Todo y nadie
¿Qué es una foto? Una foto puede ser un recuerdo, un testimonio, una obra de arte, un documento legal, un reclamo publicitario, un método de chantaje, una prueba, una noticia... En los últimos tiempos es sobre todo eso, una noticia: abres un diario y, por lo general, lo primero que encuentras es una serie de imágenes duras, infranqueables: una mujer golpeada, un niño desnutrido, un emigrante que llora en un puerto extranjero. A veces, esas imágenes se nos quedan dentro de la cabeza todo el día, resistentes al paso de las horas e inmunes al calor o al frío de nuestras vidas. Un antiguo director de Diario 16 solía aleccionar a sus subordinados diciéndoles que en una información el texto es lo de menos, que los periódicos deben estar diseñados de manera que no haga falta leerlos para saber qué dicen: todo debe estar resumido y prácticamente resuelto en el título, el subtítulo, los sumarios, la entradilla y, desde luego, la foto que haya en la página. A la hora de cerrar la edición, los redactores jefes intentaban no olvidar esa inquietante regla de oro y buscaban con ahínco la imagen más impactante, la que fuera más dramática o más divertida, más original o más comprometedora. Creo que, más o menos matizado, ése es el tipo de idea que suele imperar en muchos medios de comunicación y que, poco a poco, la gente nos hemos ido acostumbrando a ello, a relacionar las fotos con hechos excepcionales, curiosos, trascendentes, dignos de aparecer en primera plana. Pero ésa es sólo una parte de la verdad, y no la parte más grande.Una foto es sobre todo una historia. Es una historia privada, quizá sin ningún valor para la mayoría, ajena a la mirada y al interés de esa muchedumbre sin principio ni fin que se conoce con el amenazador nombre de el público, pero muy importante para la mujer y el hombre que guardan en un álbum o en una caja diferentes versiones de sí mismos vestidos de novios o de soldados, parados junto a un río, al pie de un monumento, al lado de unas velas encendidas. Esas fotos personales son la demostración de que hemos estado en un lugar, de que conocimos a alguien, de que fuimos otros antes de ser quienes somos ahora. Pero eso es sólo al principio. Con el paso de los años, la suma de todas esas anécdotas familiares, de todos esos trajes pasados de moda, casas o pueblos enteros destruidos y seres remotos se convierte en la historia de un país, de una época.
Eso es lo que ha querido demostrar, seguramente, el historiador Rafael Doctor, al que Caja Madrid acaba de publicar un libro llamado Una historia (otra) de la fotografía que reproduce 800 de las 25.000 instantáneas de gente corriente y anónima que ha ido comprando y coleccionando, con una voracidad y una paciencia casi ultraterrenas, a lo largo de los últimos nueve años. Su trabajo es en parte el de un erudito, en parte el de un justiciero y en parte el de un desenterrador. Sin duda, lo que más impresiona de su tarea son esos dos últimos aspectos, la forma en que entra en el más allá para sacar de entre las sombras, como si fuese un Orfeo enamorado de todo el mundo, rostros y escenas del pasado, personas muertas inmortalizadas con gestos felices o graves, con sonrisas llenas de esperanza, con ojos llenos de misterio. Es curioso, pero al ver e imaginar a esos desconocidos uno tiene no sólo la sensación de reconocerse en ellos, sino también de comprender ciertas cosas acerca de su propia vida: te das cuenta de que son ejemplos de algunas de las cosas que te han pasado y también de algunas de las cosas que van a ocurrirnos. Habrá muchos visitantes cuando las fotos se expongan en el Reina Sofía y en el Canal de Isabel II, que irán a esas salas por la mejor razón por la que puede irse a un museo: a buscar explicaciones, respuestas.
Respuestas dadas por personas corrientes que no son nadie en concreto y lo son todo, que posan para una foto, que no pudieron pensar lo que pensó y escribió Ovidio al concluir sus Metamorfosis: "Ya he culminado una obra que no podrán destruir / ni la cólera de Júpiter ni el fuego ni el hierro ni el tiempo voraz. / Que ese día que no tiene derecho más que a mi cuerpo / acabe con el devenir incierto de mi vida; / que yo, en mi parte más noble, ascenderé inmortal por encima / de las altas estrellas y mi nombre jamás morirá y por donde / el poderío de Roma se extienda por el Orbe / la gente recitará mis versos y, si algo de verdad hay en los presagios de los poetas, / viviré por los siglos de los siglos".
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