A su castidad el Papa Terenci Moix
Una noticia me ha dado el verano: al parecer, el Ejército surafricano utilizó todo tipo de torturas y métodos químicos para castrar a militares y soldados homosexuales, practicándoles en algún caso el cambio de sexo. Resultado: muchos suicidios posteriores y mucho internado en clínicas psiquiátricas.Semejante sistema no por original es nuevo. Si nos ceñimos a la castración espiritual no hace falta llegarse hasta Suráfrica, que bien sabe aplicarla Su Castidad el Papa cada vez que abre la boca. Y aquí pienso en todos los homosexuales católicos condenados al remordimiento perpetuo; al tormento autorizado por una religión a la que quieren acogerse desesperadamente mientras les rechazan los servidores de la misma. Esos homosexuales que, por culpa del Vaticano, se convierten en carne de psiquiatra. Pues frases como "los gay deben aprender a llevar su cruz y vivir castos" son para dejar a un jovencito desquiciado para los restos.
Nunca se reprimió Su Castidad a la hora de escupir anatemas. Semanas atrás, le dio la tremolina porque, en Roma, las fiestas del orgullo gay se le mezclaron con las cachupinadas del Jubileo. Según él, las alegres comparsas que se manifestaban en pro de sus derechos más elementales ofendían al orgullo católico, que tendría en Roma su capitalidad sólo porque, en tiempos, cuatro pringados se dejaron zampar por los leones de Nerón ante los ojos atónitos de Robert Taylor.
Quedarse en exclusiva con la ciudad de las maravillas es un abuso. No sé qué diría Tito Livio. Por otra parte, más le vale a la Iglesia no reivindicar la época en que cortó de verdad el bacalao. No pondría yo a la historia vaticana como ejemplo de tolerancia. Que grite Giordano Bruno desde su pira en Campo dei Fiori. Que aúllen los judíos sacrificados durante siglos en el ghetto del Tevere. Que hablen los librepensadores guillotinados en Piazza del Popolo o los carbonari fusilados en el tenebroso Castel Sant Angelo (aquí entonaría un Vissi d'Arte la inmortal popolana Floria Tosca).
Cuando Su Castidad Wojtyla pronunció sus divinas sandeces contra el orgullo gay, nos daba a los paganos el mejor pretexto para seguir siéndolo. ¿Que le hemos ensuciado Roma? ¡Anda ya¡ Los gay estábamos en Roma mucho antes de que el apóstol Pedro incurriese en el esnobismo de hacerse crucificar cabeza abajo; deporte que, por cierto, ya sólo se practica en los clubs leather y en las distinguidas páginas sado-maso de la Red.
Claro que, si insistimos en el sadismo espiritual, sigue teniendo la Iglesia del polaco campo abonado. Y detalles de kitsch y humor negro. Lo de "llevar la cruz" es digno de copla de Quintero, León y Quiroga; y una de dos: o Wojtyla se ha vuelto folclórica o le da por el revival y recupera un vocabulario muy popular en mi infancia, dominada por una Iglesia tributaria del franquismo, puro y duro. Y ella misma durísima y poco pura.
Intento ponerme en tesitura de creyente y veo que no hay en todo el orbe cristiano un hereje que lo tenga peor que yo. Desdichado de mi, ¡hélas!, que estoy destinado a no conocer el reino de los cielos. Y es que el paraíso de Wojtyla, como el Ejército surafricano, sólo está reservado a los muy machos. Juana de Arco, sin ir más lejos.
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