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Playa

JAVIER UGARTEVeo en la prensa la foto de una joven muerta sobre las playas de Tarifa. Está tendida en la arena, al sol, semidesnuda, con la cara algo hinchada, pero en la que aún pueden apreciarse unos rasgos nobles y unas facciones hermosas. Produce intranquilidad ver esa foto, mezcla del real drama de un naufragio que da pavor, y de la iconografía de escena veraniega frívola. Lejos de su casa, ni tan siquiera han tenido el gesto de tapar la cara al cadáver (al fondo un miembro del servicio de costas). Dos mundos culturales se sobreponen como transparencias en el fondo de nuestras mentes: el de la playa como amenaza, el del naufragio que reclama nuestra piedad, con ésa otra de la playa como ocio, espacio de huida veraniega en este primer mundo vacuo, hastiado de sí mismo. Es la playa. La nuestra, cuando atisbamos el veraneo, y la otra.

La nuestra, la conocemos (aproximadamente), pero la otra ha caído en el olvido. La playa, como todo, tal como hoy la conocemos, no es sino producto de una "invención". Como la rueda, la nación, el cencerro y la familia. También la familia, oiga usted. Y está bien. La playa como parte del veraneo, es el resultado de un largo proceso de mutaciones que han tenido lugar en los dos últimos siglos.

Nuestros bisabuelos veían la playa como amenaza. Y no les faltaba razón. Humedad, salitre, vientos agresivos; galernas, oleaje feroz e impresionante escenario en que encallaban los restos de los temidos naufragios, eran razones suficientes para temer la playa. Era el círculo de la enfermedad, la aflicción y la muerte. Lo supieron los refugiados españoles del 36, alojados en las playas del sur de Francia. Apenas hay ninguna localidad construida en torno a una playa (salvo San Sebastián, Biarritz, Brighton y Ostente, pero esa es otra historia; también Ostia, pero ésa es aún otra). Si recorre usted el Mediterráneo, si va al Mar del Norte, si se aventura por USA (y ése sí es otro mundo), verá la Población en el interior, y la Playa de la Población en la costa, lugar de amarre, en otro tiempo, de pequeñas embarcaciones de pesca. Pero la vivienda, el núcleo viejo, lo encontrará usted en la Población. Barcelona ha vivido en la costa y de espaldas al mar hasta el famoso 92 (la Barceloneta era el margen). Bilbao buscó la protección de la Ría. La propia San Sebastián, hasta el pasado siglo, se arrimó al Urgull (Parte Vieja), lejos de las cenagosas arenas. A éstas acudían soldados, formados en compañías, que se lavaban a toque de corneta. O se alojaban, ya entre las rocas, mendigos, vendedoras de limones y montañeses de aviesa intención (o algo de esto dice el profesor Luengo en su cuidado San Sebastián. La vida cotidiana de una ciudad).

La relación del hombre con la playa comenzó a cambiar a finales del XVIII, y, sobre todo, en el XIX. Ya existían algunos lugares naturales de esparcimiento popular donde acudían aldeanos del entorno a darse un chapuzón. Era el caso de las playas donostiarras, o las de Biarritz, a las que acudían habitualmente desde la próxima Bayona. También obreros de los primeros grandes centros manufactureros acostumbraron a acudir los domingos a playas próximas. Pero el gran salto lo dio la aristocracia en el XIX con las estancias balnearias de descanso -entusiásticamente imitada luego por la burguesía; lo cuenta con maestría Thomas Mann en su Los Buddenbroock-.

De ese entusiasmo surgen la nueva San Sebastián, Biarritz, Brighton y Ostente. Hubo otros modelos en esa misma línea. Marsella o las proximidades de las grandes aglomeraciones inglesas se llenaron de quintas y villas, preludiando el posterior week-end. Otros siguieron el antiguo modelo romano (Ostia) del otium, de la villa costera y el ocio cultivado. Italia se puso de moda. Una variante de ésta la practicaron algunos intelectuales europeos de los treinta y sesenta (La playa, Cesare Pavese; El viaje, Juan Goytisolo) con sus huidas a las playas del sur, entre contemplativas y orgiásticas. Luego, se masificaron, y apareció Benidorm (¡horror¡).

La foto de la muchacha muerta en la arena sobrecoge. Apela de forma inquietante a las dos caras de la playa. Feliz verano.

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