_
_
_
_
_
Reportaje:OFICIOS VERANIEGOSASADOR DE ESPETOS - Emilio Fuentes

El calor de las brasas en la playa

Renacen todos los veranos. Junto a los chiringuitos, las hamacas, las motos acuáticas y el vendedor de refrescos, agua y cerveza, los asadores de espetos florecen en todas las playas en temporada alta. Asan sardinas encima de viejas barcas y son los más solicitados los domingos en todos los chiringuitos de playa.Emilio Fuentes Rubio, de 37 años, lleva tres asando sardinas en la arena de la playa de Pedregalejos (Málaga). Con la piel cuarteada por el sol y el calor del fuego, todos los días prepara encima de una vieja barca las brasas para espetar el pescado al mediodía y por la noche, cuando miles de turistas y malagueños se acercan al chiringuito El Caleño.

En este local, Emilio prepara todas las mañanas, salvo los lunes en los que no hay pescado fresco, sus útiles de trabajo: cañas, carbón, agua y pescado.

Espetar pescado es "bastante fácil", según Emilio, que cuenta como lo realiza durante los meses estivales: "Se coge una caña de bambú, se atraviesa en ella el pescado y después se asa, el truco es que el espeto se coloque al contrario del humo que sale del rescoldo para que la sardina se haga poco a poco con el calor de las brasas".

El calor es lo que peor soporta este malagueño, casado y sin hijos, al que le hacen gracia los turistas que se acercan a su puesto y que luego se animan y piden las sardinas. "La mayoría son ingleses, americanos, franceses y alemanes que no han visto una sardina en sui vida", cometa con sorna.

Emilio prepara al día unas 30 o 40 cañas, aunque los fines de semanas el número puede llegar hasta las 70. Cada caña lleva siete sardinas y el espeto cuesta 400 pesetas. Emilio cuenta que asa unos siete kilos al día de pescado que trae "fesquito" del mercado.

"Lo que sobra se tira o se guarda para los pescadores", comenta este malagueño que en verano se gana la vida con las sardinas y en invierno con algunas "chapucillas". Trabajo temporales que van desde trabajar en las obras de los edificios de la ciudad hasta salir al mar a pescar pulpos en los meses más fríos. Este invierno, Emilio no tiene trabajo fijo aunque este oficio de verano lo tiene asegurado "para toda la vida".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Confiesa que lo que menos le gusta de su trabajo veraniego es aguantar los 40 grados del mediodía, a pesar del toldo de lona que protege su puesto. Lo que más, añade con una sonrisa pícara, "ser la persona que más gana de la Costa del Sol". Mientras se ríe, empieza a echar leña, de olivo o de eucalipto, al fuego y prepara la primera caña del día. "Aunque parezca lo contrario, este trabajo no es rutinario; los fines de semana estoy rodeado de niños que miran como espeto y los demás días, algunos amigos se pasan por el puesto y me hacen compañía.", afirma.

Un oficio duro, sin horario fijo y que termina cuando el buen tiempo y el sol abandonan los parajes marítimos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_