"Quiero ser una maestra del canto"
Ana María Sánchez tiene un consejero implacable: "El señor Sony". No se casa con nadie y le escupe las verdades al oído cada vez que la soprano de Elda, provincia de Alicante, le pregunta si puede cantar tal o cual ópera. En el caso de La forza del destino, primera ópera de Verdi con la que el Teatro Real quiere empezar a conmemorar el centenario de la muerte del compositor (1813-1901) con cuatro piezas del genio italiano de tema español, el señor Sony no tiene nada que objetar para que Ana María se vista de Leonor y se meta en el papel de esta mujer el próximo viernes y entone las notas de la obra. "Me gusta el Verdi español porque, aparte de que el compositor recurre a un país para él exótico en el que cuenta los grandes temas universales, es donde puedo aunar mis dos vocaciones, la de cantante y la de profesora de literatura". Y es que Ana María Sánchez estaba cumpliendo ya el sueño de su vida, "ser maestra", dice, antes de que la convencieran de que en realidad ella era cantante, aunque no se diera cuenta. Primero fue un vecino suyo que la descubrió a través de las ventanas del patio y la convenció para que se metiera en el coro del Centro Excursionista Eldense. Luego fue su maestra musical, Dolores Pérez. Después, ya los consejos se convirtieron en convencimiento y fue ella misma, después de haber triunfado en Alemania cantando unas romanzas de zarzuela, la que se animó a probar. "Me dije, bien, voy a intentarlo, un año, me voy a Madrid a la Escuela Superior de Canto, a ver". Los del centro excursionista organizaron una gala para recaudar fondos que la permitieran compartir piso alquilado, pagarse la matrícula y hacer frente a los gastos de su aventura.
Como cicerones, acertaron, y hoy es el día en que la siguen a todas partes cuando canta. "A Barcelona, cuando he actuado en el Liceo, fueron tres autobuses", cuenta. Al Teatro Real -donde la soprano actuará junto al tenor italiano Salvatore Lecitra, al bajo español Carlos Chausson, a los barítonos Tigran Martirossian y Valeri Alexejiev, con la dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid- "vendrán en grupos de quince y diez porque todos un día no pueden entrar juntos", dice. Ella y su marido, Pepe Rubio, su sombra, son sus vecinos todavía, porque sus triunfos en España, Francia, Italia, Austria, Alemania y América Latina no la han despegado de sus raíces ni a tiros. "Fíjate lo que quieren hacer ahora. Ya están organizando su viaje en avión a Nueva York, donde debuto en el Metropolitan con Un ballo in maschera".
Verdi, también. El compositor italiano, junto a Strauss y algunas heroínas wagnerianas, son el fuerte de esta soprano hoy lírico spinto, a la que le gustaría llegar a afrontar papeles de cantante dramática. "Será si la naturaleza me lo permite", cuenta, y sobre todo, si el señor Sony dice que sí. El señor Sony es beige y de última generación digital. Ana María lo ve, pero no lo toca, le teme. "Al señor Sony le pone en funcionamiento el señor Rubio", cuenta. Él asiste a cada ensayo y lo graba, luego lo escuchan juntos y Ana María se corrige. "Es implacable pero cristalino, también es la cosa más espeluznante que conozco, la verdad desnuda, tengo una relación muy especial con él, he llegado a odiarlo y a amenazarlo", confiesa.
La Sánchez, que hoy es una de las sopranos españolas más importantes y con más futuro internacional, se ha puesto metas duras. Quiere, por ejemplo, llegar a ser "una maestra también en esto del canto". "Yo he sido profesora de lengua y literatura. Un profesor es alguien que enseña lo que ha aprendido, y un maestro, alguien que transmite lo que ha aprendido también, pero junto a lo que ha sentido y vivido, es algo más importante, algo que fue, por ejemplo, Kraus o que es hoy Plácido Domingo. No soy maestra, pero aspiro a tener mi propio vehículo de expresión en el canto".
Entregar la voz
También le gustaría algún día enseñar a cantar. "Es algo muy delicado porque a un profesor de canto se le entrega la voz, pero también la ilusión de una vida, hay que hacer un trabajo muy minucioso, muy delicado y tener mucho cuidado con ese instrumento que es la voz", afirma. De momento se está labrando un prestigio que quita la respiración y ya ha alcanzado el olimpo de su profesión, como otros cantantes españoles de su generación o de su edad más próxima -un misterio que no quiere revelar- como Carlos Álvarez o María Bayo.
Lo ha hecho con su visión y su convencimiento de lo que debe ser una cantante de ópera. "Siempre he fundamentado mi expresividad en la música, en los distintos colores de mi voz". Porque son canciones de sentimientos muy primarios que traslada a las óperas. "El trabajo de actriz, la interpretación escénica ya es otra cosa, depende de cada director, de lo que me diga". Aunque también, sobre todo en obras precisamente del Verdi español -La forza del destino, que ya ha cantado 35 veces; Don Carlo, Il trovatore, Ernani-, basadas en textos que ella conoce, da opiniones que muchas veces le cuestan disgustos. Saldrían mejor las cosas, comenta, "si algunos directores trabajaran con el libreto en la mano y se leyeran algo de lo que trata la historia".
Madera de diva no le falta, algo que quizás le da su aspecto de prima donna imponente, más acorde con el físico de Montserrat Caballé que con el de la última María Callas.
Babelia
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