_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Reflexiones sobre el problema vasco

No tengo más autoridad personal para hablar en los términos de este artículo, como voy a hacerlo, que el haber atravesado vivo casi todos los grandes acontecimientos políticos españoles de este siglo, el haber vivido la historia reciente; y aunque sé que éste no es tiempo en que se otorgue valor a consejos de ancianos, me decido a escribir convencido de que, cuando menos, se reconocerá que no me mueve ningún interés personal al trazar estas líneas.Por más que me esfuerzo, no consigo entender el sentido de la polémica que mantienen hoy el Gobierno de la nación y representantes del PNV. Parece ser que el nudo de la polémica consiste en que este último partido rompa el pacto de Lizarra. Pero ¿acaso ese pacto no lo ha roto ya de hecho ETA, con sus crímenes, tras dar fin a la tregua? No conozco que Lizarra haya vuelto a reunirse tras estos sucesos. Y el lehendakari Ibarretxe ha roto el acuerdo de mayoría con EH en el Parlamento vasco, cosa que ha repetido también en algún municipio vasco el alcalde peneuvista. Mi impresión es que si Lizarra es hoy más que una ficción política se debe al empeño de obligar a los dirigentes del PNV a hacer un acto de contrición reconociendo que erraron al sellar ese pacto.

Desgraciadamente, los partidos políticos suelen reconocer difícilmente en público y en caliente sus errores. No tardan tanto tiempo en reconocerlos como la Iglesia en el caso de la condena de Galileo, pero a veces incluso desaparecen antes de hacerlo. El PNV incurrió en algunos, como, por ejemplo, el pacto de rendición de Santoña, durante la guerra civil del 36-39, con un partener que no iba a cumplirlos y los aprovecharía para fusilar y reducir a prisión a muchos combatientes vascos. En aquel momento, la República, en vez de reprocharle el error -y había motivos para hacerlo-, optó por mantener la unidad de las fuerzas antifranquistas y el representante del PNV, Irujo, siguió siendo ministro de su Gobierno, y el lehendakari, José Antonio Aguirre, continuó siendo reconocido como lehendakari. Y yo pienso que al hacer esto la República tomó una sabia decisión.

En política, a veces vale más la flexibilidad que la obstinación, el resultado concreto que la satisfacción del prurito del partido. Por eso es difícil entender la posición del presidente del Gobierno, repetida hasta en el viaje a China, y se expande la duda de si el señor Aznar persigue la finalización del terrorismo o si antepone a ello el desplazamiento de la hegemonía del PNV, sustituyéndola por la del PP: lo que no resolvería el problema vasco.

Éste no tendrá solución mientras subsista ETA y el terrorismo, pero puede complicarse -y de hecho ya se ha complicado- todavía más. La kale borroka y la amenaza de división del pueblo vasco en dos frentes, uno nacionalista y otro no nacionalista, son éxitos de ETA. El pueblo vasco es un pueblo plural, no ya por las inmigraciones originadas bajo el franquismo, sino también por otras anteriores en las que llegaron de Castilla hacia las Encartaciones miles de obreros que hicieron producir a las minas de hierro. Pero, más aún, ese pluralismo ha sido originado por un desarrollo profundamente influido por la comunidad cultural y política con el resto de los pueblos de España, creada en siglos de convivencia. Eso hace que el pluralismo no se determine ni por la consonancia vasca ni por la consonancia castellana de los apellidos.

¿Qué consecuencias podrían derivarse de una cristalización de dos frentes opuestos? Para empezar, una grave fractura social de lo que en realidad es el pueblo vasco, una amenaza a la paz civil en Euskadi. Es cierto que ésta se halla hoy ya muy amenazada; que hay hombres y mujeres que viven sabiendo que pueden ser agredidos y asesinados en cualquier momento; que están perdiendo -o ya han perdido- la confianza en que las autoridades garanticen su seguridad; que una parte del pueblo siente que ha perdido la libertad. Pero en las circunstancias presentes esta situación tiende a agravarse. Y hay que reflexionar seriamente en las consecuencias que podrían producirse si no hay un cambio de rumbo en Euskadi y en Madrid.

No creo ser un profeta de desgracias diciendo que si sobre el fondo del terrorismo se consolida la tendencia a un frente nacionalista, la hegemonía dentro de éste la tendrá cada vez más ETA y menos el PNV. Y que el nacionalismo democrático perderá lentamente su importancia política. Se trata de una dialéctica fatal en este género de situaciones.

Y a ese fenómeno en el resto de España podría corresponderle un ascenso de las corrientes nacionalistas de extrema derecha. Nadie lo dice todavía públicamente, pero hay insensatos que están pensando ya que cualquier agudización del problema sería motivo para enviar el Ejército al norte. No nos engañemos; lo que sucede sólo puede reforzar las corrientes reaccionarias en Euskadi y en España, y agravar el conflicto.

Un cambio de rumbo es importante, pero ese cambio no se producirá si el Gobierno desde Madrid exige, como lo está haciendo, la destitución de los actuales dirigentes del PNV. Bastan dos dedos de frente para comprender que si el Gobierno, desde Madrid, demanda la destitución de Arzalluz, eso es suficiente para que incluso los más críticos con su política en el PNV cierren filas a su lado. Esto es tan elemental que cabe intuir que quienes lo hacen están viviendo la ilusión de que así podrán derrotar a ese partido en unas elecciones vascas anticipadas.

Y por eso reclaman también esa anticipación. Pero ¿serían verdaderamente libres, hoy, unas elecciones en Euskadi en estas condiciones de terror? Yo estoy impresionado todavía por el recuerdo de la manifestación que hicimos en Andoain el día del entierro de López de Lacalle. Recuerdo que desfilamos por una ciudad con balcones y ventanas cerrados hostilmente, y que en la calle no estábamos más que los manifestantes, en su casi totalidad foras

Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_