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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Contrarreforma en Irán

Los reformistas iraníes, abanderados por el presidente Mohamed Jatamí, controlan la jefatura del Estado y , desde febrero pasado, también el Parlamento. Pero les está sirviendo de poco. En la teocracia que Irán sigue siendo pese al impulso renovador obtenido en las urnas por una parte muy sustancial de sus ciudadanos, los mecanismos del poder real siguen en las manos de quienes pretenden mantener al país asiático como una sociedad religiosa estricta, al margen de los tiempos y del más elemental sentido común, puesto que la mitad de la población iraní tiene menos de 25 años.El escenario fundamental de la pugna entre los dos modelos, en ausencia de verdaderos partidos políticos, se viene produciendo en los medios informativos. Jatamí y los suyos han hecho de la ampliación de sus espacios de libertad el motor fundamental del cambio que pretenden para Irán. Pero la estrategia no funciona. Desde el lado integrista, que encabeza el líder supremo Alí Jamenei, se vigila estrechamente a la prensa; hasta el punto de que desde abril de este año han sido clausuradas más de una veintena de publicaciones reformistas, la mayoría diarios, y encarcelados ocho periodistas destacados, el último ayer. Los inmovilistas son minoría ya en el Parlamento, pero en Irán la fuente de legalidad no es el sufragio universal, sino el principio religioso constitucional que encarna Jamenei. Y Jamenei y los suyos controlan las fuerzas de seguridad, la judicatura, los medios audiovisuales y la Asamblea de Expertos, un sanedrín de la ortodoxia con poder para vetar la legislación aprobada por el Majlis (Parlamento iraní).

La última prueba de la impotencia reformista se ha dado el domingo, cuando el Parlamento pretendía debatir y votar una liberalización de la ley de prensa, que exige ahora a los editores facilitar previamente la lista de sus empleados a los jueces y permite a éstos encarcelar a periodistas y cerrar periódicos sin una sentencia judicial. Una orden escrita de Jamenei, que tiene la última palabra en cualquier acontecimiento relevante del Estado, prohibió indefinidamente la votación. Sus argumentos eran del siguiente tenor: "...la modificación de la ley actual no conviene al régimen... porque si los enemigos del Islam, de la revolución y del régimen se apoderan o se infiltran en el control de los diarios, será un gran peligro para la unidad y la fe del pueblo".

Han pasado más de veinte años desde el derrocamiento del Sha y el triunfo de una revolución islamista en Irán. Y tres desde que el moderado Jatamí -que para animar a los suyos ha anunciado ya que concurrirá a la reelección- ganase holgadamente los comicios presidenciales. En Irán se han movido desde entonces algunas cosas, pero sigue sin asomar el gran cambio hacia una sociedad civil inspirada en los principios democráticos. Y lo peor es que muchos ciudadanos de buena fe, que desean de verdad respeto para su intimidad y auténtica libertad de expresión, empiezan a considerar que hay un foso creciente entre lo mucho que los reformistas hablan y lo poco que consiguen.

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