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Viaje al futuro

¿Quedará algo por descubrir?

Se ha acabado la gran era de la investigación científica? ¿Han sido formuladas todas las grandes teorías y realizados todos los descubrimientos importantes, lo que tan sólo deja a los futuros científicos la posibilidad de perfeccionarlos? ¿O lo bueno aún está por llegar? Las respuestas las discuten, en un animado debate a través de correo electrónico, dos periodistas de renombre: John Horgan y Paul Hoffman. Horgan es autor del libro El final de la ciencia, y su obra más reciente es La mente no descubierta: Cómo el cerebro humano desafía la duplicación, la medicación y la explicación. Paul Hoffman, ex director de la revista Discover y antiguo presidente de la Enciclopedia Británica, escribió El hombre que amó únicamente a los números y trabaja en una historia sobre máquinas voladoras anteriores a los hermanos Wright.Paul Hoffman. La pasada década trajo consigo una avalancha de libros que firmaban el certificado de defunción para una multitud de temas. Francis Fukuyama presentó El final de la historia y David Lindley, El final de la física. Pero tu obra de mayor importancia, El final de la ciencia (1997), provocó mucha más atención y controversia. Con razón. La idea de que la ciencia tal vez haya llegado a su final -que hemos descubierto todo lo que, siendo realistas, podemos esperar descubrir y que cualquier cosa que logremos en el futuro será en gran medida de bajo calibre- dejó a la gente intrigada o indignada. Sin embargo, con el actual ritmo frenético de descubrimientos, ¿cómo puedes decir que todo esté llegando a su fin?

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John Horgan. Está claro que los científicos se mantienen ocupados pero, ¿qué están logrando en realidad? Mi argumento es que la ciencia, en su sentido más amplio -el intento de comprender el universo y nuestro lugar en él- ha entrado en una época de logros limitados.

Los científicos seguirán consiguiendo avances progresivos, pero nunca alcanzarán sus objetivos más ambiciosos, como la comprensión del origen del universo, de la vida y de la conciencia humana. La mayoría de la gente considera esta predicción difícil de creer, porque los científicos y los periodistas no cesan de dar bombo a cada nuevo avance, sea genuino o falso, e ignoran todas las áreas en las que la ciencia realiza avances pequeños o no logra ninguno. En particular, la mente humana sigue siendo tan misteriosa como siempre. Algunos destacados especialistas en el cerebro, entre ellos Steve Pinker, han reconocido a regañadientes que es posible que la conciencia sea científicamente inabordable. Paul, debes subirte al carro del final de la ciencia antes de que esté demasiado lleno.

P.H. No me guardes un asiento todavía. Tomemos la mente humana. Estoy de acuerdo en que aún no estamos cerca de comprender la conciencia a pesar de los esfuerzos de algunas de las mentes más destacadas de la ciencia. Tal vez incluso tengas razón en que puede que jamás lleguemos a comprenderla. Pero, ¿qué prueba tienes para respaldar tu posición?

Has criticado a los científicos por tener fe -una palabra sucia en el vocabulario científico- en que nuestra era de avances explosivos no disminuirá. Pensar que el progreso terminará de forma abrupta ¿no es también un acto de fe, sobre todo teniendo en cuenta que el ritmo de los descubrimientos indica precisamente lo contrario, que esas preguntas que supuestamente no pueden ser contestadas, lo serán al final?

J.H. Mi fe está basada en el sentido común, Paul, y en la propia ciencia. Mientras la ciencia avanza, impone límites a su propio poder. La teoría de la relatividad prohíbe viajar o comunicarse a mayor velocidad que la luz. La mecánica cuántica y la teoría del caos constriñen nuestra capacidad de predicción. Los límites de la ciencia son totalmente claros en la física de las partículas que, como describe Steven Weinberg, busca una "teoría total" que explique el origen de la materia, de la energía e incluso del espacio y del tiempo. La teoría principal postula que esta realidad proviene de "cuerdas" infinitesimales que se agitan en un hiperespacio de diez (o más) dimensiones. ¡Por desgracia, estas hipotéticas cuerdas son tan pequeñas que se necesitaría un acelerador de partículas del tamaño de la Vía Láctea para detectarlas! No soy el único que teme que los teóricos de las cuerdas ya no hacen ciencia; un importante físico ridiculizó la teoría de las cuerdas comparándola con una "mitología medieval". Ésta es una prueba clara de la crisis de la ciencia.

