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Centenario con fracaso

El centenario encierra una fecha mítica, aspiración de muchos cumplida por pocos. El centenario de una obra de arquitectura popular nos invita a pensar en una permanencia que, bien pensada, es falsa.Si la plaza del Pino reposa sobre sus sillares, hay que culpar de ello a las obras de recuperación que sobrevaloran la primitiva, realizada por don Antonio Arévalo, un entrañable y acogedor cascarón neo-mudéjar. Si hay que pensar en el contenido, la tauromaquia, en un siglo ha debido sufrir una transformación pasmosa.

Don Carlos Otaolaurruchi, ganadero inaugural, habría quedado boquiabierto al ver cómo los toros de Barral, que proceden del advenedizo apellido Domecq, que no se estilaba en la época, salían recortaditos y carentes de fuerzas, picados de los corrales y turulatos en el ruedo. Fue devuelto uno, ya que es de reglamento, pero es de vergüenza que permanecieran en plaza otros que, arrodillados, pedían el perdón que sus criadores no merecen.

Barral / Romero, Parada, Manzanares

Toros de Joaquín Barral, el 2º, inválido, sobrero de la misma ganadería. Los cuatro primeros, inválidos, los dos últimos anovillados y sin fuerzas. Todos escandalosamente despuntados. Curro Romero: media estocada, tres descabellos (aplausos); media baja perpendicular, dos descabellos (silencio). José Luis Parada: dos pinchazos, bajonazo (silencio); estocada baja atravesada (oreja). José María Manzanares: pinchazo hondo, descabello (silencio); media atravesada, dos descabellos (silencio). Plaza de toros del Pino, 15 de julio. I Centenario de la inauguración de la plaza, corrida goyesca, menos de media entrada.

La terna del día sumaba 163: si Manuel Hermosilla y Bombita, circunstancial cartel primero, se llegan a oler esto, todavía estarían vistiéndose de torero que, para lo que sale, se verían sobrados.

Cien años pueden ser escala de perfección. Veinte años de carcoma no hay madera que lo resista. El primer toro, o lo que fuera, zozobraba tras la puya y no tuvo capacidad para aguantar el primer tirón de la muleta de Curro.

El segundo, un inválido en lugar de otro, hubo de ser despenado deprisa y corriendo porque no se tenía en pie.

Manzanares, telón en alto, remate del muletazo más arriba de la cabeza, veía cómo el tercero, al caer, se acomodaba en el ruedo con idea de no levantarse, y sólo accedía a ello tras mucha solicitud.

Curro Romero, en el cuarto, veroniqueó al aire y supo a gloria. Con la muleta, alternó los pases al público, medio altos, con otros al toro, medio bajos. Ni unos ni otros contenían nada y ambos presentaban los picos.

El quinto de la tarde nos hizo el favor de llegar a la muleta con media arrancada. Insulsa y bobalicona, menos da una piedra. Parada nos recordó al torero que no fue y encandiló al paisanaje con algún medio pase. A la muerte del quinto no habíamos llegado a ver nada; sólo una oreja que, para colmo, no venía a cuento.

El becerrote último salió picado de chiqueros, cayéndose tras el encuentro con el caballo y tundido de atrás. Sublime espectáculo ver a Manzanares ejerciendo de novillero con toda su autoridad, torero de toreros, pero no de toros, pues cuanta más apostura, más se caía el novillo por los suelos. Pasó el gesto y seguimos sin ver torear.

Si la inauguración hubiera resultado igual que el centenario, éste no se habría podido celebrar ya que le habrían prendido fuego a la plaza.

Hoy, vacíos los tendidos de sol, hemos pasado de una fiesta popular a otra de gente acomodada; si esto sigue así, de fiesta de todos llegaremos a festival de cretinos. No vamos a extender certificados, pero la fiesta, así, no puede durar.

Fiesta de toros, sin toros, es imposible. A pesar de todo, es el negocio de unos pocos lo que prevalece. Y no es que se venda humo, no se vende nada.

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