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Fox y el 'narcoestado'.

Andrés Ortega

Vicente Fox ha ganado en México limpiamente. La derrota del PRI en unas elecciones presidenciales tras 71 años ha sido posible gracias a los esfuerzos de Carlos Salinas y, sobre todo, de Ernesto Zedillo y la perestroika que impulsó, y que ha llevado a que cuando se celebraron las elecciones un 50% de la población estaba ya gobernada a nivel local por dirigentes de otros partidos que el PRI y muchas cosas habían cambiado. Las comparaciones de Zedillo con Gorbachov, sin embargo, deben detenerse ahí. El PRI no era el PCUS, y Gorbachov destruyó su país y el imperio soviético (para bien de los demás) y nunca buscó -ése fue su error histórico- una legtimidad democrática. Zedillo, verdadero triunfador de estas elecciones, aunque ahora le odien los suyos, pasará a Fox en diciembre el mando de un país con una economía en espectacular crecimiento y mucho más abierta, que parece haber dejado atrás las crisis del pasado -aunque con dramáticas desigualdades sociales que urge reducir- y socio de EE UU y Canadá en la zona norteamericana de libre comercio, y, desde hace unos meses, de la UE. Pero Fox hereda también un Estado corrupto por años de prácticas monopolistas del poder y porque, aunque se hable menos de ello, pues es una gran potencia regional, es un narcoestado en medida similar, aunque de forma diferente, a Colombia. Zedillo llegó a calificar el narcotráfico como la primera amenaza a la seguridad nacional de México, y no exageraba. El contrabando, la producción (opio y marihuana, pero también drogas de diseño) y el blanqueo de dinero proveniente de esta lucrativa actividad se han convertido en parte sustancial de la economía mexicana. El Departamento de Estado afirma que "organizaciones criminales transnacionales con base en México se han convertido en los más significativos distribuidores en EE UU de metanfetamina y de sus precursores químicos".Zonas enteras viven de estas actividades, cuyo origen, todo hay que decirlo, está en la inmensa demanda que existe en EE UU para estos productos prohibidos. Ahora bien, la novedad, sobre la que han alertado diversas publicaciones mexicanas y que recoge en su último anuario el Observatorio Geopolítico de la Droga, con sede en París, es que México se ha convertido, a su vez, en los últimos años en un mercado para el consumo interno de drogas, algunas de ellas importadas, como la cocaína, o de algunos componentes sintéticos provenientes de Europa, y de EE UU, en lo que es uno de los lados oscuros de la globalización. Fox tiene razón cuando dice que la lucha contra el narcotráfico debe ampliarse y negociarse con EE UU. Para este país, además, México es esencial para toda su estrategia en América Central, y no sólo en materia de lucha contra el narcotráfico. El nuevo presidente lo va a tener muy difícil para desmontar este entramado. Aunque en la visión de Washington "los carteles que controlan la producción y envío de la droga han realizado un esfuerzo concertado para corromper e intimidar a los funcionarios públicos responsables de combatirlos", México no es un narcoestado sólo en el sentido de que la corrupción del sector penetra en la política, sino que, en sentido inverso, la política ha venido controlando en parte al sector. Según el OGD, era el PRI -que aún domina muchas gobernadurías locales- el que, con una impunidad que podría cambiar, se apoyaba en los narcotraficantes, a los que controlaba a través de policías y de militares a menudo implicados en estas redes. No está claro cómo la pérdida de poder del PRI va a afectar a este entramado. Fox ha ofrecido una reforma en profundidad de la justicia y de los cuerpos de seguridad. Ni siquiera se fía de los servicios oficiales para su propia protección. ¿Se fiará de la Policía Federal Preventiva, el cuerpo semimilitar que creó justamente Labastida cuando era ministro de Interior para luchar contra el narcotráfico con los medios más avanzados? Se ha comprometido a cambiar todo esto. Pero aún no ha dicho cómo.

aortega@elpais.es

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