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¿Hay salida?

Josep Ramoneda

Han pasado seis meses desde que ETA liquidó la tregua. Ha habido desde entonces cinco asesinatos. Y el PNV sigue metido en dudas sobre si tiene o no tiene que romper definitivamente los lazos con EH. La lentitud de movimientos del PNV es patética. Su capacidad para entretenerse en lo secundario y mirar a otra parte cuando se le señala lo fundamental es grotesca. De asesinato en asesinato: primero dijeron que las muertes no les harían cambiar su estrategia de construcción nacional -es decir, su alianza con EH-; después que dejaban en suspenso el acuerdo parlamentario con EH pero que Lizarra seguía vigente; más tarde pusieron sordina al pacto de Lizarra cuando de hecho ya estaba desahuciado por la fuerza de los crímenes; ahora se asegura que la idea de liquidar cualquier alianza con EH es ya mayoritaria en la ejecutiva del PNV, pero de momento sólo han roto el pacto municipal en Durango. Dicen que hay que evitar que la ruptura suponga una crisis en el partido y que hay que salvar la cara de Egibar (y de Arzalluz se supone) y de todos aquellos que más se han distinguido en el acercamiento a EH. La cuestión vasca ha aportado una nueva figura al debate político: los profesionales del buen aterrizaje o pilotos aéreos de la política. Una figura que tiene la peculiaridad de preocuparse más de la buena salud de los que se embarcaron, solitos y voluntariamente, en el avión de Estella que del conflicto y sus víctimas.Hay pocas razones para el optimismo en la situación vasca. No se ve próximo un horizonte en que quien se resista a cantar en el coro del nacionalismo no corra el riesgo de que unos le señalen como enemigo de la patria y otros le rematen a tiros. Sin embargo, se acumulan las razones para el pesimismo. El recambio generacional en ETA está funcionando; el PNV sigue siendo prisionero de la idea de que, en el fondo, comparte con ETA lo fundamental -la construcción nacional- y sólo discrepa en lo secundario -los métodos-; la resignación se va imponiendo: habrá que acostumbrarse, dicen, a convivir con una docena de asesinatos al año.

Cuando ETA, acorralada por el aislamiento social y la presión judicial sobre la organización y sobre su entorno, se ofreció el respiro de la tregua, se dijo que la historia de estas organizaciones terroristas tiene un ciclo vital muy ligado al de sus fundadores: llega una edad en que la fatiga se impone y se busca una salida. Después de la tregua la realidad es que los mecanismos de reproducción han funcionado, que la kale borroka es una cantera que sigue dando frutos y que el reclutamiento de jóvenes vuelve a ser grande. Unos jóvenes que no hay que ver en clave de marginación, sino más bien con la nevera de los papás bien repleta. La situación de Euskadi debería hacer reflexionar a los que piensan que el dinero es la medida de todas las cosas. Una situación económica privilegiada no redime del embotamiento ideológico, del odio y del asesinato político.

La imagen errante del PNV no es simplemente la dificultad de salir de un error. La idea de Euskadi que Arzalluz -y otros propagandistas de su partido- transmiten sitúan de hecho al PNV más cerca de EH y de ETA que del PP y del PSOE. En la doctrina peneuvista, los etarras son ovejas descarriadas pero son del rebaño. Los populares, no. Y los socialistas tampoco, aunque se les tenga algo más de consideración ya sea por su implantación histórica entre la clase obrera vasca o por su mayor ductilidad.

Es cierto que la paz en Euskadi no es simplemente el final de los atentados. Ni tampoco el silencio de la kale borroka. La paz, en el sentido civil, es algo más que la ausencia de violencia política: es la posibilidad de que todos los ciudadanos de Euskadi ejerzan sus derechos sin exclusiones. Sin embargo, no debería extenderse la idea de que unos cuantos muertos es el precio a pagar para que la fractura en y con Euskadi no sea definitiva. Al fin y el cabo, con muertos todavía están menos garantizados los derechos individuales. Este pesimismo estratégico me parece tan perverso como su simétrico: el de aquellos nacionalistas que son comprensivos con ETA porque mantiene vivo el programa de máximos. Si el País Vasco queda atrapado entre estas dos resignaciones, ciertamente no habrá salida.

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