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Tribuna
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Mafias

Tetuán es tan sólo la punta del iceberg. Todo el norte de Marruecos es una inmensa patera preparada para asaltar las costas andaluzas. Las mafias dedicadas al tráfico de emigrantes (¿esclavos?) juegan con la bolsa del hambre. Mientras, en Rabat se siguen cocinando enormes y fabulosas fortunas y Europa mira a otro lado. La visita de Aznar abre la esperanza de, al menos, paliar la trágica romería de quienes atraviesan el Estrecho. Antes lo hizo el presidente andaluz, Manuel Chaves, pero no se abrigan esperanzas de que vayan a cambiar las cosas de forma sustancial.Tetuán, en estos días, es la antesala de la esperanza. Varios miles de subsaharianos luchan por atravesar el Estrecho y llegar a la tierra prometida, llámese España o Europa. Las costas de Málaga, Cádiz y Almería esperan la avalancha de emigrantes en noches sin luna. Todos sueñan con escapar al hambre y la miseria. Algunos no lo conseguirán, quedarán atrapados por las aguas y morirán. Cuando el hambre ciega el cerebro no importa perder la vida.

Un drama que no han solucionado ni el gobierno alauí, quizás porque no le interesa, ni el español que en estos últimos años asumió el papel de guardián para que se cumplan las normas impuestas por la Unión Europea. Las medidas adoptadas hasta ahora no han resuelto el problema y a corto plazo no hay salida para estos miles de emigrantes que afrontan riesgos extremos. El canto de sirena de la sociedad occidental es tan fuerte que su único sueño es montarse en la frágil patera, engordando la cuenta corriente de los negreros del siglo XXI; mafias organizadas, a uno y otro lado de la frontera, que hacen millones de pesetas en poco tiempo. No hay nada más abyecto que comerciar con la necesidad, los sentimientos, la esperanza y el hambre.

Urgen soluciones, porque como ha dicho Isaías Pérez Saldaña en este periódico, Andalucía no se puede convertir en la vigilante de la tranquilidad de Europa. Ceuta y Melilla se han convertido en las "lanzaderas" de la inmigración y las costas andaluzas sembradas de cadáveres. Un problema duro y difícil, como diría Aznar, pero que, por ello, exige soluciones inmediatas.

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