Pura energía
JOSÉ LUIS MERINO
Entre las ruinas olvidas del antiguo Depósito Franco de Uribitarte, los animosos Emilia Epelde y Mikel Mardaras, propietarios de la galería La Brocha de Bilbao, han logrado lo que parecía a primera vista impensable, esto es, el montaje de una amplísima exposición de pinturas de José Luis Zumeta.
Sobre una superficie de mil metros cuadrados, repartidos en tres espacios, se alzan medio centenar de obras. Diecisiete de ellas de gran formato: dos metros por tres metros. En el anchuroso espacio central, el mayor de los tres, está colocado una réplica libre o visión muy personal del Guernica de Picasso, con sus mismas medidas (3,510 x 7,825), que realizara el pintor de Usurbil hace año y medio, para una muestra en torno al famoso cuadro que se llevó a cabo en el norte de Escocia.
Hasta aquí la cuantificación de los datos objetivos. A partir de esto entra en acción el arte de Zumeta. Arte pleno de energías, arte de acción. No existe sofisticación alguna en esos trazos violentos. Sólo un henchido orgullo de vida. El pintor siente dentro de sí una energía profunda, aunque larval. Es lo único que sabe, lo único de lo que está seguro. Y como es pintor trata de dar rienda suelta a esa energía. Compulsivamente traza formas que van llenas de colores vivos. Expande gestos que cubren cada lienzo. Entonces surgen las grafías desgarradas, trémulas unas veces, otras veces vibrantes, y siempre remecidas.
En ese pintar, que más parece una pelea consigo mismo, Zumeta nos está recordando que para él el arte consiste en conseguir trasladar a los cuadros sus más íntimas e inmediatas sensaciones pictóricas. De ahí esa lucha semejante a un cuerpo a cuerpo con los pigmentos, en un toma y daca continuo. No existe nada más concreto y seguro como una mano con muchas ganas. A este respecto, Schopenhauer aducía que "el tacto es visión que recorre el camino".
Los resultados son puros signos plásticos. No hay nada sofisticado en ello, queremos repetirlo. Veámoslo únicamente como la metafísica orgiástica del juego y lo festivo. O, lo que es lo mismo, el impulso de dar expresión directa a un sentir y juntarlo al oficio de equilibrar de la manera más armónica -más plástica- posible ese sentir.
Dentro de las obras mostradas por Zumeta conviene reparar en dos facetas claramente diferenciadas. Por un lado figuran las asaz barrocas, gestadas a base de una gran acumulación de trazos y signos reiterativamente diversos; y por otro lado están las más escuetas y sintéticas. Mientras las primeras, con los pequeños detalles tratados como mundos independientes -con el papel de ser dinamizadores del todo-, resultan más enjundiosas, por su mejor acabamiento, que las otras, para el artista las segundas contienen un interés especial. ¿Por qué? Porque se trata de ver cómo con poco elementos, y aún con una reducidísima manipulación, al final se consigue que el cuadro sea una entidad válida. Es como si, al insistir pintando, el cuadro perdiera su parte más pura y prístina. También se podía argumentar que al querer rematar la obra, con ello se llega a matar su misterio. De ahí esa sensación de inacabamiento en algunas de las obras expuestas.
En cuanto al Guernica, la pieza es una convulsión que parece morir de rodillas. Resulta como fuego vendado por heridas. Un desafío a lo perdido. El inmenso festín de los buitres. Son los colores de las llamas de lo que fue un infierno terrenal. Aterrador incendio...
Zumeta me secretó hace años unas palabras sobre la manera de entender su arte expresivo: "Pintar es pura impotencia. Afloran los mínimos. Todo lo que hay debajo es pura impotencia. Pero es verdad que si te paras, tu vida deja de existir".
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