The Blue Brothers
Cuando todo parecía indicar que ya nos habíamos olvidado del pisito de marras y de tanto famosete de aluvión, va el Gran Hermano y se descuelga con una bonita parábola sobre cristianos, santiagos, infieles y matamoros. Resulta de lo más pintoresco que realizara sus encendidas manifestaciones el día de San Ignacio -aquel iluminado que antes de serlo cayó herido al pie de las murallas de Pamplona como miembro del ejército de Castilla que sitiaba a unos navarros cuyo rey, además de francés, tenía por enemigas a las gentes vascongadas, así como que adjudicara al apóstol gallego el empecinamiento en matar moros sabiendo que los moros de su símil son los únicos que aprietan el gatillo para desnucar a gentes como Juan Mari Jáuregui. Meter la muerte ahí sólo para que le case lo de Santiago y cierra España indica cuando menos poco tacto.A ver si va a suceder que en su furibunda agorafobia se ha contagiado de la imaginería religiosa de sus socios de la multipropiedad de Estella que se han empeñado en dibujar un País Vasco con patriotas a un lado y unionistas al otro sin darse cuenta de que sancionan así la existencia de unos protestantes, y de los suyos que, por oposición, deberían de estar adscritos al nacional-catolicismo con toda su liturgia de banderas y exaltación del militarismo, la muerte y el frente de juventudes. Esperemos que no y que todo se deba a una simple linotipia, digo, lipoti-mia. Porque lo que sí parece impepinable -con perdón del gazpacho- es el simplismo que gure Big Brother derrocha a manos llenas.
Con una machaconería digna de mayor empeño, Gran Hermano y su acólito, Pequeño Hermano, no hacen sino repetir simplezas que tratan de hacer pasar por grandes verdades sólo porque las repiten. Sucede con lo de que aquí hay un nacionalismo vasco enfrentado a uno español. Podría ser cierto si no ocurriera que se trata de comparar dos términos que pertenecen a categorías distintas, porque el nacionalismo que ellos sostienen está hecho de sustancia étnica rebosante de identidad mientras que los otros, al menos en su inmensa mayoría, sólo tienen la nación como marco, ¿acaso no creen que para que se diera lo mismo tendría que ocurrir que allá donde ellos en su quehacer cotidiano -insisto, cotidiano, no vale un Viriato por aquí y un San Millán de la Cogolla por allá, que pueden ser muy criticables- ponen las baderas, la lengua, los himnos, la patria, el patriotismo y la tierra de los antepasados tendría que darse un españolismo que llenara las calles de rojo y gualda, exaltación de la raza y vivas a Agustina de Ara-gón? No vale decir que esto no se da por temor, ya que con ello se estaría sancionando una situación en la que una parte estaría atemorizando a la otra, no se da porque hay muy poca gente que vive España en tales términos.
Aparte de ser una canallada, insistir como se viene insistiendo en que ETA y el PP se necesitan no deja de ser una sandez. ETA quiere el poder y para ello se sirve de las armas y de sus agentes políticos que serían, en puridad, quienes necesitarían a ETA porque un proyecto tan maximalista como el de ETA sólo puede ser llevado a cabo con una ETA que asesina. Reclamarse ajeno y distinto a ETA pasa por romper públicamente con ella exigiendo que se disuelva sin que medie concesión política alguna. Lo demás significa llevar un criminal y vergonzante doble juego. Que Gran y Pequeño Hermano no se ofendan pero son sus socios quienes se hallan en semejante tesitura. De ahí no se sigue que los amigos de los amigos de ETA sean amigos de ETA pero tampoco que el contacto sea inocuo: si el nacionalismo A y el nacionalismo B quieren competir por el mismo espacio mientras buscan imponerse a todos los demás tendría que ser sin ETA: no hay ETA porque haya un problema vasco sino que es ETA quien lo crea, que San Ignacio me perdone por repetirlo. Aparte de resultar injusto, no se gana nada criminalizando a Pequeño y Gran Hermano, se ganaría más mostrándoles que la sustancia identitaria sólo es buena para las sidrerías.
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