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Historia de una lata

40 millones de botes se tiran al mes en la capital y, tras un complicado proceso, acaban convertidos en acero

Antonio Jiménez Barca

Tras una vuelta por medio Madrid a bordo de camiones y sucesivas transformaciones, una lata de coca-cola acaba formando parte de una viga. Aunque antes ha pasado por bastantes manos: el productor que la hace, el envasador que mete el refresco, el cliente que lo bebe y tira el envase, el basurero que lo recoge, el operario que lo rescata y el fundidor que lo convierte de nuevo en acero moldeable. En Madrid se tiran cada mes 2.000 toneladas de latas (40 millones de unidades). El Ayuntamiento asegura que a partir del 1 de enero de 2001 se reciclarán buena parte mediante un complejo procedimiento con un no menos complejo sistema de financiación. Ésta es la historia de una de esas latas.En Nueva York, por ejemplo, es típica la escena de mendigos recogiendo latas a la puerta de supermercados. En Madrid nadie las quiere. Si no las recogieran los basureros quedarían tiradas. El secreto se esconde en la distinta calidad del bote. En Estados Unidos, al ser de aluminio -un metal más noble y caro que el acero-, cada lata vale 10 o 15 veces más que en Madrid, que se fabrican de hojalata. En Estados Unidos resulta rentable recoger y vender latas para su posterior transformación; en España, sólo es así si se agrupan en grandes cantidades. En una acería española pagan 12 pesetas, aproximadamente, por cada kilo de latas. Y para conseguir un kilo hay que reunir 30 unidades. Sólo se consiguen 1.000 pesetas si se juntan 2.500 latas.

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Pero las latas, los plásticos y los tetra briks son altamente contaminantes debido a su condición de no biodegradables. Nuestra lata tardaría decenas de años en oxidarse y desaparecer si en vez de tirarla a la basura quedara al lado de un río. Desde el punto de vista económico, tal vez no sea rentable el reciclado. Pero desde el punto de vista medioambiental, sí.

La ley obliga al Ayuntamiento a que, antes de enero de 2001, Madrid tenga en marcha un plan de recogida selectiva de basuras para facilitar el reciclaje de estos productos. Y debe garantizar la transformación de al menos el 25% de todos estos envases. Para lograrlo, primero se necesita que los vecinos separen sus desperdicios ya desde su casa, dejando en una bolsa tetra briks, plásticos y latas, y en otra, el resto de basuras. El Ayuntamiento también tiene que garantizar que en cada barrio existan contenedores (de color amarillo) para almacenar este tipo de envases. De este modo llegarán a las plantas de tratamiento separados del resto de residuos y facilitarán su reciclamiento.

La Concejalía de Medio Ambiente está en ello: más de la mitad de los madrileños cuentan en las calles de sus distritos con contenedores amarillos. A lo largo de mayo, lo harán los vecinos de Chamartín, Barajas y Hortaleza. En octubre y noviembre se unirán los de Salamanca, Ciudad Lineal, Chamberí, San Blas y Vicálvaro. El último será Centro, que se unirá en diciembre.

Pero instalar estos contenedores especiales y pagar a los encargados de recoger este tipo especial de basura cuesta dinero. La ley obliga a que el sobrecosto lo pague quien contamina; es decir, las empresas productoras de envases. Los ayuntamientos deben organizar el sistema, poner los contenedores, contratar los basureros, instalar plantas de tratamiento y después cobrar a los productores de envases un tanto por kilo de basura tratada. ¿Cuánto?

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Luis Otero, de la Consejería de Medio Ambiente, asegura que los envasadores pagan "unas 50 pesetas por kilo de basura tratada susceptible de ser reciclada". A cambio, los envasadores tienen el derecho de cobrar el dinero que se consiga por la venta del producto reciclado, que servirá de materia prima para elaborar acero (si se trata de latas), pasta de papel o plástico.

De esta forma, sufragado, según Otero, por los productores de envases, el sistema de reciclaje está vivo. Y con alguna probabilidad, la lata acabará en uno de los contenedores amarillos de la ciudad. De ahí, los basureros la llevarán, junto a los plásticos y los tetra briks, a una de las tres plantas que tratan las 3.000 toneladas de basuras que genera la capital. Los materiales orgánicos servirán para hacer compost, los no aprovechables irán al vertedero y lo que valga para elaborar productos industriales se venderá.

Subastas

Pero para esto es necesaria una preselección de materiales. Una vez separados, se subastarán entre las empresas interesadas en adquirir grandes cantidades de latas usadas, o papel o vidrio. El dinero va a parar a Ecoenbes, una sociedad sin ánimo de lucro que integra al conjunto de envasadores y productores de envases y que tiene por objeto mediar entre éstos y las comunidades autónomas. Es decir, se ocupa de pagar a las comunidades lo que cuesta el reciclamiento (las 50 pesetas por kilo de basura tratada) y de cobrar lo que las empresas interesadas en materiales estén dispuestas a dar.

Poco dinero, en cualquier caso: nuestra lata, junto con las otras 29 que conforman un kilo, cuestan ahora, como ya se ha dicho, unas 12 pesetas. "El precio del acero usado depende mucho del ciclo de la siderurgia, que ahora, por suerte, está alto", explica el encargado de una acería.

Aunque para llegar a la acería aún falta un paso, el penúltimo en el trabajoso periplo de las latas. Después de que Ecoenbes haya subastado las toneladas de acero prensado falta alguien que las transporte al lugar donde se funden y se transformen en acero. Bien es verdad que no de mucha calidad. Su destino es convertirse en planchas para reforzar vigas en edificios o en puentes. A veces ni eso, y sólo servirá para relleno de columnas de hormigón. Eso sí, el kilo de estas planchas cuesta más de 40 pesetas. Además, mejor que permanezca para siempre dentro de la viga de un puente sobre un río que al lado del río.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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