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Tribuna
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Superviviente

Miquel Alberola

Antes de convertirse en la mascota de la Wehrmacht y en objetivo sexual de algunos oficiales nazis, el joven judío Salomon Perel había tenido que sobrellevar las palabras del profeta y convencerse de que valía más un perro vivo que un león muerto. Por lo tanto, tendría que negarse a sí mismo, inventar una nueva personalidad, interpretarla y renegar de todo lo que hasta entonces había conformado su cultura y sus convicciones más profundas. Tenía que rechazar por fuera lo que en su interior se afirmaba con mucha solidez, y administrar luego esta complicada relación sin que un mohín le delatase como judío entre sus compañeros de las Juventudes Hitlerianas.La distancia que separaba la vida de la muerte era tan fina como un cabello, por eso sus padres habían dejado Alemania por Polonia y le habían pedido que huyese de Lodz hacia Rusia con el mandato de que tenía que vivir. Pero aquel 22 de junio de 1941, cuando trataba de huir de Grodno hacia Minsk, la Wehrmacht lo había cazado en medio del maltrecho ejército rojo.

Lo habían puesto en una larga fila de oficiales y soldados soviéticos, en cuya cabeza se averiguaba la identidad y se decidía el destino de los prisioneros, mientras por la cola corría el rumor de que los alemanes no detenían ni a judíos ni a comisarios políticos: los ejecutaban.

Con extremado sigilo se deshizo de todos los documentos sobre su origen judío, pero a medida que avanzaba la fila el pánico se apoderaba de él. En el último tramo estaba anquilosado, el terror había penetrado cada una de las fibras de su cuerpo y había acumulado tanta tensión que su carne estaba a punto de estallar ante los centinelas nazis. Entonces, cuando entre la vida y la muerte ya no se interponía ni un cabello, su sexo excretó unas gotas de esperma como un alegato contra el fin. En su organismo ya se había producido la mutación.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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