El oscuro huerto de Getsemaní
Un grupo ultraconservador atrae 200 jóvenes a la clausura con métodos reprobados por los obispos
Las cortinas malcosidas de cáñamo, las ocho sillas de enea y una minúscula mesa camilla, apoyada sobre el suelo de gres barato de un edificio del siglo XVI, apenas llaman la atención de Teresa en el locutorio del convento de las Carmelitas Descalzas de Duruelo, en la provincia de Ávila, cuando allí acude haciéndose pasar por quien no es. Lo que realmente inquieta a esta madrileña de 48 años son los 196 pinchos de hierro que le arañan su rostro cuando trata de adivinar la cara de la religiosa un metro más al fondo, tras una segunda reja. Y lo que noquea sus sentimientos es la respuesta de la voz sin rostro: "Sí, su sobrina Marta ingresará en esta clausura dentro de muy pocos días". Marta no es su sobrina; es su hija, una adolescente a la que a veces no reconoce por lo agresiva y embustera que se ha vuelto desde que a los 16 años trabó amistad con un sacerdote de la Fraternidad del Corazón de Jesús, una agrupación creada a instancias del ex cardenal primado Marcelo González. Teresa se enterará después de que su sorpresa, indignación e impotencia la viven también muchos padres, cuyas hijas han sido captadas por el grupo Getsemaní, fundado a su vez por los sacertodes de la Fraternidad.En los últimos cinco años, estos religiosos han conseguido atraer a a cerca de 200 jóvenes, la mayoría de ocho pueblos de Toledo, para que ingresen en el centro que poseen en la localidad toledana de Oropesa y en los conventos de las Carmelitas Descalzas de la madre Maravillas, la orden de clausura más rígida y ultraconservadora que existe en España. Algunas no llegan a tomar los hábitos; otras se arrepienten antes de profesar los votos perpetuos. Pero la magnitud y los métodos de captación han alarmado a los padres, que han acudido a abogados y fiscales para denunciar supuestas tretas y engaños. La Guardia Civil ha investigado el convento de Oropesa y la Delegación del Gobierno en Toledo se mantiene sobre aviso. Ni la policía ni la justicia han podido actuar. Las muchachas toman los hábitos cuando alcanzan la mayoría de edad. La Conferencia Episcopal, sin embargo, ve la cuestión "con preocupación". Uno de sus portavoces, el franciscano Jesús Sanz Montes, secretario de la comisión mixta Obispos-Superiores Mayores, comenta: "Estas cosas no se hacen. Propagan un mensaje muy restrictivo de Cristo y desde luego no hay justificación del secretismo ante las familias. Afortunadamente, son una excepción. La mayoría de la Iglesia no actúa así".
Los padres afectados cuentan todos historias idénticas: que sus hijas entraron en un grupo llamado Getsemaní a partir de los 14 años, tras la ceremonia de postconfirmación; que eran chicas normales, con ganas de estudiar, encontrar trabajo, salir con amigas o ver al novio. Que su carácter fue transformándose, que una mentira seguía a otra sobre dónde y con quién pasaban los fines de semana o las vacaciones. Sólo después de la mayoría de edad revelaron su deseo de clausura. Nada ni nadie las haría cambiar de idea porque habían visto a Dios y ellos seguían ciegos. Estos padres temen que la priora restrinja el poco tiempo de que disponen para ver a sus hijas a través de los pinchos. Por eso solicitan ser citados con nombres supuestos en el reportaje, aunque no dudan en facilitar sus verdaderas identidades y abrir sus domicilios.
En uno de ellos, Marta, la hija de Teresa, decidió un día llenar su habitación de crucifijos y estampas y encerrarse con la biografía de la madre Maravillas, la fundadora de los 42 conventos de carmelitas descalzas escindidos de la orden creada en 1592 por santa Teresa por considerar excesiva cierta apertura permitida por el Vaticano II. Marta optó también por asistir a misa todas las tardes y prohibió a sus hermanos salir de la ducha con el torso desnudo, una costumbre habitual en esta familia, que cada día bendice la mesa y de vez en cuando reza el rosario. Por eso no se alarmaron cuando la joven incrementó el fervor religioso y extremó su sentido del pudor hasta la ñoñería. Pero también cambió sobresalientes por suspensos en el colegio, y su carácter se tornó agrio, en opinión de la madre. Montaba en cólera cuando el padre, militar, soltaba algún taco viendo el fútbol; se negaba a ver televisión e incluso la apagaba, dando un portazo, ante imágenes como las de la serie Compañeros que mostraban las relaciones de dos adultos fuera del matrimonio. Ese día Teresa y su marido se preocuparon de verdad: "¿Qué le ocurre a nuestra hija?".
