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La fuerza de las fotografías de Català-Roca revive en la exposición que le dedica la Fundación Miró

Francesc Català-Roca (Valls, 1922-Barcelona, 1998) es un fotógrafo que siempre sorprende. Parece que ya se le conoce, que está todo visto, que poca cosa más podrá aportarse a lo ya expuesto o publicado, pero no es así. Lo demuestra la exposición Francesc Català-Roca. Una nova mirada, que hasta el 2 de julio le dedica la Fundación Miró de Barcelona. En esta exhibición, una selección de 300 de los 200.000 negativos que guarda su archivo, las imágenes conocidas conviven con otras inéditas y demuestran de nuevo la maestría del fotógrafo para captar las múltiples posibilidades de la realidad.

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"Esta exposición es un reto", afirma Luis Revenga, su comisario. "Pretende situar a Català-Roca en el lugar que le corresponde en la gran historia de la fotografía universal. Él era un fotógrafo puro. Hizo una crónica de su tiempo que estará siempre viva". Revenga, editor y crítico fotográfico, ha contado con la colaboración de los dos hijos del artista, Martí y Andreu Català Pedersen, quienes conservan y gestionan el enorme archivo de su padre."No es una antológica, sólo una muestra de lo que podría ser una antológica", añade Revenga. "Català-Roca era un gran editor y un maestro a la hora de poner en escena su obra, por lo que en el montaje en cierta manera nos hemos limitado a seguir el guión que él fue escribiendo o describiendo con los años. Se adelantó, por ejemplo, a artistas actuales como Tracey Moffat o Cindy Sherman en la utilización de los grandes formatos". Esta faceta innovadora a la hora de presentar los trabajos es una de las principales bazas de la exposición, que presenta obras de todos los formatos y en ubicaciones insólitas, como es el caso de un gran picado en color de unas personas cruzando una calle en el que destacan las gigantescas sombras. La fotografía está situada al revés y en el suelo, para que pueda pisarse.

Respecto a la presentación, es conocida la aversión de Català-Roca por los marcos tradicionales protegidos con cristales. Él presentaba las fotografías encoladas sobre un soporte plano, a modo de un lienzo, lo que les da un aspecto muy característico. En la exposición puede verse hasta qué punto esto fue una constante con dos copias, una antigua y otra moderna, de su famosa fotografía del niño carbonero de Cádiz, de 1959. De hecho, hay pocas copias de época en la exposición porque Català-Roca era el terror de los museólogos tradicionales. A veces reutilizaba los soportes de las imágenes para otros fines y tenía poca consideración por los tirajes supuestamente originales.

El recorrido por la exposición, que se enmarca en la décima edición de la Primavera Fotogràfica, se inicia con un especie de prólogo en el que se presenta una selección de libros, revistas, documentos y fotografías que resumen los grandes temas, personajes y ambientes que marcaron su vida. Aquí se presenta el contexto de este artista, que vivió siempre sumergido en la fotografía ya que su padre, Pere Català-Pic, estaba especializado en fotografía industrial y publicitaria. Conocía a la perfección las vanguardias artísticas y era un experto en la utilización del collage. "Ni mi padre ni Man Ray me gustaban porque manipulaban las fotos y consideraba que era una falta de pureza; mi mentalidad era ya de la misma línea que Cartier Bresson, pese a que no lo descubrí hasta mediados de los años cincuenta", afirmaba Català-Roca en refererencia a sus inicios a finales de los años cuarenta.

La exposición sigue después con diferentes apartados que se corresponden no con una selección cronológica o temática, sino estilística. Así, el siguiente apartado se centra en la manera que tenía Català-Roca de plantearse el encuadre fotográfico. "Al hacer una fotografía tenemos tantas posibilidades, puntos de vista, situaciones, que el mero hecho de escoger ya es una creación", afirmaba. Aquí pueden verse algunas de sus fotografías más conocidas, en blanco y negro, realizadas en los años cincuenta y sesenta. Imágenes de calle, de personajes conocidos -Joan Miró, Marcel Duchamp, Josep Pla y La Chunga, entre otros-, de paisajes o de acontecimientos.

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El siguiente apartado se dedica a la luz. "He vivido buscando la luz", afirmaba el fotógrafo, y no era en sentido metafórico, sino real. Revenga pone como ejemplo una de las fotos inéditas que se exhiben, que muestra a un campesino batiendo la paja con una horquilla. El movimiento y el utensilio se aprecian sólo en la sombra proyectada en la pared. El recorrido continúa con el análisis del espacio y el volumen en sus fotografías. En este apartado destaca la presentación de diversos contactos de una serie de tauromaquia en la que, como explica Revenga, "lo increíble es que prácticamente todas las imágenes son grandes fotografías", como se demuestra con las copias ampliadas que se exhiben.

El último apartado, que ocupa de hecho casi la mitad de la exposición, presenta las fotografías en color que Català-Roca realizó a partir de principios de los años setenta. Él pensaba que el siglo XX había sido excepcionalmente acromático, en blanco y negro, pero que el futuro era el color. Pese a que su fama sigue ligándolo al blanco y negro, la exposición muestra varias series, entre las que destacan las que dedicó a Miró, de quien fue su más fiel retratista, y algunas realizadas en Nueva York en las que juega con los reflejos de espejos y edificios.

La exposición se completa con una selección de los filmes documentales del fotógrafo.

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