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Ni siquiera los ancianos ayudan

EDUARDO URIARTE ROMEROEl recurso al consejo de los ancianos era antiguamente un medio para desactivar posibles enfrentamientos. Los mayores ponían su experiencia y, sobre todo, su prudencia a disposición de la comunidad, demorando a la vez el veredicto en el tiempo -dicen que el tiempo lo cura todo-, porque los ancianos antes de anunciarlo meditan fumando sus pipas.

Aquí, los ancianos son los peores. Por el hecho de tener un prócer patriarcal que se excita cada fin de semana no está permitido la generalizar a toda la senectud la mala leche, pero esto va para arriba y ya tenemos dos. El segundo atribuye a una mayoría de jóvenes con nombre en euskara el protagonismo de los desmanes callejeros, recordando con su declaración aquella sorpresa versificada del hidalgo portugués debida a que todos los niños de Francia supieran hablar francés. Por atisbo de coincidencia o mal explicado que haya sido, la asociación no ha dejado de sentirse como una provocación. El señor Enrique Villar flipa.

Esto no suele pasar con los ancianos de izquierdas porque, como han recibido muchos palos en su vida, sí que suelen ser prudentes. De donde se demuestra que la prudencia en la ancianidad no es cuestión de los años que se tengan, sino de los palos que se hayan recibido a lo largo de ellos. Los ancianos de derechas han recibido muy pocos palos, y si se equivocan ya saben que normalmente los reciben los mismos de siempre. Así, ya tenemos dos ancianos (el otro, si alguien no se ha enterado, es Arzalluz) enfrentados en la escena, la pareja necesaria en toda farsa para animar la obra coral y que cada personaje tenga su antitético. De exabrupto en exabrupto hasta el apoteosis final. El que vaya de razonable que deje las tablas y baje a la platea. Los ancianos del lugar no ayudan nada.

Los ancianos debieran de estar para hacernos notar cosas que parecen que se repiten en el tiempo y sacar conclusiones. Aparentemente, hay hechos que indican que volvemos a los revoltosos años de la transición según el proceso abierto en Lizarra. Encerrona de los sindicalistas de ELA por el acercamiento de los presos, marcha de los familiares de éstos por los caminos del país, encuentro entre los nacionalistas.... Pero no es igual.

El PNV, aunque se tire al monte, tiene demasiado Ajuria Enea que perder. Se ha quedado a medio camino, que es como no estar en ninguna parte, batido por todos los fuegos, y aunque haga guiñoos a los radicales, mientras los otros no les traigan en bandeja de plata la soberanía, como los motoristas de la pizza, ellos no dejan el Gobierno vasco ni estando en minoría. Son capaces de soportar el capricho de sus socios de asistir o no al Parlamento según lo que se debata, situación de humillación para cualquier gobierno que se precie.

Pero hay otra gran diferencia con los años de la transición: no existe inestabilidad política en el resto de España, para colmo el Gobierno español dispone de mayoría absoluta y el sistema está totalmente homologado en Europa. No es lo mismo.

Quien espere una situación similar a la de la transición, que fue cerrada con la Constitución y el Estatuto, se está confundiendo de plano. Los que deseen que la historia se repita, lo máximo que alcanzarán a ver será una parodia. Si el nacionalismo vasco espera una nueva transición se verá agotado en el esfuerzo.

No son estos los tiempos, y un proceso pendular se abrirá camino en el otro sentido, y las amonas de los caseríos no seguirán escandalizándose por los extraños nombres que les ponen a sus nietos, y los delegados del Gobierno no meterán la pata jugando con esos nombres.

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