Inmigración y realismo JOSEP RAMONEDA
En la sociedad de la indiferencia, cuando se quiere ser realmente convincente se apela al dinero. Se ha extendido la idea de que el ciudadano Nif no es sensible a otro argumento que el económico. Que para él todo lo demás son monsergas. Y que, por tanto, para conseguir que una idea cunda, es imprescindible mostrar su necesidad en términos de beneficio económico para todos nosotros. Lo vemos constantemente en el debate sobre la inmigración. Es una cuestión crucial que va a poner a prueba a la cultura democrática de este país. Y, sin embargo, cuando se quiere convencer a la ciudadanía se pone el énfasis en la necesidad que la economía tiene de mano de obra extranjera y en la bondad de la inmigración para nuestro crecimiento. El balance: los inmigrantes aportan al Estado más del doble de dinero del que reciben, por ejemplo. Y la prospectiva: cálculos, no siempre rigurosos, sobre los millones de inmigrantes que las sociedades europeas, demográficamente estancadas, necesitan para asegurar su crecimiento económico y las pensiones de sus ciudadanos. El bolsillo y la jubilación como argumentos contra el miedo de la sociedad a la inmigración. Tiene razón Rodríguez Zapatero en insistir en que la cuestión de la inmigración debería situarse en otro plano: el de la dignidad nacional. Y la dignidad, guste o no, es un valor ético.El ministro del Interior -es toda una declaración de principios que la cuestión de la inmigración esté en manos del ministerio de la policía- ha acotado un poco más todavía el territorio. "Pero yo digo: Basta ya de buenos sentimientos, no siempre seguidos de efectos, y más realismo". Lo ha dicho a Le Monde. Aunque después el ministro en nota oficial ha venido a decir que lo que reclamaba era, simplemente, prudencia. El ministro Mayor Oreja aprovechaba para recordar a los franceses que ellos tienen el Frente Nacional y España, no. Lo cual es un doble disparate: porque atribuir la existencia del Frente Nacional a los errores en política de inmigración equivale a transferir la responsabilidad de quienes tienen conductas xenófobas a quienes las combaten; y porque en España no hay un Frente Nacional pero hay muchas conductas xenófobas amparadas desde posiciones políticas, por ejemplo, en El Ejido, lideradas por una alcaldesa del PP. Sería triste que la palabra prudencia significara hacer una política de inmigración en función del ala derecha de su partido, a no ser que la política de inmigración confirme que todo el partido es ala derecha.
Mayor Oreja desdeña los sentimientos en favor de la prudencia política y en función del realismo. Si a la irrelevancia de las razones éticas, añadimos la inutilidad de los sentimientos, nos queda la combinación de las razones económicas y los principios del realismo. El realismo es el gran descubrimiento que hacen nuestros políticos cuando se hacen mayores, es decir, cuando alcanzan el poder. Es el eufemismo que se utiliza para nombrar el lado oscuro de la política. En realidad se trata de hacer una política para los nacionales -por algo la ley es conocida como Ley de Extranjería-, por tanto, discriminatoria. Las razones de la economía -que hoy es demandante de inmigración- tienen que equilibrarse con una imagen de mano dura que sacie -o atempere- los impulsos xenófobos, aunque sea al precio de aumentar los territorios pantanosos de la clandestinidad, de las mafias y de la explotación. Porque dado que no se pueden poner puertas al campo, el endurecimiento de la ley sólo dará beneficios a quienes se dedican al negocio de violarla.
La inmigración no puede afrontarse por la vía simple de la política de principios. Ni la inmigración ni la inmensa mayoría de las cuestiones políticas: en los conflictos por principios siempre acaban apareciendo las pistolas. Pero no se puede perder la perspectiva de los principios, para entregarse a los miedos y rechazos que las inmigraciones de gente pobre -los ricos son bienvenidos en todas partes- generan en la sociedad. Aunque es cierto que el criterio económico es el que mejor entiende el ciudadano Nif, creo que es equivocado pensar que sólo atiende a este tipo de razones. Renunciando a utilizar otros argumentos que el económico se limita el campo de lo que se puede decir más acá de lo que la gente quiere escuchar.
Hay una lectura realista de la democracia que la reduce a un simple mecanismo para asegurar la alternancia en el gobierno. Una interpretación que encuentra en el bipartidismo su paradigma, y que es de por sí restrictiva. La democracia, además de un instrumento, es también una cultura, fundada sobre el reconocimiento del otro como interlocutor, como persona con palabra propia, por tanto, merecedora de nuestro respeto. Si se quiere que la cultura democrática crezca en este país, hay que poner todas las razones sobre la mesa en una cuestión como la inmigración: desde la memoria que este país de inmigrantes tiene hasta las demandas económicas, pasando por los principios y por los sentimientos. Es un realismo despreciable el que actúa para calmar a la fiera xenófoba pero es una ilusión insostenible negar que la xenofobia existe. Dejar que el dinero y el miedo determinen la política de inmigración es una forma de claudicación democrática. Obviar los miedos y rechazos es negar la realidad, y contra la realidad sólo se construyen disparates. Economía y política sí, pero ética y sentimientos también. Toda simplificación es falsa, incluso la que afirma que todo es economía. El ciudadano Nif también llora.
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