Barak interrumpe las reuniones secretas de Estocolmo en castigo por la revuelta palestina
El primer ministro israelí, Ehud Barak, decidió ayer interrumpir provisionalmente las conversaciones secretas que desde hace una semana estaba manteniendo con representantes de Yasir Arafat en Estocolmo como represalia por la revuelta palestina que ayer entró en su octava jornada y que por ahora ha dejado siete muertos, y entre 700 y 1.000 heridos, según las fuentes. Horas antes de que el jefe del Gobierno "llamara a consultas" al equipo de negociadores desplazado a Suecia, Barak había decidido suspender su viaje a Estados Unidos, donde debía entrevistarse con Bill Clinton para impulsar el proceso de paz.
El ministro israelí de Seguridad Interior, Slomo Ben Ami, ex embajador en España y convertido desde la llegada al Gobierno de Barak en el "hombre de las misiones delicadas", volverá hoy a Israel. Ben Ami abandona las negociaciones secretas iniciadas hace una semana con los palestinos en Estocolmo en cumplimiento de la orden tajante recibida del jefe del Ejecutivo, que le mandó al mediodía de ayer volver a casa para "intercambiar consultas ante la situación en los territorios palestinos".La decisión de Barak se vio precedida por otros castigos a la Autoridad Palestina, a la que responsabiliza de la revuelta que desde hace más de una semana se sucede imparable en los territorios autónomos. El primer ministro israelí decidió a primera hora de la mañana suspender indefinidamente el anunciado traspaso a la Autoridad Palestina de tres localidades colindantes con Jerusalén, entre ellas Abu Dis, donde Yasir Arafat ambiciona levantar la futura capital del Estado de Palestina y donde el sábado un grupo de dirigentes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) inauguró solemnemente una nueva estación de radio, que recibió un nombre altamente simbólico: La Voz de Jerusalén.
El Gabinete de Seguridad presidido por Barak, que se reunió en sesión de urgencia el sábado por la noche, dio además orden de cerrar el paso a los territorios autónomos de Cisjordania y Gaza a israelíes y extranjeros, impidiendo el acceso incluso a los turistas. Esgrime para ello la inseguridad de la zona y el incidente en el que el día anterior resultó herida una niña israelí de dos años, que sufrió graves quemaduras por un cóctel molótov lanzado contra el coche en que viajaba con sus padres.
Pero ni las medidas punitivas ni los mensajes conminatorios de Barak a Arafat ordenándole que acabe con la revuelta han logrado frenar la ira de los jóvenes palestinos, que ayer volvieron a lanzar piedras contra el Ejército en Cisjordania y Gaza, y muy especialmente en la ciudad de Ramala, donde al mediodía fue enterrada la última víctima mortal: un joven de 29 años, vecino del campo de refugiados de Qaddura, cerca de Jericó, donde las refriegas con las fuerzas israelíes han causado por el momento 250 heridos.
Las fuerzas de seguridad palestinas trataron tímidamente de moderar las algaradas y ordenaron a los comerciantes de Ramala, capital administrativa del Gobierno de Arafat, que abrieran de nuevo sus tiendas, pero no sirvió de nada ante la agresividad y decisión de los Tanzim, el ala radical y juvenil del partido gubernamental Al Fatah, convertida en fuerza de choque en estas movilizaciones.
Los Tanzim, capitaneados por un dirigente histórico de Al Fatah, Marwan Barghuti, un fiel compañero de Arafat en su exilio tunecino, no parecen muy dispuestos a poner fin a la revuelta. Barghuti, especialista en situaciones límites, dirigió en Ramala, en octubre de 1998, una revuelta de características similares cuando lanzó a sus huestes contra los aparatos de seguridad de Arafat que trataban por todos los medios de desarmarlos. En aquellos desórdenes encontró la muerte el joven hispano-palestino Wasim al Tarifi.
Los Tanzim son hoy una milicia armada y audaz, amparada por la política de ambigüedades de Yasir Arafat, que ha sabido en sólo una semana ganarse la confianza de los militantes de Hamás y, sobre todo, de los desesperados y desengañados del proceso de paz. Todos juntos son los protagonistas de esta nueva Intifada, que nadie parece controlar y que resulta imposible predecir cuándo va a finalizar.
"Las soluciones deben encontrarse en la mesa de negociaciones", aseguraba ayer Sandy Berger, el consejero para Seguridad Nacional del presidente Clinton, que desde hace unos días está en la región tratando de conciliar a las partes y preparando una cumbre tripartita para el mes de junio en Washington. Pero nadie parecía escucharle.
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