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Crítica:JAZZ - DAVID MURRAY QUARTET
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Heridas sin cicatrizar

David Murray no debe de andar muy lejos de ser el saxo tenor mejor documentado de la historia. Los japoneses en particular le tienen por un músico de importancia capital, y se han tomado tan en serio el asunto de su posteridad que en los últimos 15 años le han editado discos que le muestran de frente y de perfil, de medio cuerpo y en primer plano, tanto al frente de grandes orquestas acústicas como de pequeñas bandas eléctricas.Se entiende tal frenesí discográfico porque es un artista de relieve: esdrújulo, catártico y epidérmico, tan imaginativo y polifacético que ha sabido hermanar el clasicismo apolíneo de Ben Webster -y el dionisiaco del olvidado Paul Gonsalves- con la cruda acidez vanguardista de Albert Ayler. Y es precisamente cerca de esas referencias distantes donde parece encontrarse más confortable. Murray no es hombre de medias tintas.

David Murray Quartet

David Murray (saxo tenor y clarinete bajo), Donald Smith (piano), Jaribu Shahid (contrabajo) y Renzell Merritt (batería). Colegio Mayor San Juan Evangelista. Madrid, sábado 27 de mayo.

En el concierto especial que el San Juan montó para festejar el 30º aniversario de su Club de Música y Jazz, Murray dio la impresión de no saber siempre dónde se encontraba armónicamente, pero recordó que sigue teniendo un sonido grande y sólido como un castillo. Custodió semejante masa pétrea entre sus habituales graves ciclónicos y esos agudos de instinto asesino, no siempre pertinentes, que tienden a dispararse como alarmas al menor roce.

En solitario

Vino acompañado por un trío de leales, pero lo mejor de la noche llegó en dos intervenciones en solitario: la primera con el tenor en una tremenda coda a Flowers for Albert, un tema que lleva en su repertorio desde siempre pero que todavía acierta a resolver con emoción virginal; la segunda con el clarinete bajo, generoso en efectos percusivos, en la introducción al monkiano Let's cool one.

Hubo también una preciosa balada, materia en la que es todo un experto, en recuerdo a Don Pullen (Murray le dedicó al pianista fallecido un disco entero en 1996), que confirmó la nobleza de un timbre rotundo capaz de adoptar todas las texturas posibles entre la seda y el esparto. Fueron tres argumentos inapelables, más que suficientes para que los japoneses le sigan grabando un día sí y otro también.

Quizá no hubieran quedado tan satisfechos los nipones con el resto del programa. Ahí Murray pareció estar en tierra de nadie, siguiendo rutinariamente técnicas figurativas durante ocho compases y abstractas a lo largo de los ocho siguientes, desgarrando la frase aquí y cerrándola con precipitados puntos de sutura un poco más allá.

En esa alternancia pertinaz, lo imprevisible se confundió con lo errático y las heridas no terminaron de cicatrizar, justo lo que le sucedió también a Donald Smith, un pianista de técnica discreta y corazón más bien caprichoso. En el extremo opuesto se situó el contrabajista Jaribu Shahid (sustituto del anunciado Santi DeBriano), siempre atento a las notas del acorde para construir solos que terminaron resultando algo planos de puro escrupulosos. Finalmente, el batería Renzell Merritt realizó la pequeña proeza de pasar desapercibido a pesar de su decidida contundencia.

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