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Tribuna
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Atascos

Nada de meteoritos, ni deshielos, ni ríos de lava. En realidad, los dinosaurios se extinguieron por estúpidos. Ésa era la teoría del novelista Charles Bukowski. Tal y como lo cuenta en su diario póstumo, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, la cuestión fue como sigue: primero, los dinosaurios se comieron el planeta; después, se comieron entre ellos hasta que quedó sólo uno, y ese desgraciado se murió de hambre. Ni que decir tiene que no estoy muy convencido del valor científico de su idea; pero, por si las moscas, nada más acabar el libro de Bukowski, decidí contárselo a mi hijo.-¿Eso dice? No, no creo que pasara de esa forma. Nadie puede ser tan estúpido, ni siquiera los dinosaurios. ¿Quién es Bukowski?

-Era un escritor. Publicó seis novelas, montones de relatos y miles de poesías. Murió en 1994. Antes de ser escritor, era cartero.

-Vale, pero no sabía nada de dinosaurios.

-Supongo que no. Supongo que, en realidad, cuando dijo eso no estaba más que bromeando. Pero, si te fijas, el mundo está lleno de gente que se parece a los animales de esa broma. Ya te hablé de ellos otras veces, se llaman primeros ministros, presidentes, alcaldes o concejales, y su tarea consiste en destruir el mundo. Talan bosques, construyen casas, envenenan océanos y ríos. Y también se devoran entre ellos.

-Es mentira. No se comen.

-Sí que lo hacen. Se pegan mordiscos en la oratoria, se dan dentelladas en el consenso y zarpazos en la coherencia.

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-¿Y eso qué tiene que ver con los dinosaurios de Bukowski?

-Es lo mismo. Se cargarán la Tierra entera. Dentro de dos mil años no existirán ni el cielo ni los mares y sólo habrá dos tipos de seres humanos, los que entren a comer a un MacDonald's y los que estén dentro friendo las hamburguesas. Y, encima, las hamburguesas no serán de carne porque ya no quedarán vacas.

-No lo dices en serio.

-¿Que no? Fíjate en este asunto del tráfico de Madrid. El Ayuntamiento ha reunido a un montón de gente con el propósito de explicarles sus propuestas para arreglar la circulación y resulta que esas propuestas tienen un único fin, que es el de entregarle toda la ciudad a los coches, primero la superficie y después el subsuelo: se harán más y más túneles; por las noches, se podrá aparcar en el carril bus-taxi; se construirán más aparcamientos, más intercambiadores. ¿Te imaginas a todos esos millones de conductores que quieren enterrar bajo el asfalto? Quizá sufran mutaciones extrañas dentro de los túneles, lo mismo que esos lagartos que la gente tiraba por los retretes en Nueva York y que se han convertido en cocodrilos ciegos, en habitantes extraños de las alcantarillas.

-¿Tú que crees que tienen que hacer?

-Supongo que lo primero sería pensar en una ciudad para los peatones, y no en una ciudad para los coches, que es en lo único que piensan ahora. Lo segundo, hacer más cómodo, más rápido, más eficaz y más barato el transporte público, y lo tercero, convencer a la gente de que lo use. Los autobuses y los taxis deberían ser eléctricos o moverse con combustibles ecológicos. Todas las casas, los bloques de viviendas y los comercios que se construyeran deberían tener obligatoriamente garaje y los vecinos no podrían poseer más vehículos que plazas de aparcamiento. Si se acabaran las familias formadas por padre, madre, dos hijos y cuatro coches, también se acabaría una parte muy grande del problema.

Dejamos de hablar y mi hijo volvió a ocuparse de sus asuntos. Yo me quedé pensando en la ciudad de la que le había hablado y en cómo se parecía esa ciudad a los dibujos que hacen los niños, esos en los que siempre se ve una casa con el tejado rojo, un cielo muy azul, un poco de hierba y un árbol. Son curiosos esos dibujos. Al mirarlos, parece como si los niños creyeran que las ciudades tienen algo que ver con las personas y que esas personas son felices cuando tienen una vida limpia, espaciosa y tranquila. Los niños lo saben todo, aunque aún no sepan nada.

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