_
_
_
_
Tribuna:HORAS GANADAS
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El infierno circular RAFAEL ARGULLOL

Rafael Argullol

Se ha reeditado hace poco, en México, el libro de conversaciones entre Octavio Paz y Julián Ríos que bajo el título Solo a dos voces fue publicado por primera vez en 1973. Es un buen testimonio de los itinerarios de Paz a través de dos tercios del siglo XX que, desde luego, merecía la reedición. Pero lo mejor del volumen es un diálogo inédito, añadido como post scriptum, correspondiente a una última conversación entre ambos interlocutores, mantenida en 1996, cercana ya por tanto la muerte del poeta mexicano.A lo largo de una docena de páginas llenas de tensión, Octavio Paz realiza un ajuste de cuentas con sus demonios de modo que, aceradamente comprimidos, resurgen la mayoría de sus temas, a menudo con formulaciones sorprendentes por su radicalidad. Por el tono con el que se nos presenta la transcripción de sus palabras, el testimonio se convierte fácilmente en testamento.

Testamento o testimonio, hay un momento especialmente memorable, que ilumina todos los demás, en el que Octavio Paz recuerda aquella enigmática afirmación de Ramon Llull de que en el infierno la pena era circular. Paz la asocia, en su último diálogo con Julián Ríos, a un capitalismo crecientemente descarnado. El mercado, despojado de sus máscaras, es, así, un mecanismo ciego que gira sin cesar. En palabras textuales de Octavio Paz: "Un círculo endemoniado... producir para consumir para producir...".

Acusado tantas veces de contrarrevolucionario -o "antirrevolucionario"-, el poeta mexicano realiza una postrera deriva de apasionado rechazo del capitalismo y, de modo muy particular, del lucro generalizado. A Paz le preocupa, le obsesiona, el totalitarismo del lucro: no tanto, por consiguiente, el poder del dinero, al parecer inevitable, cuanto la creación de un sistema claustrofóbico en el que, supuestamente abatidas todas las contradicciones, nada ni nadie escapan del demonio del lucro. Quizá en su condición de crítico temprano del "destino infernal" que aguardaba a los paraísos comunistas, Octavio Paz se encuentra ante la obligación, simétrica, de advertir hasta qué punto los paraísos del capitalismo se hallan abocados a su propio infierno.

Y el infierno es circular. Aunque recordada de paso, la imagen de Ramon Llull adquiere, por así decirlo, el rango de idea central que retorna continuamente, sea irradiándose hacia la "extraordinaria y repelente uniformidad de las sociedades contemporáneas", sea caracterizando el "embotamiento de la sensibilidad". En este infierno circular todo es elevado, en ocasiones hasta cumbres gigantescas, para luego ser tragado, triturado y devorado con igual fuerza.

La imagen de Llull recordada por Paz es, de hecho, una imagen tan poderosa y tan actual -tan intempestivamente actual- que suscita en el lector una cascada de imágenes. En mi caso quiero evocar dos de esas imágenes, una muy concreta y la otra, tan genérica como puedan serlo las ideas.

La primera es una ilustración de Gustave Doré, muy popular en otro tiempo, en la que se mostraba un corro de presos en el patio de una prisión: ahí estaba también esa circularidad infernal, ese esfuerzo baldío, ese camino encerrado sobre sí mismo. Una pena circular, incluso demasiado evidente en su sombría geometría. La sabiduría de los mitos antiguos era menos geométrica en apariencia, pero acaso más cruel: el suplicio de Tántalo es circular, como lo es asimismo el de Sísifo, que al trasladar la roca de un lado a otro dibuja cada vez, invisiblemente, el estigma de la pena luliana sobre la frente del hombre.

La segunda imagen entraña una paradoja que planea fantasmalmente sobre nuestra época y que, en cierto modo, se ha apoderado de las voluntades: el vértigo inmóvil. Como impulsados por un resorte o, lo que es peor, como obedeciendo un mandato divino, nos exigimos un continuo vértigo que, sin embargo, nos traslada a una permanente sensación de inmovilidad. Información, consumo, ocio, producción, tráfico, construcción, destrucción: la cadena se desplaza cada vez más deprisa, a velocidad de vértigo incluso, pero siempre alrededor de un punto ciego en el que permanecemos anclados, aunque procurando ignorarlo.

No obstante, cuando antes o después lo descubrimos -y siempre se acaba descubriendo, pese al miedo o a la cobardía-, retorna abruptamente el patio de la prisión de Gustave Doré y los habitantes del vértigo se parecen, de repente, a los presos que giran en el círculo maldito. ¿Hay algo que pudiera contribuir a romperlo?

Octavio Paz, al final de su vida, piensa que sí, aunque lo exprese por vía negativa, lamentando la ausencia de la crítica y de la duda. Cuando, por fortuna, ya no hay paraísos definitivos, el único paraíso es interrumpir la cadena. O, al menos, poner bajo sospecha sus promesas de felicidad. Porque lo que es seguro es que el infierno es circular: producir para consumir para producir...

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_