Mitos
Los mitos perviven porque son imaginarios. Hacen volar nuestra mente pero no existen sino en forma de ruinas. Los héroes griegos deben toda su fuerza al aire limpio, a las montañas desnudas, a los desolados pedernales de las islas, al azul de la Atica. La naturaleza barrida por el viento es lo único cierto que queda de la cultura clásica junto con los versos y la filosofía. El resto sólo son cepas de templos, columnas derribadas, bronces que están sumergidos en el mar, dioses con la nariz y los genitales rotos. Gracias a este deterioro el pensamiento tiene espacio libre para elevar de nuevo los atrios y las esculturas dentro del cerebro sin distinguirlos de los sueños. El enemigo mortal de los mitos es su reproducción. Ahora se acaba de inaugurar en un solar de Alicante el parque temático Tierra Mítica que reproduce las leyendas del Mediterráneo, las pirámides de Egipto, el laberinto de Creta, la navegación de Ulises, todo pasado por el hisopo del arzobispo de Valencia antes de ponerlo a merced de los turistas. Ni siquiera hay que protestar. Cualquier sueño que pueda producir dinero hoy corre el peligro de ser asimilado. Esa es la ley inexorable que nos hace modernos. Si descubrimos que Heracles es un tipo que vive en Benidorm o que Ave Fenix no vuela mucho más que una gallina aunque la pilote el Príncipe de España hay que pensar que la realidad hace miles de años no sería más fascinante. Aquella vida sucia de cada día con el tiempo se convirtió en historias que se contaban en las esquinas y en ellas participaba el viento que las transportaba por los mares hasta fijarlas en los libros de texto. El mal empezó con Walt Disney, quien convirtió todos las fantasías de la infancia en un negocio redondo, añadiendo por cuenta propia al fascista Pato Donald. Dijo el escritor Juan Benet que le hubiera gustado ser ministro del Interior francés sólo para meter en la cárcel a Maurice Chevalier. Uno podría decir lo mismo del creador de Disneylandia, ese señor que se sirvió de todos los relatos que las madres nos contaban antes de dormir y que eran bellos e inmateriales porque al instante se diluían en la oscuridad de la noche para sorprendernos al despertar con que Walt Disney los había convertido en muñecos de cartón y que había que pagar para verlos. El parque de Tierra Mítica no deja espacio libre para los mitos porque con la entrada rasga también nuestros sueños.
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