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El 'caballero atracador' recupera la libertad

La Justicia francesa concede la libertad provisional a Patrick Brice, un ladrón por azar

Patrick Brice se convirtió en el caballero atracador porque así lo quiso el azar. En 1982 prestó su coche a dos amigos y éstos cometieron un atraco sangriento. El auto fue identificado. Las huellas de Brice, como es obvio, estaban en el volante, en las puertas, en todos los centímetros del vehículo. La policía le detuvo y la Justicia le condenó a 20 años de cárcel. La rabia y la fortuna le permitieron fugarse pero ahora no tiene otro modus vivendi que el atraco.Bancos, supermercados, gasolineras, tiendas, todo vale para Brice que, eso sí, nunca olvida los buenos modales. A las cajeras traumatizadas por la visión de una pistola que las encañona -Brice nunca usó armas de verdad-, les envía al día siguiente del atraco un ramo de flores y una cartita de disculpa. A las viejecitas que iban a cobrar su pensión y hacían cola en la agencia bancaria les entrega el montante de la pensión sacándolo de la saca; a las mujeres embarazadas que tienen que asistir a una de sus fechorías les busca asiento y se preocupa por tranquilizarlas. Incluso se preocupa por los policías que le persiguen y les envía postales interesándose por la salud de los accidentados, felicitando el aniversario de alguno o recordándoles dónde ha estado.

La leyenda está en marcha, Patrick Brice, 40 atracos y ningún herido, se convierte en el caballero atracador.

Pero cortejar a las chicas a distancia no basta. Brice huye, en una moto robada, de policías que le persiguen pero sus ojos tienen tiempo para fijarse en una autoestopista muy atractiva. La huida va a continuar pero ahora con una rubia abrazada a su cintura. Patrick acaba de encontrar a Laurence, estamos en 1983, él tiene 27 años y ella 18. Durante años, Laurence creerá que Patrick era sólo un motero algo loco, un romántico que hacía carreras con los polis.

La pareja mantiene una relación complicada, ella vive en el Sud-Oeste, él en París. Se ven de vez en cuando y siempre es formidable. Patrick quiere casarse, pero no de inmediato. De momento empieza por ponerle una tienda. Laurence vende acuarios gigantes con muchos pececitos rojos. Un día de 1987 la pareja está mirando con demasiada atención los peces y los policías les sorprenden así, vestidos para entrar en el agua.

Patrick verá como el tribunal reconoce, en 1988, su error de 1980 pero no por eso deja de acusarle de todos los demás atracos, como si él estuviera en eso del crimen por vocación. Laurence acaba de descubrir la verdad y se suma a la lucha por reivindicar la figura de Patrick. En 1989 visita a su amado, pero lo hace llevando dinamita bajo su mono de motorista. Patrick hará explotar la puerta y el muro. La moto les espera fuera y los dos emprenden una nueva carrera.

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Esta vez será más breve, pero en 1991 él vuelve a fugarse con la ayuda de Laurence. En la cárcel toman a más de 20 guardianes como rehenes. Hacen durar el suspense durante 24 horas. "No quería separarme de ella", dirá luego Patrick al juez para explicar un secuestro tan largo.

Detenido de nuevo en 1993, en 1995 es condenado a 15 años de cárcel. Tras los 40 atracos y las tres fugas, tras pasar años durmiendo cada noche en un sitio distinto, el camastro es cada día el mismo. Ahora, por buena conducta y porque uno de sus viejos amigos, un colega con el que había trabajado en Alsthom en 1978, le ofrece trabajo.

La ministra de Justicia le ha concedido la libertad condicional: durante seis meses tendrá que volver a dormir a la cárcel. Luego, si todo va bien, sus noches las pasará junto a Laurence, su esposa desde 1993. "Lo más duro ha pasado. Ahora tengo ganas de vivir tranquilo. Las emociones las he gustado todas y de la única que conservo buen sabor es de Laurence", dice Patrick. "Pues yo", añade Laurence, "aún no lo veo claro, temo que los jueces den marcha atrás".

Es el final moralizador de la historia: incluso los mejores ladrones sueñan con aburrirse, tras una buena jornada laboral, en zapatillas y frente al televisor.

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