Cuarteto Alban Berg Las dos orillas
En la misma semana han visitado Madrid la Sinfónica de Chicago y el Cuarteto Alban Berg: una y otro se sitúan en lo más alto de sus respectivos ámbitos interpretativos. Los vieneses han traído esta vez dos programas muy diferentes entre sí, aunque ambos con una presencia destacada de la música de nuestro siglo. Si la agrupación que dirige Daniel Barenboim se ha nutrido tradicionalmente de la sabiduría y la experiencia de los europeos, el Cuarteto Alban Berg aprendió a amar y a desentrañar la música contemporánea en Estados Unidos, donde disfrutó en 1970 del magisterio del Cuarteto LaSalle. Curiosamente, fueron Walter Levin y sus compañeros quienes pusieron en contacto a sus jóvenes colegas con una parte fundamental de sus raíces vienesas, aquellas que sustentan las obras de Schoenberg, Webern o Alban Berg.Que eligieran el nombre de este último para identificarse suponía no sólo una declaración de intenciones, sino también un compromiso. Por eso, desde hace treinta años el Cuarteto Alban Berg ha transitado con naturalidad por las dos orillas del repertorio: de Haydn a Brahms, por un lado, y de Schoenberg a Berio, por otro. En su primer programa apostaron por obras del siglo XX: dos páginas consagradas -el Cuarteto nº 3 de Bartók y el op. 3 de Alban Berg- arroparon el Cuarteto nº 4 de Zbigniew Bargielski, un compositor polaco afincado en Austria que construyó su obra en 1994 a partir de frecuentes ostinati, con coqueteos ocasionales con la estética minimalista. Aunque tocada admirablemente, poca pareció su sustancia musical frente al prodigio de concisión y rebeldía obrado por Bartók o la expresión lírica ya personalísima del joven Berg, transmitida por sus compatriotas con la naturalidad de quien otorga voz a su propio yo.
Obras de Mozart, Mendelssohn, Berg, Bartók, Kurtág, Bargielski y Berio
Auditorio Nacional. Madrid, 3 y 5 de mayo.
El segundo programa se inició con una interpretación de trámite de una obra -el Cuarteto K. 499 de Mozart- que también lo es en gran medida, pero se cerró por todo lo alto con una versión fresca y diáfana del Cuarteto op. 13 de Mendelssohn, tan deudor de los últimos logros beethovenianos. Entre uno y otro, las Glosse de Luciano Berio (más un apunte de obra que otra cosa) y los Microludios de György Kurtág, ese genio recluido en Budapest cuyo reconocimiento pleno está aún por llegar. Las doce miniaturas, con profusión de acordes puros, tocados sin vibrato, y sutilísimos efectos tímbricos, corroboraron que estamos ante los poseedores de la técnica cuartetística más rica y refinada de la actualidad.
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