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Kim Jong-il, un obseso de la seguridad

La personalidad del dirigente norcoreano Kim Jong-il ha sido siempre un enigma para aquellos expertos en Extremo Oriente que pretendían escribir sobre Corea del Norte. Nunca ha dado una entrevista, sólo ha efectuado un viaje oficial al extranjero, apenas se le ha visto en público y en rarísimas ocasiones ha pronunciado un discurso. La principal fuente de información sobre el misterioso líder han sido los servicios secretos surcoreanos, que le describían como un depravado alcohólico que suplía la falta de cariño materno -su madre falleció cuando tenía siete años- con jóvenes escandinavas y viendo películas pornográficas. La primera visita a Pyongyang de su homólogo surcoreano ha permitido confirmar al menos uno de los supuestos infundios difundidos por la propaganda de Corea del Sur: la obsesión casi enfermiza de Kim Jong-il por la seguridad. A diferencia de lo que ocurre durante las visitas oficiales entre países normales, el régimen norcoreano se negó a hacer pública la agenda o el itinerario de Kim Dae-jung durante su estancia, hasta el punto de que la prensa de Seúl no sabía a qué hora su presidente se embarcaba rumbo al Norte.

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"No quisimos dar publicidad a su visita a través de los periódicos o de la radio por razones de seguridad", comentó el líder a su huésped. Horas antes de que aterrizase en Pyongyang el avión presidencial, la población sí fue advertida para que pudiese agolparse a lo largo del recorrido.

Las cadenas de televisión surcoreanas retransmitieron en directo el inicio del viaje histórico, pero seis horas después del aterrizaje los medios de comunicación del Norte seguían sin dar la noticia. "Ustedes se preguntan por qué no damos cuenta de su visita en la televisión y por qué los medios de comunicación permanecen tranquilos", espetó el líder a sus huéspedes. A las cinco de la tarde, la radio de Pyongyang informó, por fin, del acontecimiento histórico.

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