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Selección de personal

JOSÉ RAMÓN GINERLa semana pasada, se examinaron, en la Universidad de Alicante, dos mil personas para un empleo de administrativo y en el primer ejercicio tuvieron que responder a cien preguntas. Para responder a estas cien preguntas, los opositores dispusieron de 45 minutos. Si uno no ha olvidado por completo las matemáticas, cada cuestión debía ser resuelta en 27 segundos. Descuenten ustedes a estos segundos los invertidos en la lectura de la pregunta, más algunas décimas que inevitablemente se escurren por aquí y por allá, y el tiempo que resta para la respuesta es tan escaso que no nos imaginamos qué puede hacerse con él. Salvo contestar a la buena de Dios, claro está.

Los resultados de una prueba tan particular han sido, naturalmente, sorprendentes. Personas a las que todo el mundo tiene por inteligentes, bien preparadas, competentes en su trabajo, han sido incapaces de superarla. En cambio, quienes jamás hubiéramos imaginado, la han salvado sin grandes dificultades y ahora se encaminan a obtener su plaza de funcionarios en la Administración. ¿No resulta curioso este procedimiento de la Universidad de Alicante para escoger a su personal?

Hasta ahora, uno creía que estas pruebas contra reloj se reservaban para los concursos televisivos, donde hay que poner en un brete el corazón del espectador. Lo que no imaginábamos es que se utilizaran también en la Universidad. En una institución tan seria, dábamos por supuesto que la selección de sus administrativos se realizaría de una manera más propia, ecuánime y efectiva. Nadie pone en duda la necesidad de habilitar algún procedimiento cuando se debe elegir, entre más de dos mil pretendientes, a los mejor preparados. Si con una prueba como la aquí aplicada se seleccionara a los más capacitados, yo no tendría nada que objetar y no estaría escribiendo ahora mismo este artículo. Pero, a la vista de lo sucedido, parece evidente que el tribunal no le preocupaba tanto valorar la capacidad de los aspirantes como reducir su número. Y esto es una falta de respeto a los opositores.

Con frecuencia, escuchamos decir que la universidad debe ser competitiva y manejarse con los criterios que rigen en la empresa privada. Es una idea plausible que muy pocas personas rechazarían. Pero, ¿qué empresa privada seleccionaría a su personal sin atender a sus cualidades y conocimientos, y buscando únicamente sacudirse de encima un farragoso trámite, como aquí se ha hecho?

Este asunto pone de manifiesto un problema que algunas de nuestras universidades tienen sin resolver y que amenaza con convertirse en un lastre para su desarrollo. En los últimos años, las universidades españolas vienen realizando un considerable esfuerzo por ponerse al día. Han creado nuevas titulaciones, se han acercado a las necesidades de la sociedad, han buscado romper su aislamiento. Sin embargo, en ciertos casos, sus estructuras administrativas apenas han variado. El resultado es paradójico. Nos encontramos con universidades que están entrando en el siglo XXI, plenamente incorporadas a las nuevas tecnologías y que, sin embargo, funcionan con una administración de comienzos del XX, cuando no del XIX.

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