A su hija le ocurría lo mismo que a otros dos centenares de jóvenes de Toledo que en los últimos años han repoblado los conventos de la madre Maravillas.
"Desde que, con 14 años, entran en Getsemaní, comienzan a sentirse culpables de los pecados de la humanidad. Y acaban convencidas de que sólo pueden aliviar el sufrimiento de un Dios doliente mediante su inmolación a través de su aislamiento, el ayuno y los castigos corporales", resume uno de los padres afectados, director de un centro de enseñanza en Toledo.
Según estos testimonios, y los folletos editados por la Fraternidad del Corazón de Jesús, los sacerdotes trasmiten primero a las adolescentes mensajes de sumisión y autodesprecio. "Soy una miserable pecadora", "soy pequeña", se lee en los folletos mensuales de Getsemaní. O "Déjate enseñar, déjate mandar. Déjate sujetar y despreciar. Y serás perfecta" (Vida de la madre Maravillas). Y después, que el mundo es un infierno, un lugar corrupto donde los muros eclesiásticos constituyen la salvación segura. El convento de Oropesa (Toledo) o cualquiera de las carmelitas descalzas de la madre Maravillas suelen ser sus destinos.
Ellas toman los votos convencidas de que atienden la llamada directa de Dios, la misma voz que ordenó a la fundadora levantar el primer centro de la orden en el Cerro de los Ángeles, en Getafe (Madrid). "Aquí quiero que tú y esas otras almas escogidas de mi Corazón me hagáis una casa que tenga mis delicias. Mi Corazón necesita ser consolado. Este Carmelo quiero que sea el bálsamo que cure las heridas que me abren los pecadores", le dijo supuestamente Jesucristo a la regiliosa.
Poco bálsamo ha debido recibir el corazón de Jesús desde entonces (1924), a juzgar por la insistencia de las publicaciones de Getsemaní en exigir "sacrificios que expíen y reparen las sagradas llagas", "el llanto íntimo", "el rostro ensangrentado", "la agonía inacabable", "el Corazón siempre herido y traspasado"...
Muchas de estas jóvenes acaban asumiendo su responsabilidad en semejante tormento divino. Ana y Eva, dos hermanas que eran estudiantes y ahora visten hábito carmelita, escribieron un diario que su padre se atrevió a leer ante los primeros síntomas de agresividad de las jóvenes. Entre sus confesiones figuran frases como: "nunca me he encontrado a nadie peor que yo", "hasta allí donde llega una, llega la lanza del pecado", "el pecado me destruye y me deja vacía", "Señor, muéstrame cuán mala ha sido mi vida". También han dejado constancia escrita de su convencimiento de que "los jóvenes de hoy están rotos por dentro", que sus pecados "hunden a la Iglesia". Ellas deben "reconstruir el Corazón destruido por el pecado".
Entre las numerosas actividades que Getsemaní organiza para el tiempo libre de sus adeptos -retiros de fin de semana, viajes a santuarios en España y Europa, ejercicios espirituales, declaraciones públicas de "compromiso"...- sólo se incluye la visita a lugares propios de la edad de estas muchachas a condición de "prender fuego en el corazón de todo el que se nos ponga a tiro". Así lo narran Graciela y Fernando, de Artesa (Castellón): "Fuimos al pub Blox y nos inflamos a repartir pegatinas de 'No blasfemes, por favor, no debes hacerlo' y 'Confiésate y no peques más'. Fueron unos días especiales".
Con este tipo de diversiones, no resulta difícil entender su permeabilidad ante determinados mensajes, como la fijación masoquista por las llamas eternas. "El infierno es una obra de amor", se lee en el diario de las dos hermanas. Y también: "sentir las penas del infierno es gracia del Señor". Pero para que no todo sea llanto y desolación, los sacerdotes les recuerdan que la recompensa en el más allá será proporcional al sacrificio: "El premio que dará Dios a los que dejan por El padre o madre, hijo o hija, será inmenso"; " ilustra al pueblo de Dios con frutos ubérrimos de santidad y manantial de gracias celestiales" (Getsemaní). La madre Maravillas relata a las novicias: "La celda parece el cielo. No puedo estar más contenta. Es una felicidad tan grande que no la puedo explicar. Hija, cada día serás más feliz". Esta dicha, expresada con superlativos y una insistencia capaz de sembrar dudas entre los convencidos, es vivida con gran naturalidad por las religiosas.
-Somos felicísimas aquí. Vivimos tan tranquilas... Nuestro único sufrimiento es visitar al médico.
