La asignatura pendiente de la empresa catalana ANTÓN COSTAS
¿Por qué no se producen fusiones entre empresas catalanas?, o ¿por qué no se producen en la cantidad que razonablemente cabría esperar? Comparado con lo que ocurre en otros países o, sin ir más lejos, en el resto de España, el movimiento en pro de un mayor tamaño de la empresa catalana es de una lentitud desesperante. Hay algunos ejemplos, pero constituyen más la excepción que la regla: la fusión de los laboratorios Almirall y Prodesfarma, la compra por Roca Radiadores de la suiza Laufen, o la reciente compra de Myrurgia por Puig.La percepción que tienen algunas personas de que Cataluña pierde peso en la economía española y europea -un debate, por cierto, que irrita a Jordi Pujol- quizá tenga mucho que ver con esta ausencia de movimientos hacia la concentración en Cataluña, frente a lo que todos los días sucede en Madrid, en París o en Milán. La empresa familiar catalana continúa gozando de buena salud, y la economía catalana sigue manteniendo su peso cuantitativo en la economía española cuando lo medimos con los indicadores tradicionales. Es también normal que unas empresas lleven su sede a Madrid, y otras la traigan a Barcelona. Lo que no es normal es que las empresas catalanas se queden al margen del proceso general de aumento de tamaño. Alguna explicación debe de existir.
Tengo la impresión de que persiste aquí una cierta mentalidad que tiende a considerar la empresa como terreno particular, casi como cortijo propio, y que al propietario no le gusta nada que se metan otros de fuera. Recuerdo una anécdota ilustrativa. Hace años, en una reunión con empresarios catalanes, un ministro, para agradar al auditorio, se explayó comentando las virtudes de la empresa privada frente a la pública. José Antonio Romeu le cortó con su estilo simpático y provocativo: "No te confundas ministro, de empresas hay de tres tipos: las públicas, las privadas y las particulares. Las nuestras son del último tipo". Creo que es cierto.
Las empresas catalanas son "particulares", aquellas en las que el propietario lleva la cuenta de explotación en el mismo lado donde lleva la cartera, al lado del corazón. Como todo en la vida, esto tiene ventajas e inconvenientes. Quizá en el momento en que vivimos, los inconvenientes sean mayores que las ventajas. Lo de small is beatifull pertenece a otra época. Ahora si quieres penetrar en los mercados internacionales y posicionarte bien frente a la nueva economía el tamaño es importante. O te fusionas o te fusionan. O ganas tamaño, o te compran. Esto último es lo que está sucediendo.
Las empresas catalanas son renuentes a fusionarse con otras similares del mismo ámbito. Me cuesta encontrar ejemplos, como les decía, de procesos de fusión entre empresas familiares catalanas, tan bien unidas, en cambio, para otras cosas. Y, sin embargo, hay muchas posibilidades para hacerlo en todos los sectores: en el textil, en el cementero, en el alimentario, en el de metalmecánica, en la construcción, en la distribución comercial o en la banca de negocios. Ésta es la asignatura pendiente de la empresa catalana. Si no se aprueba veremos cómo avanza esa percepción de pérdida de peso económico de Cataluña y Barcelona.
A falta de disposición para uniones internas, el empresario individual y la empresa familiar catalana tienen una fuerte proclividad para venderse al mejor postor extranjero. Nada que objetar, es un comportamiento muy racional y humano. Sencillamente, se prefiere el cash que la molestia de tener que compartir la gestión con otros para seguir sobreviviendo. Pero entonces quizá tenga sentido la pregunta que Ernest Lluch me plantea con frecuencia: ¿Tiene sentido aún hoy seguir hablando de la existencia de burguesía catalana autóctona? La respuesta, para septiembre.
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