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Tribuna:LA CLAVE
Tribuna
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Caídas en el Tour

Cuando al principio de cada año les preguntan por sus deseos para la nueva temporada, los atletas suelen pedir que les respeten las lesiones. Los ciclistas, en cambio, esperan que les respeten las caídas. No es para menos. Uno de los problemas de las caídas son las abrasiones que se producen en la piel del ciclista al deslizarse su cuerpo sobre el asfalto. La mayoría de las abrasiones sólo se llevan un trozo de piel. Otras, en cambio, son tan profundas que dejan la grasa subcutánea (o incluso los músculos y tendones) al descubierto. Las abrasiones pueden llegar a ser realmente dolorosas. Quizás no en caliente, pero sí en frío, cuando el ciclista llega al hotel. Muchas veces es necesario el tratamiento con antibióticos para prevenir infecciones, y tapar la herida con compresas y apósitos (a algunos ya se les ve por la televisión con los codos o rodillas protegidos con estos materiales). Además, las abrasiones no dejan al ciclista descansar bien: no puede dormir sobre el costado dolorido, por ejemplo, aunque sea su postura favorita para el descanso. Y estos detalles se notan mucho en una prueba tan dura como es el Tour, y en la que es crucial recuperarse bien de un día para otro. De hecho, "el Tour se gana en la cama", como dicen algunos.

A veces las caídas apenas dejan huella por fuera (en la piel), pero sí más adentro, en los músculos: son las contusiones, que pueden provocar microtraumatismos y microhematomas en los músculos afectados por el golpe. Éstos, además, se ponen rígidos (se contracturan) con el susto de la caída. Éstas se notan en las etapas de los días posteriores y se suman al daño y a la fatiga musculares que el ciclista va acumulando a lo largo del Tour.

Así que a nadie le extrañe cuando un ciclista culpe a una caída de su bajo rendimiento. Aunque no se haya roto ningún hueso. Que a veces también ocurre, claro. De hecho, las fracturas de clavícula no son infrecuentes en ciclismo. Muchas veces la mano, punta del brazo extendido, con el codo recto, es la primera parte del cuerpo que choca contra el suelo en una caída. Es una reacción instintiva, que sirve para proteger otras partes del cuerpo, como la cabeza. Lo malo es que aunque sea la mano la que golpea directamente contra el suelo, la clavícula también se traga (indirectamente) una buena parte del impacto. Resultado: clavícula rota y adiós al Tour. En muchos casos, la fractura se resuelve sin apenas tratamiento: unas cuantas semanas con un vendaje en ocho pueden ser suficientes. Otras veces puede ser necesaria una intervención quirúrgica para acelerar la vuelta a la competición.

La consecuencias más grave de las caídas son, de todas maneras, las lesiones cerebrales. Por mucho que todo ciclista intente proteger instintivamente la cabeza con brazos y manos, a veces golpea inevitablemente contra el suelo, o contra lo que sea (vallas, quitamiedos, etc...). Puede sufrir entonces una conmoción cerebral, es decir, una anomalía transitoria de la conciencia (con pérdida de la misma, en algunos casos) que a veces se complica con una hemorragia o un edema intracraneal (se produce entonces un tremendo compromiso de espacio pues el cerebro se encuentra dentro es un espacio limitado como es la caja craneal). A veces todo queda en un buen susto. Otras, en cambio, el daño cerebral es irreparable y el ciclista fallece. Lo que nos lleva a uno de los temas más controvertidos: el uso de casco. ¿Debe ser obligatorio? Las cifras no dejan lugar a dudas: las lesiones cerebrales son las causantes de hasta un 80% de las muertes en el ciclismo, y el riesgo de padecer este tipo de lesiones disminuye hasta en un 90% en los que llevan casco. A veces se han dado casos realmente desgraciados de fallecimientos de ciclistas que llevaban puesto el casco: como el de Manolo Sanroma. Eso sí, hay que llevarlo bien sujeto a la cabeza (sin pasarse) para que así absorba lo más posible el impacto. En algunas caídas el casco se rompe: buena señal. Eso quiere decir que ha amortiguado el golpe. El maldito casco es incómodo, eso sí. En realidad, ni siquiera el calor es una buena excusa para no llevar casco: gracias en parte a los numerosos orificios de ventilación de que disponen los cascos hoy en día, no alteran la termorregulación. Si algo hacen, en todo caso, es que ayudan a refrigerar al ciclista, como demuestran algunos estudios científicos.

Alejandro Lucía es fisiólogo de la UEM.

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