente, los aventureros del turismo se acercan al bastión que domina el desértico País de la Muerte, Jaisalmer, una de las ciudades más bellas del universo.

Jaisalmer primero fascina por su silueta. Al subir un repecho de la carretera aparece de golpe, lejana y ya colosal, y cuando el coche acorta la distancia (dejando atrás las maniobras intimidatorias de los soldados), empieza a distinguirse su corona de torreones suspendida sobre algo que no sabemos bien, todavía, qué es, si muralla o peana. El azulón del cielo, la tierra parda del páramo, refuerzan en el atardecer el color oro de la corona.

Pero el viajero llega a su destino,se instala, sale a la calle, y empieza a sentirse medieval. La ciudad original está y vive dentro de las murallas, y su agitación diurna no decae de noche; Jaisalmer es una de las ciudades indias más agradecidas para el paseo nocturno, y ofrece como postre al valiente sus barecitos al aire libre y quioscos donde comprar y gustar de la suave marihuana local, mezclada con té, batida en los lassi (yogures refrescantes) o cocinada en unas aparentes galletas-maría de tan pura maría que, si eres goloso, podrás volver al hotel esa noche en una nube de colores y sin piernas sensibles.

Jaisalmer fue durante varios siglos estado independiente y punto estratégico en la ruta de las caravanas de comerciantes de seda y especias. Pero su renacimiento, lo que la convirtió en la deslumbrante ciudad que hoy vemos, llegó en el siglo XVII, cuando aceptó, tras combatirla duramente, la soberanía de los mongoles reinantes en Delhi. Próspera y apaciguada, Jaisalmer revistió entonces la piel interior de sus potentes murallas de arenisca con la delicada filigrana de los haveli o palacios urbanos que los mercaderes quisieron sobreponer a la imagen marcial e inexpugnable.

Volvemos a la ruta. El cuadriculado infinito de los patios de Amber, las estancias cargadas de color y pedrería en Bikaner, la noble mole de Jodhpur sobre un pueblo pintado de añil, los palacios de Udaipur surgiendo del lago, la extremosa belleza pétrea de Jaisalmer. El itinerario establecido. Desvíense, háganme caso. Aunque sufran de mareos y les de miedo la serpiente inacabable de las carreteritas de montaña. Las dos fortalezas más imponentes y hermosas del Rajastán apenas se visitan, y valen toda la pena que da el llegar a ellas.

A la primera que les propongo, Chittorgarh o Chittaurgar, llegó en 1911 Hermann Keyserling, el vástago más espiritual de la famosa familia centroeuropea, quien publicó años después un recuento de la India subtitulado "diario de viaje de un filósofo". Keyserling alcanzó las alturas metafísicas en la ciudad santa de Benarés, pero también escaló el peñón que lleva a Chittorgarh, sobre la que escribe, más romántico que kantiano: "Hasta la llegada de los ingleses sólo excepcionalmente conoció algún año que no fuera sangriento". Poca sangre, ni siquiera la recalentada del turista, se ve hoy en el fuerte hindú más antiguo del Rajastán, aunque sí queda, como en la piedra de tantas otras murallas rajputas, la huella de la mano de las mujeres que se autoinmolaban -dicen que voluntariamente- cuando sus maridos caían en el combate. Majestuosa y desparramada sobre la montaña, Chittorgarh tiene sin embargo rincones de belleza femenina, casi rococó; la Torre de la Victoria, 34 metros de historiado ornamento escultórico dominando un prado de templos, y el Palacio de Padmini, una bonita reconstrucción del XIX del pabellón lacustre donde surgió la leyenda de la princesa que enamoró al sultán sólo con su reflejo en el espejo.

No muy lejos de Chittorgarh, pero en otra vertiente montañosa al norte de Udaipur, se encuentra Kumbhalgarh, que a los que aún no hemos ido a China nos calma el deseo de la Gran Muralla. Los baluartes que se visitan rodean una superficie de 24 kilómetros cuadrados, pero desde las torres más altas es posible ver, si el ojo no te traiciona, los más de 50 kilómetros de muralla airosamente erguida.

En el recorrido de Kumbhalgarh coincidí con un grupo de estudiantes de ingeniería de Udaipur en su viaje de fin de curso. Delgadísimos pero europeos de traza, querían saber de dónde veníamos, y al oír nuestra lejanía continental nos estrechaban con más fuerza la mano, luciendo el marfil de una sonrisa halagada. Ellos y nosotros parecíamos, en la deshabitada inmensidad de aquel antiguo hito del poder feudal, seres sin velocidad ni anhelo. Los estudiantes indios con su propia cuenta del tiempo; mi amiga y yo celosos de la atemporalidad a la que Keyserling se refiere en el diario, "su creencia en la migración de las almas, que quita al devenir el patetismo de la unicidad de los acontecimientos, despoja por esa misma razón a la historia de todo significado". La verdad es que en sitios como Kumbhalgarh resulta más fácil ser mito que ser hombre.

Vicente Molina Foix es autor, entre otros títulos, de Mujer sin cabeza, y acaba de dirigir su primera película, Sagitario.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_