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Tribuna:LA CRISIS EN EL PAÍS VASCO
Tribuna
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Sueños de la historia

La curiosidad taxonómica azuzada por el deseo de averiguar si ETA asesinó el pasado domingo en Andoain a un periodista, a un fundador del Foro Ermua, a un antiguo militante comunista o a un antifranquista condenado a prisión por los tribunales de la dictadura daría lugar a un debate ocioso; José Luis López de Lacalle fue todo eso y además un vasco unamuniano de cuerpo entero. Durante la presentación a mediados del pasado mes de abril en la librería donostiarra Lagun de la novela El sueño de la historia, de Jorge Edwards, la futura víctima de ETA charló premonitoriamente con el premio Cervantes chileno y otros amigos venidos de fuera sobre el asfixiante clima de intimidación creado en el País Vasco por la acerada garra de tenaza del terrorismo y la connivencia con sus crímenes del nacionalismo moderado. López de Lacalle no llevaba escolta, aunque a finales de febrero la kale borroka de las tropas juveniles de asalto del nacionalismo radical le hubiese enviado ya su tarjeta de visita lanzando varios cócteles mólotov contra su vivienda; tal vez confiaba -equivocadamente- en que su ejecutoria democrática sería una barrera disuasoria para los asesinos.Por el contrario, el aura de autoridad moral, legitimidad política y valor cívico que este sonriente, animoso y entusiasta guipuzcoano se había ganado a lo largo de su vida constituía sin duda un motivo de odio añadido para el pistolero que le tiroteó con alevosía la mañana del pasado domigo al regresar a su casa después de comprar los periódicos. Miembro del PCE y fundador de Comisiones Obreras, la oposición a la dictadura le costó a López de Lacalle cinco años largos de cárcel; Enrique Múgica ha subrayado la amarga paradoja que significa haber podido visitar en prisión durante el franquismo a su compañero y tener que ir ahora al cementerio para depositar flores sobre su tumba. Tras la consolidación de la democracia, López de Lacalle abandonó la militancia comunista, pero continuó peleando incansablemente por las libertades, esta vez contra ETA y sus cómplices. Sus artículos -primero en el Diario Vasco y después en El Mundo del País Vasco-fueron vehículo de una razonada, persistente y valiente denuncia de los crímenes de la banda terrorista y de las responsabilidades del nacionalismo institucional en la perpetuación de la violencia; la creación del Foro Ermua tras la atroz muerte del concejal Miguel Ángel Blanco contó desde el comienzo con su colaboración. El asesinato de López de Lacalle prolonga la campaña contra la libertad de prensa iniciada en el nivel ideológico desde las filas del PNV y en el terreno operativo por los paquetes-bomba de ETA enviados a Carlos Herrera y Jesús María Zuloaga. En la sangrienta ofensiva emprendida para silenciar a los periodistas independientes o someterles a la cobarde lógica de la autocensura, la actual dirección del PNV (criticada desde sus propias filas por destacados nacionalistas demócratas) y el nacionalismo radical han intercambiado los papeles que venían desempeñando hasta ahora para dividirse el trabajo sucio: esta vez Arzalluz, Egibar y Anasagasti sacuden el árbol (marcando a los medios de comunicación que se niegan a secundar las consignas impartidas por el Pacto de Estella) y ETA recoge las nueces (disparando contra los blancos señalados por el irresponsable trío jelkide que ha inventado y difundido la letal calumnia de la Brunete mediática).

Buena parte de los periodistas y de los medios amenazados cometieron en su día el imperdonable delito de anticipar el contenido de los documentos difundidos por Gara hace una semana: el alto el fuego de la banda terrorista fue una tregua-trampa y el Pacto de Estella una mera prolongación de los acuerdos secretos entre PNV, EA y ETA. Dentro de la lista de los condenados a muerte, López de Lacalle ofrecía para los terroristas un disvalor añadido: un resistente antifranquista que denunciaba ahora la barbarie fascistoide del nacionalismo radical, se presentaba como independiente en las listas electorales del PSOE y se enorgullecía de su amistad con Jaime Mayor Oreja. Antiguo miembro del PCE, López de Lacalle asumió sin el lacrimoso sentimiento de autocompasión de los narcisistas y sin la furia compensatoria de los conversos los crueles correctivos que la realidad del siglo XX impuso al sueño de la historia construido por los comunistas; nunca abandonó, sin embargo, el sueño de un País Vasco autónomo, tolerante, pluralista y pacífico dentro de la España democrática por la que había combatido siempre.

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