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ÓPERA - STAATSKAPELLE BERLIN

Sin trampa ni cartón

El desempate, con Beethoven como prueba de fuego, puso las cartas boca arriba y los músicos de la Staatskapelle, con su director titular Daniel Barenboim, salieron reivindicados. El desempate venía, claro, de la diferente impresión causada en días anteriores por las óperas de Wagner y Mozart. En Beethoven, la excelencia interpretativa estuvo más cerca de la sublime versión de Tristán e Isolda que de la desigual, y por momentos alicaída, de Don Juan. El 2-1 deja las cosas en su sitio.Beethoven es un compositor que no admite trampas ni subterfugios. De ahí proviene, entre otras muchas razones, su extraordinaria dificultad. Barenboim realizó la integral de las sinfonías de Beethoven con la Orquesta de París en el Teatro Real hace 19 años. Por lo que se mantiene en el recuerdo y por las notas escritas entonces, era un Beethoven que no acababa de cuajar, más impetuoso y bienintencionado que compacto.

Staatskapelle Berlin Director: Daniel Barenboim

Concierto sinfónico. Ludwig van Beethoven: Sinfonía número 6 en Fa mayor, opus 68, "Pastoral", y Sinfonía número 6 en do menor, opus 67. Teatro Real, 26 de junio de 2000.

Poco que ver con el de anoche. Se acerca Barenboim a Beethoven desde la serenidad y la energía. La serenidad llenó cada momento de una hermosísima Sexta sinfonía, radiante de luz, activa en la contemplación, controlada en su desarrollo narrativo, transparente. Los diálogos entre las diferentes familias sonoras tenían una dimensión a veces camerística, a veces chispeante, a veces incluso juguetona.

No era necesario enfatizar más que lo imprescindible para que la atmósfera pastoral creada acompañase hasta el último suspiro. Se palpaba la creación musical desde la sustancia. La concentración de director y orquesta eran portentosas. El deslumbrante dominio de los matices sonoros y expresivos evidenciaba que Barenboim tenía una noche en gran maestro. Se beneficiaba de la asimilación de Beethoven desde todos los flancos, y del peso de una tradición que en él no olía a rancio, sino todo lo contrario. La ausencia de retórica era paralela o, más bien, venía subrayada por la limpieza de la ejecución orquestal.

Llegó la Quinta, la "sinfonía de las sinfonías", con ella el hechizo. Desde el tema inicial, la lectura fue fogosa. Más aún: apasionada. Los golpes del destino no rezumaban pesimismo y tampoco marcaban un tono de carácter exclusivamente dramático. Barenboim liberaba continuamente energía en grandes dosis, pero no perdía en ningún momento el control de la tensión musical. Sabía estar, por otra parte, cantable y hasta dulce en algunos pasajes de la cuerda (portentosa la de la Staatskapelle de Berlín, en todas y cada una de sus secciones), sin por ello dejar de agudizar los contrastes dinámicos. Era un Beethoven radiante, poderoso, lúcido, con muchas más luces que sombras.

Tanto en la Quinta como en la Sexta, las lecturas de Barenboim no llevaron a un Beethoven colosal, monumental, ni siquiera espectacular por encima de todo, sino más bien resplandecía un Beethoven atento al discurso humanista, emotivo desde la cercanía, profundamente conmovedor.

El público estalló en ovaciones clamorosas al finalizar el concierto. El oasis musical berlinés ha aliviado los calores del estío.

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