Todos crecen
La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) reconoce en un informe preliminar que las expectativas de crecimiento de los países desarrollados son las más brillantes en mucho tiempo. Lo importante es que sus previsiones resultan confirmadas después de la corrección experimentada por los mercados bursátiles de todo el mundo y de la resistencia a la baja del precio del petróleo. La organización que agrupa a las economías más ricas anticipa que este año y el próximo se mantendrán ritmos de crecimiento desconocidos para el conjunto de la economía mundial y para la OCDE: 4% este año y 3,1% para los países de la organización el 2001.La confirmación de las previsiones sobre la zona euro, para la que se anticipa un crecimiento del 3,5% y del 3,3% para el mismo bienio, llega el mismo día en que la oficina estadística alemana publica que su economía ha crecido en el primer trimestre un 3,3%. Lo ha hecho con un patrón envidiable, con una contribución muy positiva del sector exterior y de la formación bruta de capital fijo, en la que el sector privado ha sido el protagonista. Que la economía más importante de Europa aleje los fantasmas del estancamiento, presentes hasta hace bien poco, y que lo haga con una expansión de la inversión privada tan significativa, es una muy buena noticia. Todos los países que comparten moneda crecerán a un buen ritmo y sin desequilibrios que acaben pronto con él. La tasa de inflación en la eurozona que prevé la OCDE se sitúa para el presente año en el 1,5%, por debajo del límite máximo asumido como objetivo por el BCE, y permitiría mantener los tipos en un nivel compatible con el aumento del empleo.
Todos crecen, pero unos mejor que otros. España, a la que la OCDE atribuye un 4,3% para este año, se destaca del promedio, pero la calidad de ese crecimiento es peor que el de las economías centrales de la zona. Principalmente porque se está generando con una tasa de inflación más elevada. La economía española sufre, como el resto de las europeas, el efecto de la depreciación del euro sobre los precios del petróleo, pero tiene una mayor proclividad a transmitir a precios finales esos efectos por las ineficiencias de algunos sectores muy poco abiertos a la competencia. De nuevo aparece el peligro de que aumenten las reivindicaciones salariales y se inicie una espiral inflacionista.
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