P.H. Sí pero, ¿quién puede decir que todas estas teorías científicas finalmente no serán reemplazadas por otras con mayor capacidad explicativa? Galileo y Newton pensaron que sus leyes del movimiento eran definitivas, que explicaban todo lo existente y muchas cosas más, pero dos siglos y medio después un empleado de una oficina de patentes suizo echó abajo sus nociones del espacio y del tiempo. Como es evidente, Galileo y Newton no previeron lo que Einstein descubrió. Pienso que es antihistórico afirmar que en el futuro no habrá un Einstein o una mente que sea capaz de elaborar una teoría sobre la conciencia. Y si bien es cierto que algunas de las principales cuestiones científicas sin responder tal vez no obtengan nunca solución, una gran cantidad de ciencia nueva y excitante puede seguir surgiendo al revocar verdades que ahora se dan por sentadas. Robert Gallo, el investigador sobre el sida, me contó una vez que a finales de los setenta asistió a una conferencia en la que un destacado científico resumió lleno de confianza las verdades de la biomedicina, como que las enfermedades epidémicas son cosa del pasado, al menos en las llamadas naciones desarrolladas; que un brote muy extendido de una enfermedad infecciosa es imposible salvo que el microbio se transmita de forma casual; que un tipo de virus -conocido como retrovirus- hallado en animales no existe en el hombre; y que ningún virus provoca cáncer en los seres humanos.

A finales de los años ochenta, estos cuatro tópicos acabaron en la basura. Tomemos un ejemplo más cercano: la plasticidad recién descubierta del cerebro humano. Hasta hace año y medio, en cada facultad de medicina de EEUU se enseñaba como dogma que el cerebro humano era rígido, que sus células nerviosas nunca podían regenerarse.

Ahora sabemos que nuestros cerebros tienen la capacidad de generar nuevas células, un descubrimiento que tal vez no sólo inaugure una nueva forma de entender este centro nervioso, sino que también conducirá a nuevos tratamientos médicos para multitud de trastornos físicos cerebrales.

J.H. Ésta es la gran pregunta a la que estamos dando vueltas: ¿podemos seguir descubriendo infinitamente nuevas y profundas verdades sobre la realidad? ¿O el proceso es finito? Pareces dar por sentado que, dado que la ciencia ha progresado tan rápidamente durante los últimos siglos, seguirá haciéndolo, posiblemente para siempre. Pero este punto de vista es, utilizando tus palabras, antihistórico, basado en una lógica inductiva imperfecta. De hecho, la lógica inductiva sugiere que la era moderna de progreso científico explosivo puede ser una anomalía, el producto de una convergencia singular de factores sociales, intelectuales y políticos.

Si lo aceptas, entonces la única pregunta es cuándo alcanzará la ciencia sus límites. No si lo hará. El historiador estadounidense Henry Adams señaló hace casi un siglo que la ciencia se acelera a través de un efecto de realimentación positiva. El conocimiento engendra más conocimiento. Este llamado principio de aceleración tiene un curioso corolario: si la ciencia tiene límites, entonces puede avanzar a máxima velocidad hasta que se estrelle contra la pared.

P.H. Por supuesto, acepto que la ciencia tiene límites e incluso puede que los haya alcanzado en algunos campos. Pero creo que sigue habiendo espacio para la ciencia, incluso a su escala más grande, que seguirán realizándose descubrimientos increíbles durante este milenio.

El matemático Ronald Graham dijo en una ocasión: "Nuestros cerebros han evolucionado para protegernos de la lluvia, saber dónde están las bayas y evitar que nos maten. Nuestros cerebros no evolucionaron para ayudarnos a asimilar números muy extensos u observar cosas de 100.000 dimensiones". Suena razonable, excepto si consideramos que, de igual modo, puede afirmarse que nuestros cerebros no evolucionaron para inventar los ordenadores, las naves espaciales, jugar al ajedrez y componer sinfonías.

John, creo que seguiremos sorprendiéndonos de lo que sale de los cerebros de los científicos.

J.H. Espero que tengas razón, Paul. Me convertí en escritor científico porque considero que la ciencia es la creación más significativa de la humanidad. Estamos aquí para averiguar por qué estamos aquí. Pensar que esta gran aventura del descubrimiento puede terminar es algo que me obsesiona. ¿Cómo sería vivir en un mundo en el que no exista la posibilidad de nuevas revelaciones tan profundas como la evolución o la mecánica cuántica? No todo el mundo encuentra esta perspectiva inquietante. El redactor jefe de la sección ciencia de The Economist me indicó en una ocasión que si la ciencia se acaba, seguiremos teniendo el sexo y la cerveza. Puede que ésa sea la actitud correcta, pero no hay premio Nobel por ella.

Independientemente de que la ciencia avance o deje de avanzar, hay un comodín incluso en la perspectiva más pesimista. Si encontramos vida extraterrestre -y, en especial, vida lo suficientemente inteligente como para haber desarrollado su propia ciencia- entonces se retirarán todas las apuestas.

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