-Y ese gozo permanente de ustedes, ¿se lo proporciona la vida que llevan?
-Qué va. Nuestra vida es muy difícil. No la aguantaríamos sin auténtica vocación.
La dulce voz que se escucha tras el torno del convento de las carmelitas de Duruelo, en el que un sacerdote acaba de depositar tupperwares con papillas y fruta, detalla la dureza cotidiana que se vive en el monasterio donde san Juan de la Cruz esbozó su extraordinario Cántico espiritual. "Nos acostamos a la una de la madrugada y nos levantamos entre las 6.00 y las 6.30. No comemos carne. En Cuaresma, tampoco pescado, leche o huevos. Otros días ayunamos. A veces dormimos en el suelo, y tenemos dos horas diarias de recreo. El resto de la jornada oramos en silencio y asistimos a los oficios divinos.
-¿Qué hacen durante el recreo?
-Cosemos ropa para una tienda de niños y trabajamos la huerta.
Son jornadas rigurosas, aunque alejadas del ideal presentado en el folleto Reino de Cristo, repartido por la Fraternidad, sobre Simón el Estilita, el asceta que vivió encaramado a una columna sin atreverse a mirar la belleza de las flores por si pudiera resultar pecaminosa. La vida de este santo, ácidamente llevada al cine por Luis Buñuel, se muestra a las adolescentes como ejemplo a seguir, "héroe" y "gran prodigio" de la Iglesia.
Las carmelitas descalzas de la madre Maravillas siguen las normas teresianas del siglo XVI, ajenas a las reformas adoptadas por la mayoría de sus compañeras de orden tras el último concilio. No pueden abandonar el claustro, ni usar el teléfono, recibir sólo las visitas permitidas por la superiora, que oscilan entre varias horas un domingo de cada cuatro y 30 minutos cada mes y medio -nunca a solas, siempre con otra religiosa presente-, o, como le ha ocurrido a un matrimonio de Getafe, ni una vez en siete meses. Tampoco leen o escriben cartas sin censura previa.
Los vecinos del convento de Oropesa incluyen también en las normas el uso de cilicios y severos latigazos, prácticas que niegan en el centro local de salud. "Aquí nunca lo hemos visto. Anemias frecuentes, sí. Y es verdad también que se niegan a mostrar la espalda", comenta la médica que atiende a las novicias desde hace años.
Estas jóvenes, y muchas de los conventos de la madre Maravillas, tienen en común haber sido guiadas espiritualmente por sacerdotes de la Fraternidad del Corazón de Jesús. Uno de ellos, Francisco Javier Fernández Perea, el padre Francis, de 36 años, es un campeón en el reclutamiento. No alberga dudas sobre su labor. Sirve a Dios.
-¿En qué beneficia a los pecadores que estas muchachas duerman en el suelo o ayunen?
-La pregunta está mal planteada. Debería ser ¿en qué beneficia a los pecadores que Jesús ayunara durante 40 días y muriera crucificado? El amor movió al Señor. El amor mueve a nuestras hermanas.
-¿Es también el amor lo que las induce a apretarse el cilicio?
-Sin duda. Más sufrió Cristo en la cruz. Además, si a uno le azotan o le obligan a pasar hambre, atentan contra su dignidad. Pero si son actos voluntarios de mortificación, uno crece en entereza.
-¿Aunque deriven en anemia?
-Existen límites. Yo puedo provocarme sufrimiento sin atentar contra mi vida; puedo dejar de comer sin lesionar mi salud. Es cuestión de equilibrio.
El equilibrio aún no lo han encontrado los padres de una docena de jovencitas de las localidades de La Puebla de Montalbán y Sonseca, ambas en Toledo, que han visto encerrarse a sus hijas tras la doble cerradura de la clausura alentadas por el padre Francis.
Ángeles, la esposa de un agricultor que a duras penas ha podido costearle a su hija una diplomatura, se quita las gafas empañadas en la pequeña sala de estar de su casa, adornada con imágenes religiosas. Ángeles llora al recordar que su hija se volvió de repente contra ella y sólo dejaba la parroquia para encerrarse en su cuarto. Vestía con tanta dejadez que le compró unos pantalones por su 19 cumpleaños.
-Llevas dos años sin comprarte ropa. Pruébatelos.
-No me los voy a poner. Dentro de poco sólo vestiré hábitos.
