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El olfato de Fabra

JULIO SEOANE

Cambiando un poco la pregunta del viajero curioso que aparece en la No-che de Walpurgis, decidme: ¿cómo se llama ese tío tan estirado que tan altivo camina y así los vientos rastrea? "No os preocupéis; va buscando las huellas del nacionalista".

Pálido me puse cuando el domingo pasado leí en la prensa que el señor Fabra, presidente de la Diputación Provincial de Castellón, veía en la Universidad una institución dominada por ayatolás, integristas, fundamentalistas y nacionalistas. Como pintaba un panorama muy negro, no pude entender con claridad si apuntaba sólo hacia la Universidad de Castellón o el repaso era un poco más general, más de grupo, como si fuera el Gran Hermano de las universidades valencianas.

Pero, por favor, no quiero que me interpreten mal. El sobresalto que me produjo no se debía al contenido de las declaraciones de este señor. Estoy acostumbrado, como casi todo el mundo, a escuchar cosas parecidas en los mensajes políticos. Y seguro que no será la última vez. No, mi problema era otro. Algunos amigos conocen la mala opinión que tengo del estado actual de la universidad, deteriorada y corrompida por una legislación que no podía tener otro resultado. Pero las palabras de Fabra, que pretendían despertar la voca-ción de rector en las juventudes políticas del PP, resultaban tan estridentes que casi me obligaban a defender a la universidad. ¡Qué susto!

Afortunadamente, los días transcurridos y la polémica desatada me hicieron ver que no había para tanto. Eran unas declaraciones poco adecuadas y todavía menos políticas, pero tenían la virtud de exponer públicamente que la universidad es una institución tentadora, deseada, apetecible para unos y para otros, tanto para tirios como para troyanos. Algo que no es nada nuevo y que tiene ejemplos muy conocidos en la historia general de esta institución. Sin ir tan lejos, recuerdo que a principios de los ochenta, comentando con un académico las características del nuevo profesorado, me contestó sin inmutarse que a él no le preocupaba si eran buenos o malos, que lo único que necesitaba eran guerrilleros. Pocos años después, él se fue de Valencia y los guerrilleros se quedaron. Desde antes y desde entonces, la universidad sigue siendo un oscuro objeto de deseo para viejos grupos y nuevas tendencias.

Resulta extraño, sin embargo, que un político conservador denuncie con tanta energía la existencia de militancia religiosa en la universidad. Porque la mayor parte de los términos que emplea hacen referencia a posturas religiosas, ya sean los ayatolás o el fundamentalismo, y hasta la acusación nacionalista tiene ciertas resonancias religiosas. Puede que tenga razón, pero su actitud recuerda al husmeador de jesuitas que cito más arriba, aquel personaje de Fausto que encontraba en todas partes la influencia de la Compañía de Jesús, salvo que el señor Fabra generaliza un poco más y rastrea los vientos de una militancia religiosa un poco más amplia.

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No apunta mal, pero tampoco acierta. El problema no es quién paga, ni siquiera quién controla, el problema es la incultura que poco a poco domina la institución. El señor Fabra tiene buen olfato, pero es un olfato poco afortunado y claramente impolítico.

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