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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Maquiavelismo etarra

La difusión por parte de ETA de los papeles relativos a sus contactos y acuerdos con el PNV y EA no puede tener más objetivo que desacreditar a esos partidos. Con cierto sadismo, la organización terrorista les desautoriza expresamente, dando la razón a sus críticos en las cuestiones fundamentales: que la tregua sí era una trampa y que no fue Lizarra, sino el acuerdo secreto entre PNV-EA y ETA lo que la hizo posible. La filtración en este momento sólo se explica como un intento de perjudicar a sus interlocutores, tal vez en la perspectiva maquiavélica de provocar una derrota electoral de los nacionalistas que les conduzca a la radicalización.ETA dice ahora que "por supuesto" que la tregua era una trampa, y que el objetivo de la misma nunca fue la paz; que ésta fue esgrimida como señuelo para chantajear a los partidos nacionalistas, ya que "la no aceptación [del planteamiento de ETA] supondría rechazar la posibilidad de una tregua". El objetivo político de ésta habría sido desenmascarar la "ambigüedad histórica" del PNV, su "vascongadismo" (es decir, autonomismo). También sostiene ETA que en su intención inicial no estaba un "esquema de negociación" y que más bien fueron los nacionalistas quienes promovieron esa posibilidad para "pasarle la jugada al Gobierno español" y "lavarse las manos".

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ETA aclara que hizo la tregua para romper la "ambiguedad" del PNV

Esto último puede ser una teorización a posteriori, pero es cierto que en los dos primeros comunicados no se emplazaba al Gobierno: sólo a los nacionalistas, dando por hecho que sería su dinámica lo que impondría la solución independentista.

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La filtración incluye las precisiones que PNV y EA realizaron, conjuntamente y por separado, al acuerdo alcanzado en agosto de 1998 con ETA. Son cautelas que no cuestionan el núcleo del pacto: creación de una estructura de base municipal común a toda Euskal Herria como alternativa a las instituciones autonómicas, y ruptura de todo acuerdo con los partidos vascos no nacionalistas. El PNV se limita a decir que no se excluye dar entrada a un cuarto socio (además de PNV, EA y EH) en el pacto de Gobierno si fuera necesario para evitar dejar "el control de las instituciones en manos no abertzales". Y se compromete a aplicar el criterio de exclusión ya en la "formación del próximo Gobierno", el que saldría de las autonómicas de octubre de 1998. Ello refrenda la sospecha de los socialistas vascos de que las negociaciones con ellos fueron un simulacro. En otro papel, sin embargo, se habla del fracaso de un intento de pacto de "cuatro partidos para cuatro herrialdes" (territorios), lo que parece dar a entender el interés del PNV por asociar al PSOE, seguramente pensando en Navarra.

ETA ni siquiera ahorra la maldad de denunciar los intentos del PNV de llegar a acuerdos bilaterales con ETA, prescindiendo de EA. Pero igualmente hay referencias indicativas de la desconfianza de ETA respecto a la "obsesión" del PNV por hacer participar a EH en los contactos.

Las actas de la reunión celebrada en julio de 1999 para evaluar los resultados del acuerdo del año anterior recogen los argumentos de las formaciones nacionalistas. Puede que sea una visión deformada, pero las actas no reflejan una defensa por parte de PNV y EA de principios democráticos básicos: la legitimidad del Estatuto, la existencia de una mitad de la población no nacionalista o el carácter minoritario de la reivindicación independentista y la oposición de la mayoría de los navarros y vascofranceses a cualquier propuesta panvasquista.

En conjunto, pues, los papeles de ETA dejan en ridículo, como mentirosos en asuntos vitales, a sus interlocutores nacionalistas, de los que ofrecen la visión que más puede perjudicarlos en la batalla política y electoral. Confirman que la tregua era una trampa, y que la paz era sólo un pretexto. Lo que decía Mayor Oreja, y otros muchos, lo confirma ETA. Lo que ellos consideran astucia política es sólo ausencia de escrúpulos o, más directamente, maldad, hasta con los más próximos. La pregunta que Anasagasti no contestó el martes sigue planteada: ¿Qué más tiene que pasar para que el PNV reconozca el fracaso de Lizarra?

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