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PERFIL

Una feminista moderada

La directora del Instituto Andaluz de la Mujer, Teresa Jiménez Vílchez, se ha hecho a la idea de que este año no podrá ocupar su localidad de abono en el graderío de la plaza de toros de Granada a causa de sus nuevas ocupaciones. Ni saborear la media docena de pastelillos entre que desollan al tercero y sale el cuarto de la tarde. Teresa Jiménez, nacida en Lanjarón en 1964, casada, madre de un hijo de cuatro años, es una mujer de gustos sencillos. En los toros también. Le gusta Joselito, pero no comparte la devoción de algunos aficionados hacia determinadas figuras del toreo.Su biografía política es igualmente sucinta. Se afilió al PSOE en 1987, influida por los compañeros de una asociación juvenil que habían fundado un año antes en Lanjaron, el pueblo de las aguas medicinales y de los agüistas que recorren la calle principal con sus vasos oscilantes con una parsimonia de otro siglo. Allí fue secretaria local y, entre 1991 y 1999, concejal y teniente de alcalde, responsable de áreas tan diferentes como Cultura, Educación, Turismo, Hacienda y Urbanismo.

Su carrera no rompió los estrechos límites de su pueblo hasta muy recientemente, en abril de 1999, mes en que fue nombrada delegada de la Consejería de Educación por Manuel Pezzi. Antes había formado parte del gabinete del anterior delegado. A partir de ahí su ascenso ha ido muy rápido, tanto que apenas la han dejado degustar convenientemente los sabores contradictorios de los cargos públicos. En marzo tuvo que abandonar la delegación para participar en las elecciones autonómicas. Salió elegida, pero mes y medio después tuvo que dejar la plaza para ocupar la dirección del Instituto Andaluz de la Mujer.

Se podría pensar, por el cargo, que es feminista radical, pero no es cierto. Nunca, afirman quienes han conocido su carrera, ha dejado separada la circunstancia de ser socialista con la de mujer. De hecho no ha militado en ninguna asociación feminista de convicciones rigurosas. A lo sumo, dentro del partido, fue secretaria de Participación de la Mujer en la secretaría de José Moratalla.

Así las cosas, a Gaspar Zarrías le pareció la persona perfecta para iniciar una etapa diferente en el Instituto, una etapa centrada menos en la reivindicación de derechos básicos -por fortuna, ya superada- que en la proyección de nuevos horizontes: apoyo a la mujer rural y a los planes para devastar el desempleo femenino.

Tesón nunca le ha faltado. Se educó en un colegio de monjas de Granada. Por contraste, las religiosas le enseñaron qué significa la ñoñería y las convenciones. Se rebeló. Hasta que en 1989 no obtuvo por oposición la plaza de profesora de Lengua y Literatura Española de instituto nunca tuvo vacaciones de verano. El verano era la época del trabajo. Sus padres regentaban un hostal que recibía bañistas en Lanjaron, y desde junio a septiembre tenía que atender la recepción y el comedor. Su perfil político está construido sobre la experiencia de la atención al cliente, el servicio y la constancia. Ha sido profesora en Olula del Río (Almería), en dos institutos de Granada capital, en otro de Órgiva, en Dúrcal y en Baza. La enseñanza le ha supuesto una experiencia hermosa, a la que no le importaría regresar cuando fuera menester.

Antes, en la facultad, se enamoró de su profesor, un hombre separado, mayor que ella. No fue una aventura juvenil y, unos años después de acabar la licenciatura, en 1992, se casaron en un juzgado de Úbeda, en Jaén. Ambos comparten los cuidados de un hijo y una casa a la entrada del Albaicín. Como madre es solidaria, pero poco convencional. Por ejemplo, le gusta servir la comida, pero no guisar. En realidad, le disgusta la cocina, pero en cambio le agrada planchar y ha demostrado gran pericia en el punto de cruz: muchos de sus cuadros lucen en casas de los conocidos.

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Hemos aludido al principio a una de sus pasiones principales: los toros. No es broma. Incluso pertenece a una asociación de abonados taurinos. No es currista en la medida que el currismo es una obsesión, una forma exagerada de culto a la personalidad. Su otra pasión son los carnavales de Cádiz: cada año, por Carnestolendas, hace las maletas y se refugia durante varios días en pleno bullicio, entre máscaras, pitos, cuartetos y coros.

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