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Un emblema británico y francés

A pesar de ser contaminante y demasiado caro, el Concorde representó un gran avance de la aviación europea

Los estudios previos para la fabricación del Concorde, único avión comercial supersónico desarrollado hasta la fecha, se iniciaron en 1956, año en el que el Gobierno británico creó un comité para estudiar el proyecto de un avión supersónico para el transporte de pasajeros. En 1959, los responsables del estudio presentaron un informe al Ministerio de Comercio británico en el que confirmaban la viabilidad del proyecto.En 1960, la British Aircraft Corporation (BAC) recibió el encargo de ampliar los estudios previos. Ante el desafío tecnológico y económico que planteaba la fabricación de un avión de esas características, la BAC sondeó a posibles socios en Estados Unidos, Alemania y Francia, con la finalidad de constituir el consorcio para desarrollar el avión. Sólo cuajaron los contactos con Francia, y en noviembre de 1962 se firmaba en Londres un acuerdo de colaboración en el que Francia y el Reino Unido se comprometían a participar al 50%.

El consorcio optó por desarrollar un modelo de avión de 100 pasajeros capaz de duplicar la velocidad del sonido, lo que permitiría realizar el trayecto Londres-Nueva York en tres horas y 45 minutos, frente a las casi ocho de los reactores convencionales.

Empeño de De Gaulle

Las disensiones entre los Gobiernos francés (que se opuso a que el Reino Unido ingresara en el entonces llamado Mercado Común Europeo) y británico frenarían el proyecto hasta principios de 1965. Sin embargo, el Concorde era mucho más que una incierta aventura comercial y una exhibición tecnológica.Para el general Charles de Gaulle, a la sazón presidente de Francia y principal impulsor político del proyecto, se había convertido en una aspiración nacional, en un emblema de la grandeza francesa. Gracias en gran parte a su empeño personal, se vencieron las reticencias entre ambos Gobiernos y el 2 de marzo de 1969 volaba el primer prototipo de la serie Concorde. Los primeros vuelos comerciales tuvieron lugar el 21 de enero de 1976: un modelo de British Airways voló desde Londres hasta Bahrein; otro de Air France, de Toulouse a Río de Janeiro, con escala en Dakar.

Durante la fase de desarrollo del Concorde, en Estados Unidos se estudió la viabilidad de otro avión supersónico para el transporte de pasajeros, el Boeing 2007-200, modelo cuya fabricación terminó por desecharse en 1971.

El abandono del proyecto estadounidense influyó en la fuerte oposición que las autoridades de EE UU mostraron a los vuelos del Concorde a destinos estadounidenses: oposición que, por obvio que fuera su origen comercial, no era difícil de argumentar apelando al medio ambiente. El avión se había proyectado en un momento en el que las consideraciones ecológicas distaban mucho de ser prioritarias. Los niveles de contaminación, ruido y destrucción de la capa de ozono ocasionados por un aparato con las características del Concorde son inusualmente altos.

Ajustarlos a unos estándares de protección medioambiental más exigentes ha sido uno de los principales obstáculos con los que ha tropezado el desarrollo de un aparato capaz de actualizar y sustituir al Concorde, cuyo modelo más reciente se construyó hace más de veinte años.

Fiasco comercial

Comercialmente, el proyecto resultó un fiasco. Iniciado en un momento de expansión económica y combustible barato, cuando llegó a la fase de explotación comercial, el mundo estaba inmerso en una profunda crisis económica, uno de cuyos principales motivos era el fuerte encarecimiento del petróleo.La repercusión sobre los costes operativos y la rentabilidad del aparato era obvia: el consumo de combustible del Concorde prácticamente duplica al del Boeing 747, capaz de transportar cuatro veces más pasajeros. Por tanto, las compañías aéreas que habían presentado opciones de compra fueron retirándolas paulatinamente.

Finalmente, de las 150 unidades que se preveía vender, sólo llegaron a entrar en servicio comercial 14, siete de las cuales se fueron entregando a British Airways y otras siete a Air France entre los años 1975 y 1980.

Debido a esto, los contribuyentes franceses y británicos tuvieron que cubrir de su bolsillo unos costes de desarrollo del aparato cercanos a los 4.000 millones de dólares.

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