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Aviñón celebra su capitalidad cultural con cuatro exposiciones sobre la belleza Obras de artistas contemporáneos conviven con objetos antiguos en varios espacios

El siglo XX esperaba haber acabado con la belleza, pero el año 2000 la celebra con todas sus pompas. Ése es al menos el propósito explícito de la gran exposición, que se celebra en cuatro espacios diferentes, con el que Aviñón marca su capitalidad cultural europea. La exposición permanecerá abierta hasta el 1 de octubre y responde a una serie de intuiciones o convicciones de su comisario general, Jean de Loisy, para quien "el actual cuestionamiento del arte contemporáneo pone al día la noción de belleza", una noción que él no quiere dejar en manos de los "reaccionarios".

André Breton convocaba a la belleza "a ser convulsiva" so pena de dejar de existir; los filósofos Jürgen Habermas y François Lyotard coinciden en que "la pregunta que se formula la estética moderna es ¿qué es el arte? y no ¿qué es la belleza?"; Picasso decía "sentir horror de las personas que hablan de belleza", mientras que John Cage sólo la admitía en el azar y en la subjetividad: "La belleza aparece ahora en cualquier lugar hacia el que miramos". El conde Lautréamont lo formuló de manera más poética al esperar ver surgir la belleza del "encuentro fortuito, en una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas". Aviñón propone cuatro espacios bajo cuatro lemas: La Beauté in fabula, La nature à l'oeuvre, Transfo y La belle ville. El recorrido por el primer espacio, en el palacio de los Papas, está concebido como un viaje iniciático en el que una serie de obras de artistas contemporáneos -Anish Kapoor, Giuseppe Penone, Rebecca Horn, Jeff Koons, Anette Messager, etcétera-, especialmente concebidas para 22 gigantescas salas (10 de ellas abiertas al público por vez primera), dialogan con objetos antiguos, occidentales o no, intentando iluminar las distintas fases del trayecto de un alma en busca de belleza. La armadura de Albert de Brandenburg (1526), en realidad traje nupcial, es una de las piezas-estrella de esta confrontación inspirada en El banquete de Platón y en el cómo el amor sirve de vía de acceso a la belleza.

El segundo apartado, el de La nature à l'oeuvre, concebido en un extraordinario espacio imaginado por los arquitectos españoles Vicenç Guallart y Enric Ruiz-Geli, agrupa una serie de obras nacidas de la propia naturaleza, ya sean piedras preciosas o raíces de formas imposibles, mariposas de dibujo y colorido insuperable o animales maravillosos, en algunos casos transfigurados por la intervención de artistas.

El espacio Transfo es el paraíso de la arquitectura virtual, de construcciones que escapan a las exigencias clásicas de solidez y utilidad, estructuras angélicas y evanescentes ideadas por Francis Roche, Neil Denari, Stéphane Maupin y otros. Los músicos, y al frente de ellos disc jockeys como Jeff Mills o Frédéric Sánchez, proponen "ilustraciones sonoras de los muros" de la ciudad.

La belle ville supone una transformación de Avignón, de entrada decorada y señalizada para la ocasión por el modista Christian Lacroix. Sus signos nos llevan a descubrir una instalación de Joanas Mekas, a toparnos con un desfile de creaciones de Alexander McQueen, una performance de Monte Young y Marian Zazeela, un bar reciclado por Bertrand Lavier o una proyección de fotografías de Nan Goldin concebidas como "balada de la dependencia sexual".

Prosperidad occidental

La idea de poner en el centro de una exposición el tema de La Beauté, tan desprestigiada o accesorio para el arte del siglo XX, puede comprenderse como tentativa camuflada de creación de un nuevo canon, desoccidentalizado y deshistorizado -ningún país o continente es más creativo que los demás, ninguna época o periodo superior-, pero también como primer paso para salir de la crisis crónica del arte contemporáneo desde el momento en que sus figuras son, según De Loisy, "aquellos que rompen los sueños, aquellos que se inventan un lenguaje propio".

No falta quien pone de relieve que ese "retorno de la belleza" coincide con el auge de la prosperidad occidental y su mitificación de cuerpos andróginos, sin arrugas, coches silenciosos y pulcros, mansiones transparentes y del ordenador como cerebro imbatible. Loisy explica la emoción que le causó haber leído en un libro que recoge el testimonio de cientos de personas sin domicilio que varios de ellos afirman que "una de las cosas que causan mayor dolor es saberse excluido de la belleza".

Pero hay otras explicaciones posibles a ese retorno de la belleza. La mejor o más interesante sería la del retorno de la complejidad, del gusto por lo duradero o, cuando menos, no inmediatamente útil ni totalmente fútil. Desaparecidas las razones que llevaban a interpretar el mundo desde una lógica binaria, de anti y pro, un esquematismo empobrecedor que sólo concebía el arte como comprometido o como placer, hoy debiera reinar el matiz, la frágil iluminación, la duda y la revelación momentánea, es decir, la historia o la belleza viviendo al margen de raíles o sentidos inequívocos y únicos.

El peso del pasado

Aviñón es una ciudad a punto de morir asfixiada por su pasado. O mejor dicho, por su voluntad de conservar los esplendorosos signos de su pasado, sus 27 iglesias del siglo XIV, los 15.000 metros cuadrados construidos del mayor palacio gótico que sigue en pie en el mundo o las decenas de viejas mansiones palaciegas que quedan englobadas en el recinto de sus casi 4,5 kilómetros de murallas.

Los siete papas, que durante 68 años convirtieron la ciudad provenzal en nueva Roma, y los papas posteriores o anti-papas, calificados de cismáticos, han llenado la ciudad de tanta belleza que hoy su alcaldesa, Marie-Josée Roig, admite que "el 14,7% del presupuesto municipal va a parar directamente a patrimonio, pero de ese porcentaje el 90% sirve sólo para mantener en condiciones los tejados y evitar que el agua entre dentro de monumentos que no podemos restaurar".

Los impuestos locales no bastan. "Limpiar y restaurar un metro lineal de muralla cuesta 60.000 francos" (alrededor de un millón de pesetas). Aviñón figuraba, hace cinco años, en segundo lugar entre las ciudades más endeudadas de Francia en relación con su número de habitantes. "Para poder atender correctamente todo nuestro patrimonio y mantener la actividad cultural que caracteriza la ciudad, ésta debiera contar con cuatro veces más de habitantes", dice Roig.

Hoy Aviñón es una de las capitales culturales europeas de 2000. A partir del 6 de julio, esa capitalidad que ahora se despliega en una impresionante red de exposiciones crecerá gracias a un festival de teatro que sirve de modelo a todos los demás. Más de 50 espectáculos oficialmente seleccionados se mezclarán con un centenar presentado en el off-festival.

El gigantesco palacio de los Papas, los claustros de los Carmes, Penitents Blancs o de los Célestins, los patios de los museos, escuelas o edificios administrativos, todo el patrimonio arquitectónico de la ciudad, durante un mes sirve de escenario a representaciones de la vida. Luego, durante el resto del año, la monumentalidad es la vida misma: un problema.

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