Una poesía visual
JOSÉ LUIS MERINO
Una veintena de obras pequeñas, óleos, gouaches y tintas, que pintara el poeta Gabriel Celaya entre los años 1928 y 1935, se muestra en la bilbaína galería Colón XVI. Son los escarceos pictóricos de un alumno de ingeniería que se aloja en una Residencia de Estudiantes (Madrid), donde se viven las vanguardias del arte y la literatura con inusitado hervor. En ese tiempo Celaya tenía como compañeros residentes a los García Lorca, Moreno Villa, Emilio Prados, Luis Buñuel y Salvador Dalí, entre otros. A su vez, todos ellos compartían amistad y sueños vanguardistas con otros, tales como el escultor Alberto Sánchez, el pintor Benjamín Palencia y el poeta Rafael Alberti, por citar tan sólo tres nombres.
Estas obras de "poesía visual" del joven estudiante nunca tuvo para él pretensiones de valor alguno en el mundo del arte. Lo prueba el que permanecieran 50 años guardadas en un armario. Pero en su momento le sirvieron como una necesidad personal para entender lo que se fraguaba en aquello conocido como futurismo, cubismo, surrealismo o mera abstracción, además de lo que un tal Giorgio de Chirico auguraba colocando objetos de uso corriente en un contexto espacial y temporal ajeno a ellos, para llamarlo pintura metafísica.
Dos detalles confirman esta tesis de no pretendencia. Uno de ellos hace referencia a la gran variedad de estilos que frecuenta. Es la variedad del no profesional, donde lo que importa no es la factura ni el logro de la obra, sino los cambios de tema y con ello la libertad de saltar de aquí para allá. El otro deriva hacia el volumen, al creer que las dos dimensiones son limitadoras. De ahí que en no pocas de sus composiciones se vivan los temas como si se trataran de esculturas reales. En algunas de las obras que se exponen en la galería Colón XVI, y en otras no aparecientes aquí, puede advertirse la influencia de unos cuantos escultores, como por ejemplo, Alexander Archipenko, Henry Moore, Alexander Calder, Henri Laurens y Alberto Sánchez. En lo estrictamente pictórico la influencia de Picasso, Miró, Benjamín Palencia es palmaria.
Todo esto que se dice aquí estamos seguros que el propio Gabriel Celaya sería el primero en reconocerlo. Y más todavía: si nadie lo dijera, él lo proclamaría a los cuatro vientos.
En uno de sus versos, cuando todavía firmaba con su verdadero nombre, o sea, Rafael Múgica, expresa algo sumamente claro: "El hombre es pequeño para el ansia que siente". Sobre ese pensamiento debemos entender estos escarceos pictóricos de un joven estudiante que vivió con los ojos abiertos al mundo nuevo del arte, la literatura, la música, el teatro, la arquitectura, el cine, la filosofía...
Más tarde, el joven Rafael Múgica se verá atraído por la poesía. Tal vez pudo llegar a la conclusión de que la palabra era más directa que la pintura. Claro que también cabe suponer que encontrara más dificultades para expresarse con mayor plenitud a través de lo plástico, que mediante lo literario.
Sea lo que fuere, su destino se vio envuelto sobre el ardor de la poesía. Primero con su verdadero nombre, luego como Juan de Leceta, para acabar siendo más felizmente Gabriel Celaya. Una larga nómina de libros lo avalan: La música y la sangre, La soledad cerrada, Avisos de Juan de Leceta, Tranquilamente hablando, Las cartas boca arriba, Paz y concierto, Cantos Iberos, Rapsodia Euskara, Dirección prohibida, Buenos días, buenas noches, y así hasta un total de ochenta. Celaya fue el poeta que tomó la poesía como un arma cargada de futuro expansivo...
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