Vuelta a empezar
Terminó la feria de nunca acabar y, ahora, todo vuelve a empezar. Otra vez las novilladas rutinarias, los japoneses de sonrisa estereotipada en los tendidos de sombra, los vikingos de pantalón corto en los tendidos de sol, la minoría de aficionados salpicados por ahí, y cemento, mucho cemento vacío en las localidades.Faltaban, naturalmente, los portadores del vaso de whisky del tendido 10, los isidros que todo lo aplauden y los comilones de la andanada del 8, que se ponen hartos de migas y empanada. Unos y otros estuvieron, durante toda la feria, repitiendo elogios y piropos a las novilladas y diciendo a todo el que quería oírlos que lo que había que hacer era ir a ver novillos y novilleros. Pero cuando, acabada la feria, se les brinda la posibilidad de presenciar un festejo de su gusto, se quedan en casa. ¿Y para eso tanto ruido?
Peña / Robleño, Barea Novillos de Fernando Peña, de presencia desigual, manejables en general
1º, mansurrón; 2º, codicioso; 4º, pastueño; 5º, cuajado, manso; 6º, muy bien presentado. Fernando Robleño: estocada caída (aplausos y saludos); pinchazo y estocada delantera y desprendida (aplausos y saludos); estocada caída perdiendo la muleta (oreja). Antonio Barea: pinchazo y media (silencio); aviso antes de matar, dos pinchazos, pinchazo hondo, rueda de peones, dos descabellos y se echa el novillo (silencio); dos pinchazos, media y rueda de peones que tumba al novillo (silencio). Plaza de Las Ventas. 11 de junio. Menos de media entrada.
Claro está que, a lo mejor, son videntes o pitonisos, porque la novillada de ayer, la verdad sea dicha, resultó un poquito rollo. Porque hubo novillos excelentes, como el segundo y el cuarto, y su matador, Antonio Barea, se quedó sin tocar pelo. Y la orejita que le dieron a Fernando Robleño fue a favor de la compasión, porque el novillo, el más difícil de la tarde, estuvo a punto de darle un disgusto.
Si se trata de que todo vuelva a empezar, los primeros que tendrán que hacerlo son Robleño y Barea. Tres novillos toreó cada uno y sólo a Robleño le dieron esa orejita que se da a los novilleros para que se animen. Tanto uno como otro espada desaprovecharon la bondad de los novillos y, seguramente, a estas horas, ya se están lamentando por ello.
Tuvo Robleño un primer novillo flojito y manejable, y se dedicó a torearlo sin gustarse y colocado fuera cacho. Tardeaba el animal, pero tenía el suficiente recorrido como para hacerle un toreo de muletazo largo. Al tercero lo quiso recibir de rodillas en los medios y el intento le salió mal, porque le dio la salida por el lado izquierdo y el astado tomó el camino de la derecha. Volvió a ponerse fuera de sitio el novillero y, por no llevarlo toreado y dejar ventanas entre la muleta y la embestida, le achuchó el novillo más de una vez.
Al final, le correspondió un manso con trapío, que estuvo a punto de derribar, se fue suelto de los encuentros con los jacos, hizo hilo en banderillas y llegó incierto a la muleta. Robleño estuvo decidido y arrojado con él, aunque le faltó tirar más del burel y torearlo con dominio, porque allí mandó más el novillo que el torero.
Antonio Barea, que tuvo enfrente dos novillos excelentes, tiró por la borda la oportunidad que se le había concedido. Quiso hacer las cosas bien, pero no se acopló nunca y, sobre todo, no remató ningún muletazo, por lo que le vimos mucho baile de zapatillas a la salida de cada pase.
Sólo le salían aparentes los pases por alto, pero el toreo por alto está al alcance de cualquiera. Todos los aficionados, en las tientas, torean por alto.
Sus carencias fueron más visibles con la perita en dulce que tuvo en cuarto lugar. Un novillo muy noble, que le dejaba colocarse. Y para colmo de desdichas, estuvo muy desafortunado con el estoque en los tres enemigos que mató.
Babelia
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