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Crítica:GREC 2000TEATRO - MARAVILLAS DE CERVANTES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Divertido, ingenioso, bullicioso

Desde hace años la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha estado falta de personalidad. Ha sido, por un lado, incapaz de crear escuela y, por el otro, de dejar que directores importantes impusieran, dejando de lado el concepto de compañía, una estética fuerte, propia, contundente. Por esto resulta especialmente apreciable el trabajo que ha realizado Joan Font con las Maravillas de Cervantes, donde ha reunido, creando una dramaturgia unificadora, los entremeses Los habladores, El viejo celoso, La elección de los alcaldes de Daganzo, La cueva de Salamanca y El retablo de las maravillas. La estética de Comediants, con una mirada contemporánea hacia la Commedia dell'arte, y los textos de Cervantes, dan como resultado un espectáculo divertido, simpático, inteligente e incluso familiar, en el mejor sentido de la palabra.Lo que no se tiene en ningún momento es la sensación de estar ante un monumento literario, que es el peor fárrago que suelen conllevar los clásicos. Joan Font se ha puesto a jugar con los textos y, de su propia diversión y la de los actores que hacen de sus personajes auténticas caricaturas de tebeo, nace esta puesta en escena que es ágil, ingeniosa, bulliciosa y, sólo a ratos, demasiado ingenua. Una idea excelente utilizar Los habladores como hilo conductor, porque, al cortar la historia para hacerla aparecer a cada interescena, la pesadez verborreica del hablador (imagen rediviva de Groucho Marx) se eleva a la enésima potencia, al tiempo que, mientras el hablador persigue por las calles a su pobre víctima, se va creando una unidad espacial, como si todas las historias ocurriesen en un único pueblo. Surge así un universo de anécdotas, como si Cervantes hubiese ido tomando sus ideas de una casa o de otra.

Maravillas de Cervantes

De Miguel de Cervantes. Versión: Andrés Amorós. Dramaturgia: Joan Font y Luisa Hurtado. Dirección: Joan Font. Intérpretes: Esteve Ferrer, Anna Briansó, Jesús Hierónides, Nacho de Diego, Juan A. Codina, Fernando Sansegundo, Rafael Ramos de Castro, Pilar Massa, Goizalde Núñez, Gregor Acuña, José Luis Torrijo, José Luis Martínez, Nacho Silva, Cristina Samaniego, Gilberto Mociño, Antonio Orihuelam, Eduardo Aguirre, Lorenzo Solano, Juan León, Manuel Medina. Escenografía, vestuario y máscaras: Joan J. Guillén. Iluminación: Juan Gómez Cornejo, Fernando Ayuste. Coreografía: Montse Colomé. Música: Josep Gol. Teatre Grec, Barcelona, 26 de julio.

Es así como emerge cada entremés. El de El estudiante de Salamanca, por ejemplo, donde un estudiante trapacero se las ingenia con malas artes para que un marido engañado no sospeche de la ligereza de su mujer y su criada, que esconden a sus amantes en la carbonera. O el de El viejo celoso, donde, con la ayuda de la vecina, una mujer prisionera de los celos de su esposo se las arregla para introducir a su amante y gozar de él ante las mismas barbas del viejo marido. O el de El retablo de las maravillas, donde, con la advertencia de que quien no vea los prodigios escénicos del retablo ha de ser o bastardo o judío converso, unos actores van de pueblo en pueblo estafando a quien los contrata. O, por fin, el de La elección de los alcaldes, donde se hace burla de la simpleza de cada cual, alcaldes todos con las trazas de Sancho Panza.

La puesta en escena se articula en torno a un contenedor rojo, una gran caja que puede desplegarse para ir creando los diferentes espacios que la obra precisa. El vestuario parece creado para la colección de disfraces de Mortadelo. La plástica es, pues, tan simple como eficaz. Y todo se asienta, al fin, en la palabra y el gesto. Actores enmascarados, grandes narices de Commedia dell'arte, y un gesto que define a todos los personajes, afortunados estereotipos, con una gracia que sólo verlos obliga ya a esbozar la sonrisa. No es poco importante que en este caso Joan Font haya podido contar con un equipo de espléndidos actores que, bajo la máscara, se intercambian los papeles. A ellos se les añaden acróbatas, músicos y un instrumento viviente, a la vez sintetizador y lagarto prehistórico, que sirven de relleno.

Con las Maravillas de Cervantes, la Compañía Nacional de Teatro Clásico establece un camino a seguir. Pero también Joan Font, que habitualmente falla por el guión, ha tenido la oportunidad de demostrar que su talento festivo se crece ante unos textos sólidos. Ha sido, pues, un maridaje beneficioso para ambas partes. Y beneficioso para un público que se divierte ante las palabras de Cervantes y ante los juegos escénicos de Joan Font. Un montaje, sin duda, para todos los públicos

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