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La mecedora

Aún recuerdo aquella serie de programas, repuesta hasta la saciedad en la ETB, en los que aparecía un anciano, con todo su pelo blanco, hablando un vasco peculiar, con acento resbaladizo. Llevaba puesto un sombrero tejano de cowboy, y calzaba también botas de montar de punta afilada, probablemente de piel de serpiente, y estaba recostado en el porche sobre una mecedora, ante su rancho americano. Las fronteras que él dibujaba con un gesto de la mano en aquella inmensa llanura verde rodeada por colinas remotas y poblada de vacas llegaban más allá de las montañas. La sonrisa del viejo cowboy que hablaba vasco con acento americano era blanca, inmaculada, casi parecía auténtica. Se trataba, ni más ni menos, que de un triunfador. Uno de aquellos vascos que habían ido en busca del sueño americano durante la primera mitad del siglo pasado, y se había hecho rico. Todo un ejemplo que la ETB me mostraba, en un intento, subliminal o descarado, de seducción.Necesitamos ejemplos de modelos de nación, y de modelos de ciudadanos. La Euskadi ideal de algunos se parece a Disneylandia. Están Mickey, Goofy, y el pato Donald, y también los enanitos del bosque. De los árboles cuelgan jamones, y de las piedras brotan ríos de txakolí. Dicho así parece ridículo, pero no lo es tanto. Lo cierto es que los que piensan en una Euskadi-Disneylandia no van mal encaminados, sospechan ya lo que la televisión nos ha servido en bandeja, pero aún no han llegado a la perfección catársica del orgasmo creativo.

Muchos otros encuestados, por recoger la opinión de la juventud, dicen que su Euskadi ideal sería algo así como una isla tropical productora de marihuana. La exportación de marihuana sería la principal actividad económica de los vascos, que deberíamos abandonar la religión católica y hacernos rastafaris, evidentemente. Según los que optan por esta utopía, la única forma de que el pueblo vasco salga de su situación actual es fumándose unos porros. Ellos no le ven otra solución al problema.

No obstante, cuando reviso esta idea me parece poco seria, tal vez porque no sé si en Euskadi crecería bien la marihuana. Así que me remito a la solución que me proponía mi aparato de televisión. Debo optar por otro modelo de Euskadi para mis sueños. La Euskadi de la tele. ¿Acaso hay algo más bello que ver las panorámicas del Guggenheim desde el automóvil, cuando se llega por el puente Etxebarria, escuchando en el radiocasete un tema de Glenn Miller? ¿No le va el ritmo de swing a cualquiera de nuestras ciudades? ¿No han pensado ustedes alguna vez que Bilbao es como Detroit, Donosti como Nueva Orléans y Vitoria como Washington? No nos engañemos, incluso Bilbao, sí, Bilbao, aquél pueblecito que resistía siempre al invasor, ha cedido al encanto yanqui, y el caballo de Troya de titanio ha sido la cultura. Desde que la Fundación Guggenheim instaló sus posaderas en la ciudad, la Euskal Herria ideal se ha vuelto más americana. A veces casi tan americana como una película de music hall.

La ETB me acabará convenciendo. Los vascoamericanos no dan mal en pantalla. Por eso no hay por qué preocuparse a causa de estas observaciones descabelladas que parecen extraídas de un libro de hipótesis asombrosas. Continuaremos viendo vascos en América por la televisión. Hombres con todo el pelo en la cabeza, hombres con la dentadura perfecta, vestidos a la moda festiva del rancho. Nos hablarán desde su mecedora, en vasco con acento americano, bajo el porche blanco de su mansión. Nos señalarán con sus manos encallecidas, en un vano intento por abarcar el horizonte, los invisibles límites de sus ranchos. Nos sonreirán, con aire humilde, orgullosos de mostrarnos sus riquezas. Después subirán a sus monturas, y se alejarán hacia ninguna parte, recortada su silueta en el sol poniente. Son pobres cowboys solitarios. Y les queda aún un largo camino hasta el Guggenheim.

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