¿Casi una religión?
Hace un par de años escuché a Simon Levin -un ecólogo de la Universidad de Princeton- referirse a la hipótesis Gaia como almost a religion. La hipótesis, a pesar de haber sido enunciada hace casi tres décadas, no forma parte de la corriente principal de la ecología ni de la biología evolutiva. El porqué de su poca aceptación no hay que buscarlo en la inercia de una comunidad científica supuestamente tradicional, sino en los problemas de la hipótesis, en su transformismo -sus diversas versiones- y en su conflicto con la teoría darwinista de la evolución.La hipótesis Gaia hace referencia a las propiedades globales de la biosfera, e incorpora escalonadamente en sus distintas versiones las siguientes afirmaciones: (1) existen efectos recíprocos, a escala global, entre las condiciones del ambiente y los seres vivos; (2) ese entramado de relaciones lleva a la regulación de las condiciones del Planeta, de manera que las condiciones tienden a permanecer constantes; y (3) las condiciones resultantes de esa regulación son las óptimas para los seres vivos. Hago notar que puede aceptarse la existencia de efectos sin regulación y de regulación sin optimización.
En relación con el primer punto, lo destacable es que los seres vivos puedan afectar las condiciones globales de la Tierra. Conocemos que esto ocurre en algunos casos -por ejemplo, los niveles de oxígeno en la atmósfera se deben a la actividad de los organismos fotosintéticos- y no en otros -el movimiento de los continentes no está causado por los seres vivos-. Pero al no precisar cuándo debemos esperar efectos y cuándo no, la hipótesis Gaia deja de ser una hipótesis para convertirse en un tema de investigación. El segundo punto carece también de precisión. No queda claro si la escala temporal de la regulación es ecológica (digamos décadas o siglos) o evolutiva (miles o millones de años). Esto es importante para contrastar la predicción de la constancia de las condiciones ambientales. Por ejemplo, las glaciaciones ocurridas en la historia de la Tierra ponen de manifiesto carencia de regulación.
Los problemas más importantes ocurren, sin embargo, cuando se sostiene el tercer punto: la regulación resulta en condiciones óptimas para la vida. El primer problema es de significado. ¿Qué significa ser bueno para la vida cuando los seres vivos tienen preferencias ecológicas diversas, cuando el oxígeno que unos necesitan es letal para otros? ¿Se refiere a la mayoría de los seres vivos? Ciertamente, muchos seres vivos desaparecerían con una cambio brusco de las condiciones dominantes, pero de ello no se deduce que las condiciones son las que son porque permiten la vida, sino que la vida es como es porque se ha adaptado a las condiciones dominantes. Esta confusión entre causas y consecuencias es el segundo problema. El tercer problema es que se ignora que la evolución biológica ocurre generalmente por selección natural de los individuos. Así lo establece la teoría darwinista de la evolución, la cual permite explicar multitud de fenómenos biológicos más satisfactoriamente que la hipótesis Gaia: los individuos que presentan rasgos (adaptaciones) que les permiten sobrevivir mejor y dejar más descendientes causarán necesariamente que esos rasgos se conviertan en comunes, pues estarán presentes en una descendencia más abundante. Y esto ocurrirá con independencia de las consecuencias que tenga a largo plazo para las condiciones ambientales. Así concebida, la evolución no es un dios que guía la vida hacia un futuro de perfección y de equilibrio. El equilibrio a largo plazo, si existe, es contingente. Al contrario, la hipótesis Gaia, en su versión optimizadora, lleva implícito un finalismo. De ahí, probablemente el irónico comentario de Levin.
Manuel Serra es profesor de la Facultad de Biológicas de la Universidad de Valencia.
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