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Asad e hijo, Sociedad Limitada.

Tardará todavía algunos años en existir un tribunal penal internacional, y aún entonces estará por ver cuán universal sea, pero, al menos durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX, un notable precursor ha hecho las veces del mismo con un carácter de inapelabilidad envidiable. Es la gran Prensa y los medios de comunicación occidentales. Por supuesto, que ese sanedrín no emite sentencias unívocas, que el voto particular existe, pero aunque desde la Revolución Francesa seamos todos iguales, unos lo son más que otros, y una cierta impregnación informativa, promesa de pensamiento único, nos pone ante verdades rocosamente consolidadas.En la sucesión en el poder sirio, de Asad a Asad, que deberá consumarse a fin de julio con la elección del hijo, Bachar, como presidente tras la muerte del padre, Hafez, ese tribunal ha pronunciado ya varias sentencias inamovibles.

La primera es la de que en la negociación con Israel sobre la devolución a Siria de las colinas del Golán, a cambio de una paz completa, fue la intransigencia de Asad, padre, fallecido el pasado día 10, la que impidió llegar a un acuerdo.

Tras varios años de tratos interrumpidos, secretos, y casi siempre por intermediarios, las diferencias entre las partes se habían reducido a una estrecha franja de terreno a unos metros del lago Tiberiades, que Damasco reivindica porque ha sido suya desde la guerra de 1948 hasta la de 1967, cuando en aquella primera contienda Israel agrandó, por su parte, el territorio que le había reconocido la resolución 181 de la ONU, bastante más de lo que supuso el mordisco acuático de Siria. Israel, al tiempo que reconoce a Damasco sólo la frontera de 1923 -la que le deja sin lago- no piensa abdicar, sin embargo, de lo que obtuvo en su guerra de Independencia. ¿Por qué, entonces, sólo es Asad el intransigente? Sostenerlo sería como tachar a España de otro tanto si rechazara la devolución de una parte de Gibraltar, a cambio de un nuevo tratado en el que renunciase al resto del Peñón.

La segunda es la de que estos sirios no tienen pudor alguno. La Constitución del país establecía la edad mínima de 40 años para acceder a la primera magistratura del Estado, edad que tenía Hafez el Asad al ser plebiscitado presidente en 1971, aunque es cierto que entonces no sólo tenía la edad sino también al Ejército en el movimiento correctivo de noviembre de 1970 con el que tomó el poder. Y, como Bachar, sucesor de sucesor puesto que un hermano mayor murió en accidente hace unos años, sólo tiene 34, la velocísima reforma de la Constitución ha rebajado la edad para presidenciar no a 35 o 30, como quien va de moderno, sino exactamente a 34. Estos árabes es que no aprenderán nunca a hacer las cosas.

Pero lo que se omite es que la clase gobernante siria no tiene la más mínima intención de ocultar que la revisión es sólo para que pase el hijo, igual que anteriormente los 40 años valieron para el padre. Son otros modos, en los que los responsables no ven incongruencia alguna, porque no hay tentativa de querer que las cosas sean diferentes de lo que son. Homenaje, unción carismática, alauismo, y no elección democrática es lo que el procedimiento implica, porque para garantizar que la minoría alauí, a la que pertenecen los Asad, siga gobernando, lo más seguro es que todo quede en la familia.

Y la tercera, que con la retirada israelí del Líbano -todavía incompleta porque queda algún Tiberiades en poder de Jerusalén- Siria ha hecho un pésimo negocio, porque ya no puede presionar al Ejército ocupante con la guerrilla de Hezbolá en la franja sur del país. Nadie, con todo, explica por qué durante los 22 años que Israel ha permanecido en tierra libanesa, jamás se haya argumentado que ello constituyera un buen negocio para Damasco. Si alejar a los israelíes del Líbano, país sobre el que Siria ejerce un virtual protectorado desde los años cincuenta, es mal asunto, debería deducirse de igual forma que haber sido despojado durante tantos años de una parte del mismo tendría que haber sido toda una bicoca.

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