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Tribuna
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Mugabe, el arrogante

Se tambalea y está a punto de derrumbarse otro régimen autoritario y corrupto de África. Esta vez se trata del régimen de Zimbabue.Desde hace cuarenta años, la principal figura política de ese país es Robert Mugabe. Comenzó como dirigente de uno de los partidos que luchaban por la soberanía e independencia del país, luego fue jefe del Gobierno y, por último, consiguió la jefatura del Estado.

Conocí a Mugabe en la década de los años sesenta y, lo confieso, no me causó buena impresión porque siempre fue un ser arrogante. "No fui a China porque Pekín no quiso recibirme con los honores que se merecen los jefes de Estado", me dijo hace muchos años, cuando todavía no era más que un joven político de un incipiente partido. Cuando me hizo esta confesión, pensé que estaba gastando una broma.

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Hoy, en Zimbabue, la mitad de la población no tiene trabajo, la inflación hace estragos e impera la corrupción. El ejército de los pobres es cada vez más grande y nutrido porque todo se encarece de día en día. La oposición, a pesar de sufrir persecuciones y castigos, se consolida cada vez más y multiplica sus fuerzas. Para conservar el poder, Mugabe tiene que echar mano a su salvavidas. Desempeñan ese papel millones de campesinos sin tierra, millones de personas que acampan junto a las lindes de las granjas de los terratenientes blancos, propietarios de latifundios auténticamente enormes, como lo confirma el dato de que apenas cuatro mil blancos tienen en sus manos la mitad de las mejores tierras de labrantío de todo el país. Hace mucho tiempo que Mugabe podía haber ordenado a los campesinos sin tierra que ocupasen las propiedades de los latifundistas blancos. Si no lo ha hecho antes ha sido porque quería entregar las granjas intactas a sus parientes y amigotes. Y es que su mayor deseo es satisfacer las demandas de las masas airadas, por un lado, y, por otro, cumplir las ambiciones de su camarilla. Ése es el rompecabezas que tiene que resolver.

Pero el mayor problema radica en que la crisis de Zimbabue puede servir de señuelo a los millones de campesinos sin tierra que hay en la vecina República de Suráfrica para apoderarse de las extensas y ricas granjas de los terratenientes blancos. Si eso sucediese, Suráfrica sería víctima de un terrible incendio y de un enorme terremoto. Y los efectos de las llamas y de las sacudidas se dejarían sentir en todo el continente.

Ryszard Kapuscinski, periodista y escritor polaco, es autor de numerosos libros sobre África. © Gazeta Wyborcza / EL PAÍS

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