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FÚTBOL El campeón de Europa será español

Anelka rescata al Madrid

Un gol del francés cuando más acosaba el Bayern Múnich lleva a los de Del Bosque a la gran final de París

Por una de esas raras paradojas que se guarda el fútbol, el Madrid se puso el partido y la eliminatoria en orden por la misma vía que durante la primera media hora le había tenido contra la pared. Es decir, por arriba. Anelka le ganó un salto impensable a Kuffour y cabeceó con pericia a un rincón. Y así arregló el francés un asunto que se le torcía al Madrid, que amenazaba incluso con desplazarle de la final de París. No había rastro por entonces del conjunto blanco, que perdía 1-0, y el Bayern empujaba y empujaba. Tras el testarazo de Anelka, el Madrid se cosió la pelota al pie y fue de su rival alemán de quien dejaron de salir noticias.El Bayern había preparado el partido en el gimnasio, eso es seguro. Ni pizarras, ni contactos con la pelota, ni gaitas. Muchas pesas, muchas flexiones y muchas abdominales. Sus planes consistían en llegar a la cita con el músculo a punto y establecer comparaciones con el Madrid únicamente desde el físico. Hitzfeld llenó de hierro y centímetros su alineación y, más que a un encuentro de fútbol, desafió a su rival a un combate. La propuesta alemana se resume fácil: cientos de balones al cielo, cientos de saltos, cientos de choques. Todo muy cerca del área enemiga y con incansable perseverancia. Y la fórmula, aunque sonase a primitiva, le funcionó realmente bien durante algún tiempo.

BAYERN DE MÚNICH 2REAL MADRID 1

Bayern Múnich: Kahn; Babbel (Salihamidzic, m.59), Andersson, Kuffour, Lizarazu; Paulo Sergio, Jeremies (Fink, m.58), Effenberg, Scholl; Elber y Jancker (Santa Cruz, m.80).Real Madrid: Casillas; Geremi, Iván Campo, Iván Helguera, Julio César, Roberto Carlos; Redondo; McManaman (Baljic, m.90), Raúl, Savio (Karembeu, m.81); y Anelka (Sanchis, m.89). Goles. 1-0. M.11. Jancker remata de volea dentro del área y el balón entra por el centro y por alto. 1-1. M.31. Anelka, de cabeza a centro de Savio. 2-1. M.53. Elber peina con la cabeza una falta lanzada por Effenberg. Árbitro: Graham Poll (Inglaterra). Amonestó a Jeremies, Elber, Lizarazu, Geremi y Savio. Unos 70.000 espectadores en el Olímpico de Múnich. El Madrid se clasifica para la final, que se disputará el 24 de mayo en París, por el resultado global de 3-2.

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Le salió bien la estrategia al Bayern porque los jugadores del Madrid no les ganan en altura ni con tacones a los alemanes, y ni con petos romanos colgados del pecho podían igualar su musculatura. Y le salió bien al conjunto local su simplificación del asunto porque, de salida, el Madrid aceptó sus reglas sin rechistar. Jancker, un armario de casi dos metros con el que Hitfeld remodeló su once del Bernabéu, un tipo de los que te obliga a cruzar de acera si te lo encuentras una noche por Madrid, fue el vivo retrato del Bayern, el paradigma de sus inequívocas intenciones. No habían pasado ni dos minutos y el gigante de hierro se las había apañado para llegar más alto con su pelada cabeza que Casillas con sus manos. Sucedió en el área pequeña del Madrid y la cosa no terminó en gol porque Helguera acertó a meter el pico de su bota en la misma línea. Y a los diez, después de unos cuantos choques más frente al citado Helguera y frente a Iván Campo, el tanque del Bayern empotró la pelota en la red con una terrorífica volea. La jugada, claro, había nacido en uno de los insistentes globos del Bayern hacia el área, que Elber había logrado bajar y convertir en una bomba de relojería tras superar a Julio César.

Entre salto y salto, el Bayern introducía en su repertorio un zapatazo lejano. Tiran fuerte y con mucha intención los alemanes, sin necesidad de armarse demasiado el remate, pero se toparon por ahí con Casillas, siempre bien colocado. Al guardameta blanco urge revisarle de una vez el carné de identidad. Le han puesto 19 años, pero el chico tiene más, muchos más. Tal vez se le aprecie acné en la cara, pero en su cabeza habita un tipo de 30 años. De otra forma no se explica su sangre fría y su indiferencia a los errores, que los cometió y graves. Pero como quien tiene una cuantas finales de Copa de Europa a sus espaldas, como quien ya está de vuelta de todo, respondió a sus derrotas en los balones por alto y a la debilidad de manos que enseñó en un trallazo de Scholl con la flema de un veterano. El Olímpico ardía, algunos de los madridistas daban síntomas de estar encogidos e impresionados, y el chico miraba el asunto silbando. Tal vez por eso llegó a tiempo para sacar su mano milagrosa en los momentos de más apuros.

La cosa pintaba mal en todo caso. A gorrazos, de aquella manera tan suya, el Bayern parecía tener al Madrid atrapado y hasta la eliminatoria cogida. Fue entonces cuando Savio se inventó unos malabares por su costado izquierdo y levantó la pelota sobre el área, cuando surgió por allí la figura imprevista de Anelka para poner, de cabeza, las cosas en su sitio. El gol de Anelka obligaba al Bayern a marcar tres. Y lo acusó el grupo alemán, que no se asomó por el Olímpico hasta después del descanso.

Tuvo el Madrid 15 minutos de posesión absoluta, y por momentos hasta insolente. Tocaban y tocaban los blancos en el balcón del área de Kahn y ninguna pierna alemana contestaba. Gozaron de ocasiones para cerrar la tienda -dos zapatazos de Geremi, por ejemplo, y una deliciosa jugada de Anelka-, pero si el Bayern estaba tocado, su portero no. Kahn evitó la sentencia.

En la segunda parte, el Madrid se dedicó a manejar el resultado, una ventaja que sabía cómoda. El Bayern apretó los dientes y se vació sobre el portal de Casillas con su particular manera de entender el fútbol. Con sus balones colgados, sus zambombazos lejanos y un estilo muy directo y frontal. Trató el cuadro alemán de multiplicar el ritmo y se dejó empujar por el incansable aliento de la hinchada, pero el Madrid ya no fue nunca el de la primera media hora.

Perdieron los tres centrales blancos nuevas batallas aéreas, algunas con mucho veneno dentro, pero lanzaron el mensaje de tenerlo todo bajo control. El Madrid se comportó con orden y concentración, aireando sobre todo que no estaba dispuesto a dejarse impresionar más por el despliegue alemán. Pero lo que sobre todo hizo el Madrid fue esperar. Aguardar con el pulso sereno a que el Bayern agotara sus fuerzas y sonara la bocina. A que el árbitro, en suma, pitara su viaje a París. La soñada final española es ya una realidad.

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