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Morir matando

Slobodan Milosevic se preocupa por su futuro y el de los suyos. En los últimos días ha dejado claro que considera fracasadas por el momento las gestiones para buscarse un exilio dorado en el que gozar de la fortuna que ha amasado como botín de la guerra y la extorsión sistemática a sus propios ciudadanos. Ni la Rusia de Vladímir Putin, ni siquiera sus amigos de la dirección comunista china parecen dispuestos a facilitarle un acomodo que impida su comparecencia ante el Tribunal para Crímenes de Guerra en La Haya y facilite una transición política pacífica, que con su presencia en Belgrado es imposible. Así las cosas, Milosevic está decidido a enrocarse y reestructurar la dictadura de cara a las nuevas condiciones. Dos mandatos más quiere estar Milosevic en el poder, con la esperanza de que durante los mismos escampe algo. Si no fuera el caso y las condiciones empeoran para él, ya tiene los medios sobrados para morir matando que es lo que muchos temen en Serbia que acabe haciendo tarde o temprano. De momento, se ha pergeñado una ley electoral a su medida para ganar las elecciones presidenciales y el jueves las convocó para el 24 de septiembre junto a elecciones legislativas y locales en Serbia. La nueva ley prevé que el presidente de la llamada Yugoslavia sea elegido directamente, no necesitará sino una mayoría relativa y no habrá mínimo requerido en la participación para otorgar validez a los comicios. Dicho de otra forma, aunque los serbios y montenegrinos boicotearan masivamente, como muchos anuncian, esta obscena farsa del día 24 de septiembre, a Milosevic le bastaría con los votos de su familia para seguir gobernando legalmente. Podría permitirse incluso el lujo de prescindir de los votos de sus guardaespaldas y protegidos.A los Estados de la UE les parece, por supuesto, "muy mal" que Milosevic abandone los últimos vestigios de pudor legalista y se disponga a defender su poder con una dictadura inequívoca. También han protestado, aunque hay que ver qué poco y qué calladamente, contra la intolerable condena a prisión por espionaje impuesta al periodista serbio Filipovic por un tribunal militar. Y contra el cierre general de medios de la oposición, la persecución de la disidencia en forma cada vez más estalinista y canalla o las nuevas leyes que equiparan en la práctica la crítica al poder con la traición al Estado. Pero el gran enfado de los Quince no ha impedido que a mediados de julio decidieran levantar gran parte de las sanciones impuestas en su día contra Milosevic, entre ellas el bloqueo de las cuentas bancarias en el exterior. ¡Qué excelsa coherencia!

Milosevic cuenta ahora, por tanto, no sólo con los fondos que logró esconder con éxito por los vericuetos financieros internacionales sino también con los localizados en su día. De aquí a septiembre podrá financiar con ellos algunas obritas de reconstrucción que inaugurará con pompa mitinera y una probablemente efímera, aunque siempre efectiva, mejora de la oferta en el mercado que tantos réditos electorales da. Al fin y al cabo, con el actual apoyo del 13% que le dan las encuestas, a Milosevic le sobra para ratificarse como caudillo en las urnas. Éstas no son las únicas ayudas que recibe del enemigo. Los dirigentes de la oposición serbia, a su cabeza Vuk Draskovic y Zoran Djindjic, no podrán ya nunca escapar a la responsabilidad histórica que recae sobre ellos al haber hecho inviable una oposición unitaria. Oportunidades tuvieron varias, pero las frustraron su ambición y egomanía enfermizas y su mezquindad política. Gracias a ellos sobrevivió Milosevic a su grave crisis en 1996 y gracias a ellos ha podido resistir en el año que ha seguido a la intervención militar internacional.

Las detenciones masivas de miembros de Otpor, el movimiento de oposición surgido precisamente como respuesta a la vergonzosa actitud de los líderes de la oposición, son un indicio de las formas ya abiertas que el régimen va a aplicar en esta su fase bunquerizada. La febril actividad legislativa represora es otro. Los serbios están, al parecer, condenados a sufrir bajo una brutalidad represora que no conocían desde los lejanos años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Con la diferencia de que entonces los represores actuaban con el entusiasmo de quienes defendían una idea redentora que, pensaban, habría de llevar a una vida mejor. Ahora quienes se disponen a mantener indefinidamente a los serbios bajo un régimen de terror y miseria sólo se defienden a sí mismos y a sus privilegios de la ira que el sufrimiento, el abuso y la injusticia generan. Con todas las puertas cerradas a soluciones pacíficas, las violentas se hacen cada vez más probables en Montenegro y la propia Serbia, los serbios van a sufrir mucho todavía.

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