A Ángeles se le cayó el mundo encima. No entendía por qué los curas a quienes tanto respetaba, y que comían frecuentemente en su casa, jamás le hablaron de las intenciones de la niña. Y que después, al reprocharles ella su hermetismo, la trataron con desprecio. Incluso la hija le espetó: "¡Mamá, has perdido la fe!". Ahora la novicia ni siquiera escribe. No asistió al entierro de su abuela. Tampoco se conmovió cuando le comentaron que la familia no sale del abatimiento, pese al tiempo trascurrido, y que el abuelo sigue dando un rodeo para evitar la habitación de esa nieta que echa tanto de menos. Ángeles sólo obtuvo una reprimenda de la priora: "Haga el favor de no enturbiar la felicidad de su hija". Ella le contestó: "Me va a perdonar, pero usted no puede entender lo que duele porque no la ha parido". "Demos gracias a Dios por ello", zanjó la superiora.
Feliciana, en cambio, reaccionó con menos resignación cuando descubrió el trajín entre el padre Francis y su hija Paloma en Getsemaní. Ésta dueña de un pequeño comercio se enteró por casualidad, al escuchar una conversación telefónica, del propósito de su hija, a la que ya había visto rarezas como comer un día sí y otro no, o rezar arrodillada en su habitación durante horas. Feliciana se encaró con el cura en la parroquia.
-Usted no me gusta. No es un cura cristiano. Desde que está aquí las niñas sólo dicen mentiras.
-Si tu hija no acaba monja, Dios te castigará.
La hija ya es mayor de edad y sigue en casa de sus padres. Incluso vuelve a ver televisión. La madre teme que las recientes desgracias que ha sufrido su familia y la advertencia del cura guarden relación. Siente miedo, aunque el sacerdote ya ha abandonado La Puebla de Montalbán, en medio de insultos y alguna que otra paliza. Ahora reside en Villa de Don Fadrique.
-¿Qué hizo usted a estos padres para salir de La Puebla corriendo y magullado?
-Aún me lo pregunto. Me atribuyen engaños y manejos que no son ciertos. ¿Se puede probar algo? Es su palabra contra la mía. No creen en la acción de Dios.
-Son todos muy católicos.
-Su Dios no es el verdadero.
-¿Quién es el verdadero?
-El que habla a través nuestro.
-¿No ve extraño que su llegada a los pueblos coincida con un aluvión de vocaciones femeninas?
-No. Tampoco había vocaciones en Asís y san Francisco vació el pueblo de jóvenes. Salvando las distancias, tanto el santo como nosotros somos intermediarios de la voluntad de Dios.
-¿Y no cree que pueden inculcar a estas chicas un complejo masoquista de culpabilidad? ¿Qué horribles pecados deben expiar?
-De masoquismo, nada. Más sufrió Cristo en la cruz. Y ellas pueden hacer mucho por la falta de fe. Todos podemos. Incluso su periódico, si se ofrece a Dios, puede ayudar a los pecadores.
El franciscano Jesús Sanz Montes, señala: "Quiero pensar que les mueve la mejor intención, pero sus métodos son reprobables". La Guardia Civil investigó al recibir el encargo de la anterior Delegación del Gobierno de vigilar a las sectas y grupos cerrados de la provincia con motivo del cambio de milenio. El comandante en jefe se reserva su opinión. Sólo dice que no han podido actuar porque las enclaustradas son mayores de edad.
Vida y milagros de la beata Maravillas
De niña ataba su melena a una viga y permanecía colgada "para sufrir por Jesús". A los cinco años decidió morir virgen en un convento. Antes de su fallecimiento, en 1974, a los 83, dijo no haber dudado jamás sobre esa decisión infantil.En su biografía, escrita por monjas de los 42 conventos que fundó, se destaca su disposición a autoflagelarse, dormir en el suelo menos de 5 horas y su permanente deseo de ser humillada. En la guerra civil, la madre Maravillas, hija de los marqueses de Pidal, pasó noches abrazada a la imagen del Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles.
Entre sus juegos de niña se destaca "la gracia" con que ató a unos burros por el rabo y los agijoneó para que se despeñaran "entre gritos de pavor".
Ya de mayor hablaba con Dios y anticipaba el futuro. Tras su muerte, con vistas a la canonización, sus seguidores han remitido al Vaticano el testimonio de la curación de varios cánceres, desinfección de muñones, hemorragias, infartos, migrañas y embolias. También escriben que su intercesión resultó decisiva en asuntos menos trágicos. Gregorio Morante, peruano, le atribuye el prodigio de haber sido el único viajero al que unos atracadores de autobús dejaran intacta su cartera. La argentina Yolanda Diéguez le agradece haberse quitado de encima a un molesto inquilino. El cubano Oraymi Carrillo admite seguir con sida, pero que se trata de un castigo por su falta de fe.
Maravillas de Jesús fue beatificada por el Papa en 1998.
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