Pero ¿era Bach minimalista?
Rigor conceptual
Relative light
De Robert Wilson. Intérpretes, André Gingras, Meg Harper, Arco Renz. Elisabetta Rosso. Música, J. S. Bach, John Cage. Violín, Nurit Pacht. Vídeo, Anna Saup, Fabio Iaquone. Iluminación, A. J. Weissbad. Vestuario, Christophe de Menil. Sonido, Peter Cerone. Creación y dirección, Robert Wilson. Claustro de la Universidad. Valencia, 11 de julio.
Robert Wilson es uno de los mayores creadores escénicos de la segunda mitad del siglo, y eso prácticamente desde sus comienzos, cuando deslumbró ni más ni menos que a Louis Aragon con un montaje que no por nada se llamaba La mirada del sordo. Aquello parecía anunciar el gusto por una cierta contraposición de carácter surrealista, pero Wilson no habría de conformarse con transitar caminos distintos de los suyos. Su serie sobre las guerras civiles supuso una auténtica convulsión en el teatro norteamericano, y desde entonces no ha dejado de crecer de una manera compleja añadiendo a sus disposiciones iniciales una versatilidad centrada cada vez más en la diversidad de percepciones que un espectáculo puede sugerir de manera simultánea a la amplitud de los sentidos. Pero no tanto obedeciendo a la manía wagneriana por la integración de las artes como a los propósitos fundacionales de una creación inaugural que desdeña los privilegios otorgados a la emisión de voz en la ópera, o al movimiento en la danza, para rescatar el asombro originario ante un despliegue de registros que serán complementarios si el degustador se deja llevar por el regalo con que le obsequia este maestro de la función visual.En Relative light, trabajo de encargo del Instituto Valenciano de la Música en colaboración con la Universidad de Valencia, concebido como homenaje a J. S. Bach en el 250º aniversario de su muerte, se trata de proponer una nueva concepción del concierto donde la música se funde con la interpretación actoral, con la danza y con la omnipotencia de una enorme pantalla de vídeo que recoge una multitud de imágenes fragmentadas en un diálogo -a veces deliberadamente contradictorio- con las evoluciones que el espectador puede observar sobre el escenario.
Es esta aportación la que mayor interés despierta por su notable rigor conceptual, no exento de un gélido sentido del humor, y donde Robert Wilson lo mismo juega con la complementariedad entre imagen grabada, banda sonora y movimiento coreográfico que se decide a cuestionarla desde dentro, un tanto en la línea de las aportaciones del primer Kuleshov acerca de la función del montaje cinematográfico por superposición de imágenes sucesivas.Se ha señalado muchas veces el talento de Robert Wilson para concebir espacios dotados de una enorme potencia visual, y hora es de señalar también su gusto por la pulcritud y por la ausencia total de movimientos sucios o simplemente confusos. Brechtiano a su manera, la renuncia al error produce una cierta extrañeza que refuerza en el espectador la reflexión ante lo que está viendo y escuchando, además de apelar a ese segmento de las emociones que no requeriría de interpretación mediadora entre el espectáculo y su fruición. Más allá de ello, se detecta en estas primeras representaciones de Relative light, además de su deslumbrante voluntad de estilo, cierta premura en el encaje de los diversos espacios que lo componen, perfectos tomados uno a uno pero problemáticos en su necesario acople. La primera versión del montaje duraba algo más de dos horas, la que se ofreció la noche del estreno apenas llegaba a la hora y cuarto, y es posible que su duración ideal sea de una hora. Relative light viajará en noviembre al Festival de Otoño de Canarias y al Lincoln Center de Nueva York, para iniciar en 2001 una gira europea.
En cualquier caso, tanta solvencia estética fragmentada no evita la pregunta sobre la pertinencia de una creación nacida sin excusa bajo el signo de un cosmopolitismo renuente a indagar sobre sus propias raíces.
Babelia
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